Desde finales de julio, cuando se coronó dos veces campeona mundial, Kimberly García fue invitada de honor en Palacio, la condecoraron en más de una municipalidad, los periodistas empezaron a escribirle con frecuencia, escaló de los 6 mil seguidores a los 34 mil en Instagram, y los niños comenzaron a decirle “quiero ser como tú”.
En medio de esa montaña rusa, en la que de un día para otro comenzó a existir para gente que no la conocía (y tampoco conocía su deporte, la marcha atlética), no faltaron los sabidos que sin consultarle colocaron su silueta al lado del candidato de turno, en afiches y gigantografías, en las recientes elecciones regionales y municipales.
La fama tiene esas consecuencias. Y ella lo supo desde que se dio cuenta de que todo lo que hacía ya no pasaba desapercibido. Para bien y para mal. Por eso, después de que las aguas se aquietaron un poco y los personajes de la farándula y la política volvieron a acaparar las portadas, Kimberly se fue de viaje con su familia y se tomó un mes sabático.
Hizo lo que desde hacía un año no podía: levantarse tarde y comer lo que quisiera sin remordimientos. Desde una torta de chocolate hasta un pollo broaster. Pero ya desde septiembre, su vida regresó a su cauce: amanecer con el día, entrenar seis veces por semana a doble horario, y responder preguntas de extraños cada tanto, como esta vez.
El miércoles despertó con su celular vibrando: la World Athletics, la FIFA del atletismo, la había etiquetado en una publicación en sus redes que la dejó impactada: había sido nominada a Mejor Atleta Femenina del Año, junto a una terna de otras nueve deportistas legendarias de distintos países.
A ella que después de irse con las manos vacías de Tokio 2020 se le cruzó por la cabeza jubilarse de las pistas y colgar sus zapatillas. “Pensé en retirarme. Fue un momento muy duro emocionalmente. Pensé que había llegado a mi tope, pero allí estuvo mi familia”, nos dice. Esa familia que lleva tatuada en un mensaje en el antebrazo izquierdo. Esa familia que a pesar de sus carencias se las ingenió para que ella pudiera continuar con sus anhelos de encumbrar a su país, cruzando una meta.
Referentes en su deporte no los tuvo. O en todo caso, se decepcionó más pronto que tarde. “Yo admiraba a un grupo de rusas que eran campeonas mundiales en mi disciplina hasta que dieron positivo en doping. Desde allí no he vuelto a admirar a ningún marchista”, admite. A Kimberly García le ha tocado el complejo encargo de marcarle el camino a los que vendrán en un deporte, como la marcha atlética que todavía es un enigma para el gran público y los medios de comunicación. Sabemos todavía muy poco de esta rama del atletismo donde se debe caminar con rapidez, moviendo las caderas durante más de 30 kilómetros.
Entrenador impago
La algarabía no impide que eleve sus reclamos. A su entrenador, el ecuatoriano Andrés Chocho, se le adeudan tres meses de sueldo y, por si fuera poco, el IPD todavía no le ha garantizado el presupuesto para sus carreras del próximo año. “Quiero que aseguren a mi entrenador. Con mi nominación él tiene ofertas por todas partes. Necesito que el IPD le haga un contrato”.
Este miércoles, Kimberly cumplirá 29 años. Tengamos la decencia de regalarle lo que por justicia merece.
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