La realidad no sabe de nostalgias. Ni la preparación especial durante la pandemia, ni los kilos que redujo específicamente para el torneo, ni su estupenda forma contra Sabalenka o Halep hicieron que Serena se ilusionara en serio. Ella sabía que superar a Naomi Osaka era otro tipo de desafío: el Everest en el mundo del tenis femenino -y ganadora del certamen-. Por eso, más allá, de la satisfacción de sus victorias previas, no fue hasta ese segundo juego del primer set contra la japonesa, cuando la quebró para ponerse dos a cero, que sintió que era posible detener el tiempo. Creyó que, por fin, podría acercarse al elusivo título de Grand Slam número 24, el record de Margaret Court, su sueño. La ilusión fue pasajera. El partido cambió de rumbo pronto y Williams fue superada en la cancha por una tenista parecida a ella, solo que diecisiete años más joven.
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Minutos más tarde vestida de dignidad, Serena salió a hacerle frente a la rueda de preguntas. Trató de mostrar entereza, pero no pudo. Terminó desbordándose en llanto como un dique frágil, vulnerable. Consciente, a las malas, de la cruda verdad: su reinado había concluido. Hasta antes de esta semifinal, siempre creyó que volver a la cúspide dependía de sus esfuerzos. Los hechos le dieron la contraria. La brecha entre Naomi y Serena se ha hecho más grande. Ya no es la reina del tenis, aunque el collar que le cuelga del cuello diga otra cosa. Por eso estalló de impotencia, Quisiera seguir estando a bordo, pero el barco ya zarpó. Es muy poco probable que alcance a Margaret Court, El presente del tenis femenino son Osaka y Brady, que se enfrentaron en la final con victoria de la japonesa por 6-4 y 6-3.
En la rama masculina sería Rafael Nadal el que trataría de batir el record. El español y su amigo Roger Federer poseen 20 títulos de Grand Slam cada uno, así que Australia sería una buena oportunidad para tomar ventaja, Hasta cuartos de final Rafa lucía intratable. No había perdido ni un solo set y el panorama se vislumbraba prometedor después de las dos primeras mangas contra Tsitsipas.
El griego, a priori, un rival temible, no pudo contrarrestar durante el amanecer de la batalla, la avasalladora potencia del balear. Parecía una tarea sin sobresaltos para Rafa, pero a partir del tercer set, exhibiendo un carácter que se le desconocía, Stefanos empezó a luchar cada bola como si fuese la última. Tuvo premio, ganó el desempate y a partir de ese momento, fue un aluvión que un Nadal exhausto no pudo contener. Afortunadamente para él, siempre le queda Paris, donde en unos meses en Roland Garros tratará de consumar la hazaña. Hasta entonces, deberá esperar.
Con el título, Djokovic redujo a dos la diferencia de grandes torneos ganados frente a Roger y a Rafa. El serbio, el último bastión de los antiguos, está en una cruzada. El problema es que la nueva generación cada día se les acerca más. No se sorprenda si Medvedev, Tsitsipas, Rublev o alguno de los canadienses Shapovalov o Auger Alliasime dejan sin grandes coronas al Big Three. El recambio está a la vuelta de la esquina.
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