Si al Alonso de 16 años, recién salido del colegio y con el sueño intacto de ser futbolista, le hubiesen dicho que dos décadas después, con 37 calendarios encima, tres hijos y un matrimonio sólido, estaría viviendo en Estados Unidos con una pensión militar vitalicia al ser condecorado héroe de guerra por salvar la vida de 25 soldados de un ataque talibán en Afganistán y que además sería los ojos de la Federación Peruana de Fútbol para descubrir cracks en el fútbol norteamericano, probablemente no lo hubiera creído. A decir verdad, su historia más parece el guión de una película hollywoodense. Pero es real. Alonso Contreras (@Alonso_inca, en Twitter) existe. Y es tan peruano que no dudó un solo segundo en llevar la bandera bicolor a cada batalla, como si se tratase de una capa protectora.
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Nació en La Victoria el 22 de septiembre de 1984. Es decir, es parte de la generación que sufrió las consecuencias del tercer gobierno de Alberto Fujimori y tuvo que huir de su patria en busca de un mejor futuro. “Había muchos problemas de empleo en el Perú. Me acuerdo que veía en los noticieros a profesionales, que tenían incluso masters, taxeando porque no conseguían trabajo. Era una situación complicada. Por eso mis padres decidieron mandarme a Estados Unidos. Me lo dijeron en el 2000, por ahí tenía planeado postular a la UNI (Universidad Nacional de Ingeniería) porque quería estudiar ingeniería de sistemas y seguir jugando al fútbol, que ha sido mi pasión desde siempre”, nos cuenta mientras la nostalgia de sus recuerdos recorre en nanosegundos los miles de kilómetros que nos separan.
“Una de las primeras personas a la que le conté sobre el viaje fue a un amigo con el que estudiaba en el Icpna de Miraflores. Le vertí todos los miedos que tenía porque él, que tenía 24 años por ahí, ya había estado acá. Y su respuesta a todo fue darme un consejo que me marcó: ‘siempre piensa con la cabeza y no con el corazón’. Lo dijo porque se regresó porque extrañaba a los amigos y la familia, y estaba arrepentido de no seguir peleándola”.
El aviso de don Erasmo Contreras anunciando el viaje a un mundo nuevo frenó en seco la vida de Alonso. Hasta ese momento era un estudiante que cada tanto llevaba a casa cuadros de honor y uno de los miles de chicos que juegan en la Copa Perú soñando con algún día llegar a Primera. “Yo jugaba en un club llamado Santa Rosa de San Juan de Miraflores. Justo cuando subimos a Primera en la liga distrital, luego de hacer pretemporada y todo, me salió lo de venir acá y ya no pude seguir”.
Los sacrificios del inmigrante
Subió al avión junto a su madre, doña Ana María Vega, con visa de turista -su padre se quedó porque le negaron la visa-, muchas dudas, miedos y algo de esperanza de un nuevo amanecer. Y se quedó allá. Se casó ni bien cumplió la mayoría de edad, regularizó sus papeles, pero aún así vivió en carne propia lo que sufre el inmigrante que llega a la tierra de las oportunidades a hacerse un nombre, a conseguir un mejor futuro para los suyos. Aunque siempre tuvo el respaldo de Angie, su esposa, quien -en palabras de Alonso- “siempre fue el pilar de mi familia. Mi soporte en todo momento”.
“Jugué en la High School —colegios de enseñanza preuniversitaria— donde estudiaba. Llegamos hasta semifinales del Estado. Luego también jugué en el equipo del ‘Pibe’ Valderrama. Luego pasé a la Universidad y ahí sí todo cambió. Un amigo, Lucas Rodríguez, me invitó a pertenecer al Kansas City Brass, un equipo semiprofesional de Kansas. Fui, me probé y me quedé entrenando con ellos. Pero no pude más. Tenía dos trabajos como mesero en un restaurante, luego volví a mi casa de noche y tenía que correr seis kilómetros diarios para mantener el físico. Imagínate el trabajo de levantarte temprano, andar todo el día parado y luego tener que entrenar. Obviamente estaba en desventaja con los jugadores que quizá se dedicaban al cien por ciento a eso. Ahí decidí parar, pero con la sensación de que di todo de mí”.
Alonso compartió camerino y enfrentó a varios que el algún momento jugaron en la Major League Soccer. Pero no se arrepiente de nada. Al contrario, para él esos años fueron el impulso que necesitó su vida para seguir avanzando. “Nunca le pregunté a mi madre por qué no iba a verme jugar. Era consciente de lo que ella hacía, que era trabajar desde las cinco de la mañana hasta las once de la noche. Un día me acuerdo que me dio 70 dólares, que seguramente se lo habrá ganado con 15 horas de jornada, y me compré unos chimpunes. Dios me dio unos padres maravillosos. Mi papá, que en paz descanse, aconsejándome desde muy chico, y mi mamá peleándola conmigo”.
