“Vas a ver cómo tiembla la Bombonera”, me dice Lucas, el taxista que contacté a través de una aplicación desde San Telmo, Buenos Aires, para llegar al mítico estadio Alberto José Armando. El camino será breve, menos de quince minutos hacia la casa de Boca Juniors, aunque suficiente para ser prevenido de los efectos casi sísmicos de una pasión. Eran menos de las seis de la tarde del domingo 1 de octubre del 2017 y estaba a punto de jugarse el partido entre los xeneizes y Chacarita Juniors. Había pronóstico de lluvia. A cuatro días del esperado Argentina-Perú, esa profecía climática hacía mucho ruido. Más ruido que cualquier tribuna remecida por el incondicional aliento.
Sebastián Vignolo, polémico conductor de la cadena internacional Fox Sports, se ponía algo nervioso en su set de televisión, mientras discutía la pertinencia de que se juegue ese encuentro. “Argentina se juega la clasificación al Mundial, ojalá la cancha no se convierta en un desastre”, le decía el ‘Pollo’ a sus panelistas. A cinco minutos de bajar del vehículo, Lucas trata de improvisar como si fuera un “hombre del tiempo” y me dice que camine tranquilo al estadio, que la lluvia me va a agarrar en medio del partido. En una mochila negra llevo un paraguas portátil que me prepara para cualquier precipitación. Mi primer reporte periodístico esa noche fue que no tuve necesidad de usarlo.
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Ya había empezado el Boca-Chacarita y la cancha de la Bombonera no lucía una de sus mejores versiones. Con un partido del torneo argentino disputado en medio de una lluvia torrencial era difícil esperar que ese césped llegara al cien por ciento para un compromiso de Eliminatorias mundialistas. “En el Perú han suspendido el torneo, han suspendido conciertos para cuidar su estadio antes de jugar ante Colombia. Ellos quieren ir al Mundial”, le responde Óscar Ruggeri a Vignolo. El ex defensor argentino, campeón del Mundo en México 86, entendía que programar un partido del fútbol local en esos días era cruzar los límites de la impertinencia en la hora más urgente.
Muy rápido había anotado Christian Pavón para Boca Juniors ante Chacarita. Iba a ser un 1-0 inamovible en un cotejo con escasas emociones, aunque con tribunas en permanente movimiento. Era cierto lo que apuntaba Lucas como taxista-guía turístico. La Bombonera tiembla. Más aún si juega Boca. Por minutos, los apocalípticos presagios del clima fueron olvidados. Recién en el minuto 88 comenzaron a caer las primeras gotas de una lluvia que duró algo más de una hora. La cancha boquense esta vez no se iba a dañar. Apenas terminó el partido, directivos y personas cercanas al comando técnico a la selección blanquirroja nos escribieron a los pocos periodistas peruanos que estábamos en la Bombonera. “No llovió mientras estaban jugando”, les escribimos. Ese mensaje de Whatsapp no necesitaba más detalles para convertirse en una buena noticia. Las estadísticas nunca mienten. Cuando llueve, los planes de las selecciones peruanas casi siempre resbalan.
Ocurrió en 1985, con el gol mortal de Ricardo Gareca. Ocurrió en el 2009 con posición adelantada de Palermo y chapuzón de Diego Armando Maradona. Lluvia de visita ante Argentina es jugar en desventaja. Y no solo ante los albicelestes. Dos horas antes del Venezuela-Perú en Maturín, Nolberto Solano salió a la puerta del hotel “La Cascada” para confirmar que estaba lloviendo y puso la peor cara de cuando era jugador y uno de sus tiros libres se iba a las tribunas. Ante la ‘vinotinto’ fue empate 2-2 de visita; sin embargo, en las primeras acciones los jugadores peruanos resbalaron en muchos momentos. Antes de viajar a Buenos Aires, el cuerpo técnico bicolor pidió entrenar en la Videna de San Luis con el campo mojado. De todas maneras, saber que la cancha iba a lucir intacta aliviaba un poco en esas horas de estrés y elevada expectativa. Gareca subió al avión tranquilo hacia Buenos Aires, a pesar de que cargaba con un papel protagónico en la historia que revivía 32 años después. Un rol estelar en los antecedentes que no quería llevar como equipaje de mano.
