Como bien lo anticipó Ricardo Montoya en su última columna, este fin de semana fue importante para los aficionados al boxeo y a las artes marciales mixtas. Por un lado se medía el ‘Canelo’ Álvarez con ‘Krusher’ Kovalev en una pelea con cierto riesgo para el primero: el mexicano subió dos categorías para alcanzar los semipesados y se enfrentó a un púgil veterano pero con potencia probada. Por el otro se enfrentaban en el UFC 244 Nate Diaz y Jorge Masvidal en un choque de welters hiperpromocionado que estrenó un título no oficial que, por soez, no vale la pena reproducir. La franquicia de Dana White fue la clara vencedora. Lo fue, además, en dos niveles, el del espectáculo y el simbólico.
Respecto a las luces, el UFC produjo un show más emocionante, si bien cruento y no precisamente estético que acabó por pedido de los doctores. Los defensores de las artes marciales mixtas suelen sostener que, al estar expuestos a menos golpes (también se puede ganar por sumisión), sus atletas poseen menos exposición a daños permanentes. Es probable, pero también es cierto que el rostro lacerado de Diaz hizo poco argumento a la causa. En el ring, sin embargo, ocurrió algo peor: un combate burocrático dominado por la distancia y el recaudo que se coronó con un KO vistoso, sí, pero incapaz de producir gloria. Álvarez es, en ese sentido, el campeón paradigmático de estos tiempos: soso y deslucido, en abierto contraste con el brillo de los cinturones que ostenta.
En el plano de los significados, el enfrentamiento de Diaz y Masvidal en el Madison Square Garden se impuso de forma inobjetable: obligó a retrasar el choque entre el mexicano y el ruso en el MGM de Las Vegas hasta pasada la medianoche para evitar que se sobrepongan los horarios. El boxeo, así, rehusó medirse con las artes marciales mixtas ante la audiencia internacional, aunque los profesionales del márketing deportivo puedan revestir de estrategia a este humillante quite. Para añadir vergüenza a la rendición, DAZN decidió amenizar la espera de su evento estelar ¡retransmitiendo en pantalla gigante el UFC 244! Lo que pudo ser una noche discreta para un deporte en decadencia se convirtió en un canto de cisne no precisamente bello ni melódico.
Que el boxeo como negocio está muriendo no es novedad. Lo que sí es noticia es que lo reconozca abiertamente, sin pudor. Las causas del ocaso son múltiples y van desde el copamiento de mafias que producen amaños y tuercen carreras hasta la variedad de entes rectores, que genera dispersión en el esfuerzo promocional. Como todo gigante, el boxeo demorará en caer. Pero quien preste atención puede sentir ya el estrépito de la debacle.