La Premier League ofreció el partido más electrizante de todos los que se jugaron ayer en el mundo. Enfrentó a las dos escuadras que dominan al fútbol inglés, pero también a las dos maneras de entender el fútbol que hoy se disputan el predominio mundial. Por un lado, Jürgen Klopp expuso el invicto del Liverpool con su fútbol vertical, estelarizado por las transiciones rápidas y una contundencia terrible. Por el otro, Pep Guardiola intentó imponer su juego en bloques basado en pases y la ventaja que da la precisión en velocidad. El triunfo del primero parece, además de una sentencia temprana de la liga, la confirmación de la superioridad de un modelo sobre otro.
Klopp ha hallado un equipo que no parece tener fisuras. Allison es uno de los guardametas más fiables de la actualidad; Van Dijk es un back central dominante bien acompañado por Lovren; Alexander-Arnold y Robertson son laterales impecables: veloces en la proyección y la cobertura, buen pie, capaces de centros bellísimos y además tienen gol; Henderson, Fabinho y Wijnaldum constituyen una primera línea de volantes sólida y dinámica, un peaje rápido en la ida pero un escollo en la vuelta; adelante, Salah, Firmino y Mané se reparten los goles y las asistencias con hambre y generosidad. Esta alineación se recordará por mucho tiempo.
Al lado, la propuesta de Guardiola es solo atractiva del mediocampo hacia delante, pues luce pálida desde el guardameta. Bravo no es más un arquero top, tal como se apreció en el tercer tanto de los ‘reds’, y sus virtudes con la salida no justifican su convocatoria en un encuentro de esta envergadura. Rodri y Gundogan no son una dupla compacta en el medio que permita, por ejemplo, un despliegue cómodo de Walker. Aunque ante rivales menores sea suficiente, un encuentro de voltaje alto demanda un gestor más anclado que el alemán, lo que resiente el balance en el medio y expone demasiado a De Bruyne y a Sterling.
Una vez establecido el dominio táctico, el conjunto de Klopp crea para sí una sensación de imbatibilidad, como si la ocasión y el azar, los factores coyunturales del juego, conspirarán a su favor. A diferencia de otros a los que la victoria temporal relaja al punto de mostrar sus debilidades, el Liverpool eleva su apuesta y muestra ferocidad, como si conceder algún gol sea el costo inevitable de perder la vida en el ataque.
Un club campeona cuando logra que sus rivales acepten sus condiciones. Este Liverpool siempre lo logra. Nadie ha podido apaciguar su ímpetu ni obligarlos a modificar su propuesta. Es por eso que ya bien iniciado noviembre siguen ostentando un deslumbrante invicto en una temporada que, sin asomo de duda, será suya.