“Velásquez pelea la pelota, aparece Maradona, la tiene Cueto, cruza impresionante Cueto… allí está Barbadillo, sigue Barbadillo… goooooool peruano… en el Monumental de River, Perú le gana 2-1 a la Argentina”.
Por los audífonos del set del programa radial “Tiempo de Juego” de Cadena 3 se escucha esta reproducción del gol peruano aquel 30 de junio de 1985. Minutos después, Ricardo Gareca sellaba el 2-2 que nos mandó al fallido repechaje ante Chile. Es una suerte de nostálgica bienvenida a periodistas peruanos que hemos sido invitados para esta edición del 2 de octubre del 2017. En la conducción están el periodista Diego Borinsky y el conocido narrador Gustavo Vergara. Borinsky además es escritor –su perfil de Marcelo Gallardo (“Gallardo Monumental”) se sigue vendiendo en importantes cantidades en las librerías de Argentina– y fue editor de las últimas publicaciones impresas de la legendaria revista “El Gráfico”. “Hay mucha tensión como verás, se hicieron muchas cosas mal y hemos llegado a esto”, explica en un café a dos cuadras de su oficina. Estamos en la avenida Viamonte, Cadena 3 se ubica en el piso 13 de un edificio viejo a unos 500 metros de la transitada calle Florida, donde se concentra el comercio de esta zona céntrica de Buenos Aires Capital Federal. Hemos pedido dos expresos muy cargados. Nos tomábamos el café que, según Borinsky, merecía todo el plantel dirigido por Jorge Sampaoli.
“Nosotros tenemos mejores jugadores y somos locales. Pero reconozcamos que Perú llega mejor que la Argentina”, repite el ‘Pollo’ Vignolo en su programa televisivo del 3 de octubre. La selección de Jorge Sampaoli tenía que ganarle al cuadro blanquirrojo para no depender de otros resultados en su ruta hacia la Copa del Mundo Rusia 2018. El empate previo ante Venezuela en el Monumental de River reducía al mínimo cualquier margen de error. Al frente, aparecía un rival en veloz escalada después de sumar seis puntos en la anterior fecha doble. La expectativa en cada hincha peruano se había elevado a índices difíciles de calcular hasta la noche que el plantel bicolor llegó al aeropuerto de Ezeiza. Más de tres mil fanáticos con banderas, uniformes oficiales y cánticos incansables hicieron del territorio ajeno un espacio desbordado de buenos aires.
Locales otra vez
Perú llegó a Argentina el 4 de octubre del 2017, cerca de las ocho de la noche. El aeropuerto principal de este país fue tomado por miles de compatriotas, era convincente y conmovedor lo que se vivía. Una marea de fidelidad y entusiasmo, la tribal manifestación de un credo. “Merecen ir a un Mundial, Perú merece ir a un Mundial”, decía afanoso el experimentado periodista Aldo Proietto en el programa “Fox Radio”. El traslado hacia el hotel Intercontinental, ubicado a diez minutos del Obelisco, fue de casi una hora. En la puerta donde la bicolor iba a concentrar también había presencia masiva de peruanos. “Están en todos lados”, nos dijo la noche anterior Roque, el mesero principal de “1880″, una de los principales restaurantes de carnes en San Telmo. La vista desde el hall principal del Intercontinental era impresionante. Tenía razón Roque, habíamos copado todo. Cerca de la cafetería del primer piso del Intercontinental apareció Franco Navarro, uno de los más sufridos en esa caída peruana en 1985. La selección nacional estaba comenzando a reconciliarse con la historia. Y este ex delantero quería verlo desde primera fila.
“Es especial y es inevitable recordar ese partido del 85. Pedí permiso de mi club UTC hace meses para venir a este cotejo. Algo me decía que iba a ser especial. Era bueno tenerles fe a los muchachos”, me decía Franco acomodándose una casaca azul que lo iba a proteger de una lluvia que nunca llegó. A Navarro lo lesionaron de gravedad en ese 2-2 del Monumental de Núñez, esa patada de Julián Camino, en medio de un lodazal, simbolizó el dolor más profundo de quedar casi fuera de México 86.
- “¿Y cuál sería la carta de Perú ante Argentina, Franco?”.
- “Hay que aprovechar las pocas oportunidades que tengamos. Y tenemos a Paolo Guerrero que siempre puede arreglárselas solo”.
