Serena Williams tuvo un comportamiento polémico en la final femenina del US Open 2018. (Foto: Reuters)
Serena Williams tuvo un comportamiento polémico en la final femenina del US Open 2018. (Foto: Reuters)
Jerónimo Pimentel

En la final del , a poco de ser superada por la joven afrojaponesa Naomi Osaka, recibió un aviso por recibir indicaciones de su entrenador, un comportamiento que está prohibido en las canchas de tenis. La respuesta de la multicampeona fue lamentable: utilizó la falta, que no reconoció, para iniciar una escalada impropia de una deportista de su categoría y trayectoria. Unos juegos después destruyó su raqueta contra el piso, lo que fue penalizado con un punto en contra, como manda el reglamento; y luego insultó al juez de silla, Carlos Ramos, lo que obligó que se la sancione con un juego. La reacción del público del Arthur Ashe fue penosa: abuchearon a Osaka, la campeona de apenas 20 años, al punto que la hicieron llorar y, en la ceremonia, prácticamente se disculpó por su triunfo. Una vergüenza.

Desde el punto de vista deportivo lo hecho por Ramos es correcto: la advertencia inicial fue merecida, en tanto los gestos de orientación del entrenador fueron reiterados y están claramente registrados por las cámaras de TV. Incluso el ‘coach’, el francés Patrick Mouratoglou, reconoció a la prensa que había estado tratando de orientarla. Pero la menor de las Williams, además de llamar “ladrón” al árbitro portugués, lo acusó de tener un comportamiento sexista. Ramos tiene fama de riguroso, actitud que le ha ganado reproches de Djokovic, Nadal y Murray, a quienes ha sancionado en torneos de Grand Slam en los últimos dos años por no servir a tiempo o tirar la raqueta, por citar dos ejemplos. Pero estos mismos ejemplos rebaten la idea de que Ramos pueda tener una tolerancia distinta con los hombres que con las mujeres.

Uno puede discutir la calidad de la norma, es decir, cuánto debe estar dispuesto a tolerar un juez de parte de los jugadores en un partido de alta tensión, pero difícilmente la aplicación de la norma ha creado un patrón de sesgo contra las mujeres. En este mismo torneo, como bien señala Ben Rothemberg en “The New York Times”, se han dado 23 multas a hombres por incumplir el código contra solo 9 penalizaciones a sus colegas. La historia del tenis está llena de exabruptos masculinos, de McEnroe a Kyrgios, y esta disciplina ha creado su reputación sobre la idea de no permitirlos. Williams, finalmente, tiene un largo historial de violencia verbal y ha sido la protagonista de no pocas groserías, como cuando amenazó con matar a una juez de línea por marcarle una falta de pie en el US Open del 2009.

El estallido de Serena Williams, tal vez la mejor tenista de todos los tiempos, tiene dos consecuencias funestas. La primera es trivializar una campaña legítima contra el sexismo en el deporte (más evidente en lo ocurrido a Alizé Cornet, dicho sea de paso) al utilizar esta causa para barajar su derrota. La segunda, impedirnos celebrar como es debido la aparición de una estupenda tenista, Naomi Osaka, quien bien merecía la atención que se ha llevado la norteamericana.

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