Si lo piensan bien, enfrentar a Bivol era un disparate. Adentrarse, por decisión propia, en aguas turbulentas para tratar de desarbolar a la versión real de “Iván Drago” no tenía ningún sentido. Se podía perder mucho. El kirguís no solo representaba un riesgo por envergadura, imbatibilidad y movimiento de piernas, sino porque su reputación no le hacía honor a sus habilidades. Era un campeón del mundo incógnito, pero muy eficiente. Derrotar a un monarca, sin prensa, le hubiese sumado poco lustre a la carrera del Canelo. Subestimarlo ha sido un error grave. Y muy doloroso.
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