Macedonia del Norte estrenó su nombre en una Eliminatoria dando un sartenazo inesperado: venció a Alemania de visita 2 a 1. Es el país 149 del mundo en territorio y el 144 en población. El PBI de Alemania es 50.801 dólares por habitante, el de Macedonia apenas llega a 5.916. Pero en fútbol están menos alejados. ¿Cómo puede suceder una cosa así siendo la patria de Gutenberg una superpotencia y teniendo al actual campeón europeo y mundial, Bayern Munich…? No es descabellado: el fútbol es el único deporte donde absolutamente todo puede suceder. Que Brasil pierda en casa 7 a 1 con Alemania y que Macedonia derrote a los alemanes. Es parte de su encanto irresistible: la imprevisibilidad. Nunca nada es seguro. Y existen factores que todos pueden enarbolar a pesar de su modestia: la actitud, la preparación y la táctica. También la mística. Eso no tiene que ver con el presupuesto y puede equiparar el desbalance de calidad.
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Al margen de ello, hay un punto adicional: el fútbol está cada vez más igualado. En especial a nivel de selecciones, donde sesenta o setenta representativos pueden reunir once elementos aptos. Hay mucha información del rival, los entrenadores estudian cada vez más y trabajan hasta el mínimo detalle. Los cuerpos técnicos son ahora un ejército de profesionales que enfocan todos los aspectos. Por eso, hasta Luxemburgo puede ser peligroso. Y los jugadores vienen cada día más con un perfil colectivo antes que individual.
En el caso de Alemania, posee muy buenos futbolistas (Kimmich, Goretzka, Sané, Gnabry, Werner), pero revela una escasez evidente de superestrellas que puedan definir un partido equilibrado, como a lo largo de la historia fueron Beckenbauer, Gerd Müller, Overath, Breitner, Matthäus, Klinsmann, Rummenigge… Para lograr el éxito precisa alcanzar un alto nivel de precisión y armonía de conjunto. Si no está superaceitada la máquina, puede perder con Macedonia. O con México y Corea del Sur, como aconteció en Rusia 2018.
Alguien preguntará: ¿Y por qué el Bayern es campeón de todo…? Porque un porcentaje mayoritario de su plantel es extranjero: Lewandowski, Alaba, Alphonso Davies, Pavard, Lucas Hernández, Coman, Tolisso, Javi Martínez, Douglas Costa, Choupo-Moting…
Pero ¿es un problema de Alemania esta escasez de grandes talentos…? No, es mundial. No están apareciendo los auténticos monstruos como el fútbol siempre tuvo, astros indiscutibles. Desde luego siempre habrá unos que destaquen más que otros, pero desnivelan por eficiencia, no por genialidad. Hay buenos normales, no grandiosos. La prueba es que los cinco o seis clubes más poderosos que siempre buscan un crack diferencial miran a los dos únicos que aparecen en esa lista, Haaland y Mbappé, dos topadoras que sobresalen por potencia física, velocidad, ambición y gol, pero no derrochan ni técnica ni ingenio ni fantasía. No hay poesía en su juego. (Mbappé jugó los tres partidos de la Eliminatoria -Ucrania, Kazajstán y Bosnia- sin convertir. Haaland enfrentó a Gibraltar, Turquía y Montenegro, tampoco marcó y fue reemplazado en los tres).
Brasil y Argentina, que fueron siempre los más fecundos semilleros del mundo, tienen la fábrica paralizada. La última perla encontrada en estas costas fue Neymar, que por una cuestión de mentalidad nunca pudo alcanzar el trono y consolidarse en la cima. España disfrutó de la brillante camada de Xavi, Iniesta, Puyol, Piqué, Busquets, Villa, Ramos, Casillas pero luego se secó el árbol que daba esos frutos. No tuvieron reemplazo del mismo nivel. Pasa lo mismo en todo el mundo. Por eso vemos jugadores comunes ser transferidos en millones de dólares.
¿Por qué no surgen fenómenos nuevos…? ¿No se trabaja a nivel de juveniles…? Sí, y los centros de entrenamiento son cada vez mejores, los profesores también. La razón deberemos buscarla en un hecho cultural, de esta época: estamos frente a una juventud cibernética, enganchada las veinticuatro horas con el WhatsApp, las redes sociales, la tableta, el youtuberismo. Y el sedentarismo. Una era donde es más importante tener conexión a Internet que una pelota, con cientos de millones de chicos que están recostados en su cama o en un sillón chateando o con los videojuegos. Estos jóvenes digitales son más cómodos. No es una juventud de a pie, de campito, de potrero, de donde antes surgían los cracks. Uno se pasaba horas y horas en la canchita. Allí, en el libre albedrío, dándole y dándole se pulía la técnica y aparecían los prodigios. La pasión los iba formando. La madre debía sacarlos de una oreja del partidito en la calle o en el hueco.
Eso no existe más. Ahora son jugadores de academia, que es un negocio como cualquier otro, se cobra por adiestrar. Les hacen correr alrededor de la cancha, unos tiritos al arco y jugar un picado, pero en general son incubadoras, producen jugadores de laboratorio, robotitos sin creatividad. No obstante, la falta de espacios libres en las ciudades hace de las academias un lugar necesario para que los niños hagan allí el jardín de infantes futbolístico y puedan pasar luego, si muestran condiciones, a un club federado. Debemos asumirlo: hoy hay más aspirantes a youtubers que a futbolistas.
Otra razón que conspira contra la aparición de figuras es el dinero en exceso que sobrevuela el fútbol. Muchos juveniles del Barcelona “B” ya son potentados sin haber debutado en Primera. Desde la novena división tienen representante y empiezan a recibir retribuciones: primero ropa y botines, luego el agente les da un auto para ir a entrenar y, a quienes muestran cualidades, desde los quince o dieciséis años, contrato. Trincao (21 años), el joven portugués del Barça, aún no había podido lanzar un centro y ya presumía en redes sociales de su Lamborghini de 274.000 dólares. El dinero en cantidad quema los sueños.
En su libro autobiográfico, Ricardo Bochini cuenta que, al llegar de Italia, donde había marcado su golazo a la Juventus que le dio un título mundial a Independiente, una multitud los fue a esperar, los trasladaron desde el aeropuerto en caravana, recibieron todo tipo de homenajes, los reportearon los diarios, las radios, la televisión, recibió miles de palmadas y abrazos. Al caer la noche estaba exhausto; la realidad le recordó que no tenía ni auto ni casa: alguien lo acercó hasta la pensión del club. Vivía debajo de la tribuna, junto a otros diecinueve muchachos, en un gran espacio compartido donde tenía un armarito y una cama. Sus compañeros de ilusiones lo recibieron como a un héroe. Pasada la efusividad, se desplomó sobre el colchón flaco a soñar glorias nuevas. Estaba feliz, le habían dado 200 dólares a cada uno por ganarle a la Juve. Iría a su pueblo y le compraría algunas cosas a su familia. Si seguía brillando habría más recompensas, quien sabe hasta comprar una casa grande para sus padres y sus ocho hermanos.
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