Las dos medallas de bronce que acaba de sumar la delegación que participó en los Juegos Panamericanos celebrados en nuestro país son el cierre perfecto para uno de los mejores años de nuestro deporte en toda su historia.
El resultado de los controles antidopaje que se practicaron en la justa determinó que Nilton Ponce, en lucha grecorromana, y el equipo de ciclismo de pista suban al podio. Así, Perú agrandó su registro a 41 medallas (11 de oro, 7 de plata y 23 de bronce), una marca que será muy difícil de superar.
Estas preseas, por otro lado, no solo significan un reconocimiento al desempeño de nuestros representantes, sino también a haber competido respetando los principios éticos que rigen el deporte, esos que olvidan quienes creen que los triunfos justifican el uso de cualquier medio para conseguirlos.
Sin embargo, hay una medalla que nos falta aún. A cuatro meses del final de los Juegos que con tanta brillantez fueron organizados, persisten las dudas sobre lo que pasará con los escenarios que se levantaron o remodelaron para las competencias.
Todavía se desconoce qué ocurrirá con la infraestructura de nivel olímpico que con tanto esfuerzo fue erigida, ya que el Gobierno sigue sin decidir qué organismo se encargará de administrarla.
Además de una falta de respeto para los cientos de personas que hicieron posible que tanto los Panamericanos como los Parapanamericanos nos llenaran de orgullo, sería catastrófico que un país con tantas estrecheces como el nuestro perdiera esos escenarios maravillosos. La vergüenza sería mundial.