El infierno del ejército y las guerras
El primer viaje de Alonso desde Estados Unidos al Perú fue en 2008. Tenía 24 años, tres hijos (Alonso Junior, Giuliana y Jean Carlos) y su retorno a su patria fue para visitar a su padre después de siete largos años y contarle su decisión de ingresar a las fuerzas armadas estadounidenses. De hecho, ya había aprobado el examen de ingreso aunque quiso volver a hacer en 2009 porque no le gustó la primera nota. El abrazo interminable que se dieron a su nueva despedida aún lo puede sentir.
“Lo hice porque era una manera de devolverle a este país todo lo que me había dado. Y me metí consciente de que iba a ir a la guerra en cualquier momento porque el país estaba en guerra. Al inicio estaba en logística pero no me gustaba mucho. Entonces un sargento mexicano-americano, Diego Morales, me ofreció irme a las ‘tres semanas del infierno’, que era un curso para soldados especiales. Fuimos 348 soldados y quedamos solo 40″.
El entrenamiento extremo le cambió la vida militar al soldado Contreras. Bandera peruana en el hombro, fue a tres zonas de combate: Afganistán, Kuwait y África. En la primera es la que más le quedó marcado. Dejó la unidad de logística y pasó a ser seguridad del coronel, luego escolta de logística (custodiaba al grupo que llevaba el agua, gasolina, armamentos y comida; el grupo que más es buscado por el enemigo) y también era encargado de buscar talibanes —él los llama terroristas— en los pueblos.
En medio de los disparos y los combates, Alonso conoció a dos peruanos más. Carlos Zabala y René Vidal, este último uno de sus socios en el proyecto que actualmente tienen. Se veían en base, conversaban de fútbol, de qué es lo que más extrañan del Perú, de sus familias y de lo que harían después de acabar la guerra. “No solamente éramos hermanos. Ellos, todos mis compañeros, eran mis ojos. Si uno fallaba, todos fallábamos. Si uno ganaba, todos ganábamos. Éramos una familia. Tan fuerte era el lazo que en la guerra, luego de que un compañero perdió una pierna por un ataque enemigo, sentí el verdadero significado del odio. ¿Cuántas veces lo hemos dicho en la vida? Muchas seguramente, pero puedo apostar lo que sea que nunca lo hemos sentido al cien por ciento. Aquella vez sí lo sentí”.
Una de las zonas de combate que más impactó en el peruano fue Afganistán. En el país asiático, mientras retornaba de una misión, el vehículo que los transportaba, a él y dos compañeros más, explotó. Desde ese día, Alonso sufre constantes migrañas, pero conserva la vida, lo más preciado.
“La guerra es muy cruda, cruel. He visto escenas que uno normalmente ve en una película. Hice más de 200 misiones, tengo tres operaciones encima y un montón de combates. Sufro de las rodillas y la espalda. Estoy diagnosticado como PTSD (trastorno por estrés postraumático), acudo a grupos de psicología para todos los que hemos vivido cosas fuertes en la guerra. Pero estoy orgulloso de todo”, afirma el peruano que ha sido condecorado héroe de guerra por salvar la vida de 25 soldados en una emboscada del talibán en 2012 y en todo momento cargó la bandera consigo.
A la caza de los ‘Lapadulas’, una nueva vida
Fuera del ejército, con un título de administración de empresas y una maestría en finanzas, Alonso Contreras decidió volver a unirse al fútbol. Pero esta vez desde afuera del campo. Junto a René Vidal fundaron “Área Sport Network”, un medio de comunicación que arrancó entrevistando a los hinchas a las afueras de los estadios. No tenían credencial, pero sí ganas. Aunque eso no bastaba. “Una vez fuimos a grabar a las afueras del estadio del Seattle Sounders, donde juega Raúl Ruidíaz, y nos botaron porque justamente no estábamos acreditados. Pero así se empieza”.
Empezaron a cubrir a los peruanos en la Major League Soccer, a seguir cada uno de sus pasos y ser referentes de otros medios nacionales que los contactaban. Buscaban ser la primera noticia de cualquier peruano que juegue en el fútbol norteamericano. Sea en la MLS, USL Championship (Segunda) o cualquier categoría.
Poco a poco, sin darse cuenta y casi sin querer, empezaron a descubrir nuevos casos como el de Gianluca Lapadula -italiano de raíces peruanas que hoy es nuestro goleador- que vivían en el norte de América y que no tenían esa vitrina como los dos peruanos-estadounidenses David Mejía y John Cortez, quienes jugaron en el amistoso que tuvo la Sub 20 (1-1) ante Uruguay el último martes.
“Los scouting de la federación se comunicaron conmigo y hablábamos una vez a la semana sobre determinados jugadores. Ellos también están haciendo un gran trabajo cazando talentos. Lo que pasa es que los torneos de acá son muy complejos porque hay varias divisiones, conferencias, etc. Ellos me llamaban, me decían el nombre y yo daba mi opinión”, indica Alonso que también trabaja para la cadena internacional DirecTV.
Si al Alonso de 16, con millones de sueños por delante, le hubieran dicho que su vida iba a ser como una película de Hollywood, quizá no lo hubiera creído. Pero sí ha pasado. Fue futbolista amateur, militar, héroe de guerra y ahora una especie de scout —con el respeto que se merecen los profesionales de esa rama— instalado en Estados Unidos, la tierra de las grandes oportunidades.