Mifflin y Chale de blanquirrojos. Se conocieron de niños. (Foto: Archivo Prensmart)
Mifflin y Chale de blanquirrojos. Se conocieron de niños. (Foto: Archivo Prensmart)
José Antonio Bragayrac

El primer triunfo de Perú en un Mundial se gestaría once años antes en una quinta de Magdalena. En una mañana de verano en la que y se conocieron. Ahí surgiría una química espontánea entre quienes, ya de adultos, conformarían la volante media de la selección peruana en el Mundial de México, y que aquel 2 de junio de 1970, en el estadio Jalisco de Guadalajara, protagonizarían un 3-2 monumental sobre Bulgaria.

MIRA: El golazo de zurda de Luis Advíncula en el reinicio de la Segunda División de España

Medio siglo después, el partido completo se transmitió en señal abierta, lo que propiciaría una repentina ebullición de nostalgia, sentimiento hecho parte ya de nuestra rutina diaria en estos tiempos difíciles de cuarentena. Con el brasileño Didí en el banquillo, la selección era una industria de picardía y proeza. Y ahí, entre figuras descollantes como Teófilo Cubillas, Héctor Chumpitaz, Alberto Gallardo y Pedro Pablo León, dos pillos brillaban con luz propia por su impresionante sincronización en el juego: el ‘Niño Terrible’ y el ‘Cabezón’. Con ellos la pelota iba de uno al otro con tal naturalidad que cada pase obligaba al elogio. Era la emoción aderezada en asombro.

ROBERTO, RAMÓN Y UNA PALOMILLADA

Roberto tenía 13 años. Por ese entonces jugaba en el Colegio Salesiano Don Bosco del Callao, donde debido a su buen juego, era incluido en categorías dos o tres años mayores. Sus días transcurrían entre Magdalena y el Callao. Su barrio y la pelota.

Era fin de semana – no recuerda si sábado o domingo- cuando, de pronto, tocan escandalosamente la puerta en de la quinta donde vivía Chale. El ‘Cabezón’, con una bolsa repleta de uniformes de fútbol, estaba ahí, esperándolo. “Ya sé que aquí el que manda eres tú, así que vamos a hacer un equipo”, le dijo a Roberto. Mifflin se había mudado al barrio de Magdalena –él vivía en Barranco- y se discutía quién de los dos era el mejor en la cancha. Aquella duda existencial había hecho difícil que se conozcan.

CONTENIDO PARA SUSCRIPTORES: ¿Por qué Ricardo Gareca no viajó a Argentina?

Mifflin lo recuerda otra manera. “Yo no fui a buscarlo a su casa, fui al colegio Don Bosco de Magdalena porque recién me había mudado y quería jugar. Ahí lo vi con su equipo, me acerqué y le dije, “bien feas tus camisetas, acá yo tengo unas nuevas”. Quería que con eso me metan al equipo”, recuerda.

“Fuimos a hacer el equipo y yo le cobraba 5 soles por uniforme a cada jugador. Le mostraba el dinero al ‘Cabezón’ y cuando él estiraba la mano… ¡zaaaas!, me lo metía al bolsillo. Así lo tenía hasta vender el último uniforme. Ese día vendí las dieciséis chompas y como él me había dicho que “sabía quién manda”, no le di ni un sol”, añade Chale.

“A la tarde de ese día íbamos a estrenar los uniformes. Estábamos en la cancha, cuando se mete un cura, que hace como que busca con la mirada hasta que ubica al ‘Cabezón’. “¡Oye, mocoso, devuélveme las chompas!, grita. ¡Resulta que Mifflin se las había robado! Saltamos la pared y nos fuimos corriendo. A la noche, el ‘Cabezón’ se aparece en mi quinta y cuando lo veo, le digo: “¡Esas chompas eran robadas! Eres un bandido igual que nosotros, así que ya eres uno de nosotros”. Años después, llevamos el barrio al Mundial”, cuenta el ‘Niño terrible’ y estalla una carcajada por el hilo telefónico.

Mifflin coincide, pero aclara que él terminó siendo el capitán del equipo. “Al final el cura nos regaló los uniformes. Pasa que en Barranco yo era el capitán de mi equipo y como tal, era el encargado de guardar los uniformes. Y como me mudé de un momento al otro, me llevé todo a Magdalena”, recalca Ramón y agrega: “Chale y yo jugábamos de 8, por eso en el barrio siempre se discutía quién de los dos era mejor, nos sacábamos pica”.

LEE TAMBIÉN: Casaretto: el ‘loco’ del ‘saltito’ y campeón de la Copa América 1975 que hoy lucha por su vida

UNA TRAGEDIA, UNA ALEGRÍA, UN BRINDIS

El 2 de junio de 1970 Perú entró a la cancha del estadio Jalisco de Guadalajara entre aplausos. Aniquilado porque dos días antes un terremoto había enlutado el país y la alegría por el debut mundialista terminó siendo desplazada por el drama. Con el ánimo a la altura de las canillas, el partido ante Bulgaria empezaba cuesta arriba con un gol rival antes del cuarto de hora.

Pero la épica se forja en tiempos difíciles y con el paso de los minutos las lágrimas se convirtieron en sudor. Y el equilibrio se fue gestando desde el mediocampo, con Chale y Mifflin como responsables. Acentuado finalmente el poderío peruano, llegarían los goles de Gallardo, Chumpitaz y Cubillas para la remontada y el resultado que serviría de ofrenda y también como consuelo para millones de peruanos golpeados por la tragedia en el Callejón de Huaylas.

- ¿Y luego de ganarle a Bulgaria qué se dijeron?

- No nos dijimos nada, al menos que recuerde. Pero luego del partido nos fuimos a cenar en la sede de concentración, que se llamaba Parador San Javier. Allí cada habitación era como una iglesia. Resulta que, entre los dirigentes, había uno que era de Defensor Lima y que también concentraba con nosotros.

Había mucha emoción por el resultado, pero pocas ganas de celebrar por lo que había desencadenado la desgracia. “A mí me había tocado concentrar con José Fernández y al ‘Cabezón’ con Hugo Sotil. Teníamos mucha tristeza por el terremoto, pero también satisfacción por lo que habíamos logrado. Luego de la cena, este dirigente me jala a mí y al ‘Cabezón’ y nos lleva a su habitación. Nos felicita y nos saca una botella de whisky”, cuenta Chale.

“Esa noche hicimos un solo brindis. Por el triunfo y por un país que lloraría un poquito menos gracias a ese partido. Brindamos con satisfacción, pero no dejó de ser triste. Luego, cada uno se fue a su habitación a dormir porque en unos días tocaba enfrentar a Marruecos”, finaliza Mifflin.

MÁS DT

VIDEOS RECOMENDADOS

Contenido sugerido

Contenido GEC