“La nacionalidad del gol peruano”, por Jerónimo Pimentel
“La nacionalidad del gol peruano”, por Jerónimo Pimentel
Jerónimo Pimentel

El facilismo invita a creer que apelando al linaje materno de , o al paterno de Ríos, o a la estadía infantil de Farrell, la selección peruana se fortalecerá. Seamos escépticos. También podemos imaginar cómo sería la interna de ese vestuario, cuántos intérpretes necesitaría Gareca para dar las indicaciones tácticas y cuál sería el bochorno a soportar cuando las cámaras enfoquen a esos rostros incómodos ante un himno que apenas conocen. Alguien podrá alegar que el fútbol es de por sí un idioma universal, pero tan cierto como eso es que un equipo no lo conforman 11 tipos reunidos por capricho bajo una bandera. Para que una selección funcione se necesita algo más, un hervor que se adquiere a fuerza de costumbre y tiempo. En el caso peruano, una manera de sufrir propia.

Cosa distinta es la naturalización de aquellos que, habiendo llegado al país y jugado en la liga local, han tenido tiempo para conocer el medio. Puede existir un legítimo deseo de ser parte de un destino compartido, que se cruza con la idea de agradecimiento al país que dio tanto la oportunidad laboral (material) como el cobijo (emocional, la familia). Tal es el caso de Cazulo, como antes lo fue el de Ibáñez o Quiroga. No seamos esencialistas ni sobrevaloremos la genética: la peruanidad se adquiere, sí, pero día a día, lentamente, hasta que pronto la Sunat deja un sobre con sello rojo debajo de la puerta.

El riesgo de no respetar estos tiempos afecta el prestigio institucional, pero también tiene consecuencias deportivas. Lo primero refiere a lo penoso que resulta rogar por una nacionalización que no sea se ansía de origen o, peor, que solo se demanda por descarte: ante la imposibilidad de representar a la patria verdadera, se escoge una segunda como mal menor para no desaprovechar la vitrina internacional. Jugar por un país no es lo mismo que competir por un club a cambio de dinero y la federación haría bien en conservar esa reserva de romanticismo. Lo segundo tiene que ver con el efecto negativo que estas nacionalizaciones de interés tendrán en el jugador peruano que lucha por una misma posición: desunión, rencillas, bandos y otras reacciones propias del gremio.

La selección peruana tiene infinidad de problemas. Algunos de ellos son sintomáticos, esto es, cuando el fútbol refleja defectos que se expresan en otros espacios, como la informalidad o la indisciplina (el deporte no es una isla). Es difícil librarse de estas rémoras en tanto la solución jamás es individual, sino estructural. Otros inconvenientes, en cambio, son producto de la falta de inteligencia, es decir, de la estupidez, y por tanto son subsanables. La ausencia de dirigentes profesionales, el cambio constante de entrenadores con distinto perfil y la creación de calendarios futbolísticos antojadizos son algunos ejemplos de ello. La nacionalización indiscriminada sería otro, y acaso el más penoso, porque revela desesperación y ofrece como recompensa no esa forma de honor que es llevar una camiseta nacional, sino la rentabilización de dicho status en transfermarket.com.

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