Invocado por Navarro, Paolo fue uno de los primeros en aparecer en el hotel Intercontinental. Siempre el más ovacionado, siempre dando muestras de ser un futbolista con consenso. Guerrero estaba cerca de subir a su cuarto, pero un niño de unos once años lo detuvo. No tenía una camiseta blanquirroja, no tenía un bolígrafo con tinta indeleble para el autógrafo. El niño solo quería abrazarlo. La foto al día siguiente se convirtió en uno de los virales en la antesala del partido.
Al día siguiente, en la mañana del 5 de octubre, Ricardo Gareca volvía a casa. Como era una de sus costumbres, la selección no hizo reconocimiento del campo rival en la víspera, pero realizó una sesión de ensayos tácticos a primera hora en el mismo día del partido. El campo elegido había sido el centro de operaciones del ‘Tigre’ por cinco años. El estadio José Amalfitani del club Vélez Sarsfield estaba a más de treinta minutos del centro de Buenos Aires. Ese detalle tampoco desanimó a los hinchas de la blanquirroja, hubo compañía leal hasta obligar a dos patrulleros de policías a intervenir para mantener la calma en esa zona residencial y calmada. Gareca, hincha de Vélez por herencia paterna y fanático en su adolescencia de Carlos Bianchi, esperó la etapa de cierre de su carrera como jugador para jugar por este club. Eran los finales de los años noventa, y el ‘Flaco’ lucía un ‘look’ similar a los integrantes del grupo de rock “Soda Stereo”. Aunque nunca lo ha declarado, periodistas de la época interpretaron su retorno a Argentina como una búsqueda de ser llamado por Carlos Salvador Bilardo para disputar el Mundial Italia 90. Otra vez quedó fuera de ese álbum de figuras.
Cuidadoso de los campos de juego para entrenar, de buscar siempre el primer nivel en las instalaciones, Gareca no dudó un minuto en elegir la cancha de Vélez para sus trabajos en Buenos Aires. Conocía muy bien el recinto al haber dirigido por cinco temporadas al cuadro de Liniers con la obtención de cuatro títulos. Querido y respetado, el ‘Flaco’ daba la sensación de abrir todas las puertas del estadio con su sola presencia. En el día más difícil como visitante, cualquier estrategia era útil para sentirse local.
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Una de las últimas dudas para definir ese once de Perú en la Bombonera era el arquero. Cuando la selección salió del Amalfitani rumbo al bus, Pedro Gallese todavía lucía hinchazón en el dedo pulgar de la mano derecha. Sin duda, era el último asunto que el ‘Tigre’ tenía que resolver antes de saltar a la cancha de una exaltada Bombonera. Horas antes del duelo, se había confirmado que el club Boca Juniors había gestionado miles de boletos de cortesía para la conocida (y temida) barra “La 12″. A cinco cuadras del estadio, un técnico argentino trataba de adelantarse a esas decisiones de Ricardo Gareca. Mariano Soso había sido campeón en el Perú el año anterior con Sporting Cristal y vivía sus primeros días como entrenador de Gimnasia y Esgrima de la Plata. Con una casaca de cuero y un jean azul, Soso enfrentaba los efectos del otoño porteño: viento potente y algo frío:
-”Mi duda tiene que ver con el sector medio. ¿Quién va a reemplazar a Cueva?”, me pregunta en el set de una cadena internacional que está haciendo una transmisión en vivo y en directo.
Tuvo mucho trabajo el equipo de prensa y de seguridad de la selección peruana antes del inicio del partido ante Argentina. En los camerinos visitantes de la Bombonera se habían instalado fotos de Macchu Picchu a manera de saludo. Antes que llegara Gareca con sus dirigidos, se ordenó cubrir esas imágenes. En la maravilla del mundo peruana predomina el color verde. Una tonalidad de mal agüero para el ‘Tigre’. Había que cuidar el mínimo detalle.
