Para personificar al circunspecto Stevens en “Lo que queda del día”, aquel imprescindible opus cinematográfico de James Ivory, el acucioso Anthony Hopkins entrevistó a una veintena de mayordomos británicos, con la esperanza de entender mejor el rol que le tocaba interpretar. Tras la encuesta concluyó que “un sirviente es aquel que ingresa a una habitación vacía y hace que esta luzca más vacía que antes”. Algo similar debiera ser un réferi en la cancha, una persona que silenciosamente se parezca, por sobre todas las cosas, a la justicia. El asunto, por supuesto, es cada vez menos frecuente, ya que corren tiempos en los que una serie de artilugios eficaces y tecnológicos son, ahora, los encargados de precisar qué es y qué no es justo dentro de un campo de juego.
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Patricio Loustau tiene una carrera casi inmaculada. No es sencillo dirigir con éxito en el afiebrado balompié argentino. Él, sin embargo, puede preciarse de haber continuado, con suceso, la tradición familiar que inició su padre, el notable Juan Carlos.
Patricio acumula experiencia en torneos importantes, es asertivo con los jugadores y su hoja de vida laboral no es desdeñable en lo absoluto. El problema es que, en lo que a nosotros se refiere, vale decir la selección nacional, presenta un arbitraje inolvidable y no precisamente por aspectos positivos. Su trabajo, el 6 de setiembre del 2013, en el Perú vs. Uruguay en el Estadio Nacional, debe ser la peor labor de un réferi, en el que haya estado involucrado un representativo patrio en los últimos 40 años. Aseguran los memoriosos que la labor del argentino es solo comparable a la faena que perpetró Chechelev en el Hernando Siles de La Paz, en el 69, la vez que le anuló, injustamente, el empate a Alberto Gallardo cuando Bolivia nos derrotó por 2 a 1.
Es ocioso abundar en los yerros de Loustau aquella noche de la calle José Díaz. Son varios los medios que ya lo han hecho. Basta con consignar que a medio metro suyo Diego Lugano, el capitán de los celestes, le propinó un codazo artero en la cabeza a Jefferson Farfán, que el juez sancionó con una insultante tarjeta amarilla. Con esa caída el Perú que dirigía Sergio Markarián y tenía como lugarteniente a Pablo Bengoechea se despidió del Mundial de Brasil de forma definitiva.
Con el paso del tiempo, ‘El Pichi’, como lo apodan sus amigos de las Lomas de Zamora, ha pitado nuevamente partidos de la Blanquirroja y ha sabido impartir justicia en forma equitativa. Por ejemplo, fue el árbitro que dirigió el encuentro en el que de la mano de un Christian Cueva iluminado, la selección goleó a Paraguay en el Defensores del Chaco.
Loustau está perfectamente capacitado para hacerse cargo del partido de mañana en Matute. No hay razón para suponer que su desempeño va a ser deficiente o parcial. Eso sí, como anotó, con razón, el colega Pedro García, la última vez que este señor arbitró en Lima, se fue por la puerta de atrás. Lo que nos lleva a preguntar, y sin que él sea el ‘tremendo juez’ ni nosotros la ‘tremenda corte’ que lo juzgue, ya que el réferi iba a ser extranjero, ¿no era mejor elegir a otro?