Por primera vez en años, nadie habla de Pizarro. Nadie lo pifea, nadie lo culpa. De hecho, cuando salió de la cancha para el ingreso de Ruidíaz, momento ideal para destruirlo, se fue escuchando el terrible silencio de un Nacional que alienta poco y nada. Pizarro se fue y por primera vez en años, la crítica era para Zambrano y su amarilla, para Farfán y su apuro o para Vargas y su lentitud. No para él.
Pero la anécdota no es la historia: Claudio Pizarro es un notable goleador, el mejor peruano de la historia en el extranjero, que anula sus condiciones cuando juega por Perú por la razón más elemental: no juega en su puesto. Los números que en Alemania lo endiosan -con justicia- en la selección lo condenan: seis goles en cinco Eliminatorias, un promedio imposible para atacantes de ese nivel. Un Zamorano, un Roque o un Caicedo, por citar a tres ‘9’ cracks sudamericanos como él, no resistirían a la crítica. Porque Pizarro es ‘9’.
A los 37 años y con todos los récords batidos en Bundesliga, Claudio Pizarro deja la selección con la misma sensación con la que debutó hace quince años: ser un centroatacante de enormes cualidades que debe hacer todavía más que eso, es decir, salir del área, asociarse, jugar. Lo creyeron sus entrenadores en selección -de Autuori a Gareca-, que se negaron la posibilidad de jugar o con Guerrero o con Pizarro por distintas razones. También él, que siempre quiso jugar aún cuando eso lo expusiera delante de todos. Como si ser suplente fuera un insulto y anulara su carrera en Alemania, lo que terminaron haciendo sus técnicos en Perú fue anular sus reales opciones de influencia en la cancha. Lo pusieron a arreglar el auto del que solo debía ser piloto. De ‘9’ hace historia, en otro puesto es histeria.
Doce años después del debut de Paolo Guerrero, la selección peruana confirma la tendencia: el doble ‘9’ con Pizarro es una lamentable pérdida. No se discuten su influencia ni su liderazgo, menos su prestigio, sino su eficacia. Y fuera del área, como anoche ante el discreto Venezuela, Pizarro se va de la cancha sin que nadie se dé cuenta. Jugar así pone a Perú en una situación de lujo que no merece: pierde a dos hombres. A Guerrero, que se obliga a salir de la última zona para rotar y volverse predecible. Y a Pizarro mismo. Así por tantos años.
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— El Comercio (@elcomercio) 25 de marzo de 2016
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