Para esos momentos ya se informaba que Gallese había sido habilitado, que Miguel Araujo iba a reemplazar a Christian Ramos y que Jefferson Farfán después de mucho tiempo iba a jugar junto a Paolo Guerrero cubriendo el lugar de André Carrillo. ¿Y quién entraba por Cueva? Ricardo Gareca ubicó en ese sector medio a Sergio Peña. Más que buscar creatividad de juego, quería reforzar las marcas. Estaba Lionel Messi, había que rodearlo y cubrirlo con postas. Ese tipo de sistemas es uno de los que más estresa a la ‘Pulga’ argentina. Su frustración retratada en las fotos difundidas por las agencias fue otra victoria de Gareca y compañía. Fue un operativo para jugarle a Argentina en compás de espera, con puños apretados y con el sacrificio de esperar ese vendaval de ataques sin ceder un solo gol. Así fue.
Las llaves de San Pedro
Al final no fueron quinientos sino casi dos mil peruanos en la Bombonera, todos ubicados en la zona visitante, en la parte más alta (tercer nivel) de la tribuna popular. Ninguno en silencio y todos en un estadio cardiaco llevado al extremo por la ansiedad del fútbol. Por supuesto que tembló la Bombonera de Boca. Remeció, por ejemplo, en cada atajada de Pedro Gallese. Ese arquero que nos dio clases magistrales de lo que significa poner el pecho cuando más te necesitan. Tembló, también, en cada anticipo de Alberto Rodríguez o cuando Miguel Araujo se ‘reencarnó’ en un muro sin lamentos. Hasta aquí se sintió el sismo, pero el epicentro estuvo algo lejos. Dicen que fue en el mismo corazón de treinta millones de peruanos.
Qué partido tuvieron que hacer los dirigidos por Ricardo Gareca. Nunca tan bien de la cabeza, nunca tan imperturbables a pesar de la avalancha argentina. Nunca como ahora, Perú hizo todas las tareas. Presión, marcas escalonadas, posiciones coordinadas y un Gallese que debe haber apagado su celular esa noche. El teléfono del agente debió sonar sin pausas. Lo querían de todos lados.
Se fue cumpliendo cada objetivo en el planteamiento del ‘Tigre’ Gareca. Soportar el cero en los primeros treinta minutos, jugar con la desesperación de ellos y buscar algún espacio para Paolo Guerrero o Farfán. Es verdad que fallaron cerca del arco los albicelestes y que Lionel Messi buscó incontables explicaciones por las oportunidades de gol que desperdició (sobre todo, ese palo en el arranque del segundo tiempo). Argentina fue al frente, nadie podrá negarlo. Pero la Blanquirroja tuvo inteligencia y valentía. Es un equipo que no solo era Paolo. Era un equipo guerrero.
Perú dejó la impresión, sin ánimos de ser muy blandos en el análisis, que hizo el mejor papel dentro de sus posibilidades. Y claro que pudo ganar. Nos mordimos los labios y miramos al cielo cuando Farfán la mandó afuera. Pedimos un médico cuando Romero le atajó el tiro libre a Paolo en los descuentos. Abrazamos al primer peruano que vimos después del pitazo de Sampaio. Pedimos permiso para dejar que alguna lágrima caiga después de tanta tensión.
Al cerrarse el encuentro y el 0-0 final, Javier Mascherano le conversa a Lionel Messi apurando el paso rumbo al camerino. Un miembro del comando técnico de Sampaoli les ha dicho que sus posibilidades de llegar a Rusia se aferraban a una victoria en Quito, porque Paraguay le había ganado a Colombia como visitante. A unos quinientos metros de ellos, Paolo Guerrero declara para la prensa peruana hasta que le piden apurar al paso hacia los camerinos del recinto xeneize. El ‘Depredador’, junto a Edison Flores, iba a pasar el control antidopaje de ese cotejo. Dos meses después, sus muestras de orina arrojaron un resultado analítico adverso y fue sancionado por la FIFA por dopaje. Esa tensión aún era impredecible. Lo que tocaba en esas últimas horas en Buenos Aires era aplaudir la entereza para sostener ese empate.
Emotivo y aguerrido. Con los dientes, Perú. Sí, tembló la Bombonera. No fue tanto en el arranque donde más se escuchó la música de Ataque 77 o Babasónicos (debilidades del rockero Sampaoli). Quizá el aliento subió el volumen en los inicios de cada tiempo. El verdadero remezón, el que hizo vibrar todo en Buenos Aires, se sintió después del pitazo final. Por esos días, la selección peruana se había convertido en un terremoto futbolístico. En esas Eliminatorias para Rusia 2018 ya hacía temblar a cualquiera.
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