Redacción EC

La  de  fue lo que se esperaba: un viaje en el tiempo por todos los momentos gloriosos de la historia de Rusia, pero ello no impidió que los fuegos artificiales y la nieve dentro del prominente estadio Fisht, así como las originales coreografías y puestas en escena dejaran indiferentes a los casi 40.000 espectadores que asistieron al escenario a orillas del Mar Negro.

"Declaro inaugurados los XXII Juegos Olímpicos de Invierno", señaló enfundado en un traje típico soviético el presidente de , , la personificación de los Juegos, escoltado en el palco por los numerosos líderes mundiales que al contrario que los dirigentes de Estados Unidos, Francia o Alemania sí aceptaron la invitación.

El relevo de la antorcha llegó a su fin después de 65.000 kilómetros de viaje. El fuego fue pasando por las manos de varias leyendas rusas del deporte: la tenista rusa  se lo cedió a la atleta , ésta al ex luchador Alexander Karelin y el gigantón lo dejó en manos de la ex gimnasta Alina Kabaeva.

La llama encendió el pebetero finalmente con la ayuda de la ex patinadora artística Irina Rodnina y del ex jugador de hockey sobre hielo Vladislav Tretiak, ambos tres veces campeones olímpicos por la extinta Unión Soviética.

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