Nunca hubo necesidad de buscarle un alias. Si Vargas era el Loco, Pizarro el Bombardero o Farfán la Foca, Paolo era así, de cuna. Es lo que dicen de los elegidos: hay una mano que los toca mucho antes de nacer. Puede ser Dios o también la señorita que firma el documento de la Reniec: se llamará Paolo Guerrero. Su biografía se encargó luego de hacerle justicia, desde el día que que tomó maletas para Múnich a los 17 años, o en ese primer partido en Lima con la selección, ante Chile —aquel gol del rebote— en el Nacional. O la noche del 10 octubre del 2017 en que no escuchó a nadie, respiró profundo y pateó el tiro libre más esperado de los 200 años de nuestra historia republicana. La verdad estaba en su apellido. Paolo siempre fue Guerrero. Y guerrero.
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Sobre lo que pasó en ese instante, minuto 76 del partido contra Colombia por las Eliminatorias a Rusia 2018, trata esta historia. Y de cómo un reportero gráfico de El Comercio tomó esa foto subido en una silla, con un ojo cerrado.
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En el pie, un cañón y en el pecho, una almohada. Y experto en jugar de Llanero Solitario. De hecho, si uno tuviera que elegir qué tipo de futbolista es Paolo Guerrero (Lima, 1984), qué tipo de crack le presentó el Perú al planeta en su regreso a los Mundiales, tendría que decir que es una carísima mezcla de ‘9’ con talento y sacrificio. Más goleador que Cubillas, tan decisivo como Uribe en el 81, el capitán de Perú es un atacante con notable eficacia para el gol, un cazador que merodea, a tal punto que hoy es el máximo artillero peruano de selecciones en la historia (36). Su influencia en el marcador, sin embargo, se refleja también en el clima: el Estadio Nacional se llena por Guerrero. El aeropuerto se llena cuando llega Guerrero. Instagram revienta cuando hace un streaming Guerrero. La vida de la selección es un poco más feliz cuando sale del vestuario Guerrero. Es una bendición extraña e inexplicable que, como todo en el fútbol –ese tema menor–, solo debe agradecerse.
Todo eso sabía Rolly Reyna, uno de los reporteros gráficos más experimentados en coberturas deportivas de El Comercio, que ha seguido a la selección en altura, frío, selva. Que reconoce a los jugadores de espaldas, o por cómo caminan, o lee los labios a través de su lente 400 mm en Videna, tratando de encontrar alguna explicación para lo que ha sucedido en la práctica o lo que está por ocurrir. “Cuando vi a Paolo retroceder tres pasos -dice hoy, mientras se alista a tomar un vuelo al VRAEM-, lo primero que pensé fue si mi silla podía resistir mi peso: me iba a subir encima para tener una mejor visión. Casi en puntitas de pie, me moví. Yo había visto entrenar a Paolo y sabía que podía mandar un patadón. Tenía una chance”. Las cámaras fotográficas de hoy no necesita película pero sí un guion: saber qué está pasando en la cancha, y lo valioso de cada minuto que pasa, sea derrota o triunfo momentáneo. Reyna sabía, como aquella vez en que subió a un helicóptero en Tiwinza para fotografiar la muerte de la Guerra con el Ecuador de 1995, que alguien se estaba jugando la vida ahí mismo.
Él, por un lado. Paolo, por otro.
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Rolly Reyna nació en Cañete. Es fotógrafo por curiosidad, y es de los mejores que conozco por talento. Trabajó en El Comercio hasta el 2020 y en esos años no solo ganaba los premios a la excelencia del diario, los Padre Urías: los coleccionaba. El día de partido contra Colombia se preparó como era costumbre: tres horas antes para limpiar el lente de 400 mm, una charla con la Mark IV Cannon asignada, su compañera, y lo más importante, una revisión en la web de las posibilidades de Perú esa noche, cuarto en la tabla de posiciones, y todo lo que definía ese encuentro. Nos cruzamos en el hall del diario, tipo 4 de la tarde, y quedamos en ir juntos. Incluso luego ir por una cervezas. “Quiero estar 3 horas antes, Villeguitas. Si no puedes, allá nos vemos”. Como es fácil de suponer, no pude: no había almorzado, no había cerrado mis notas en DT y no habíamos tenido la reunión de status con el editor. Sin ella, no se sale.
Lo vi irse con una silla con patas de aluminio y asiento de lona, que le sumaba un par de kilos a su pesada mochila. Le costó 7 soles en Abancay.
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Fueron en total diez fotos que capturó la Mark Canon E0S-1D X de Rolly Reyna. Diez para poder ser publicadas: toda la secuencia del gol de Guerrero, desde que Aldo Corzo arriesgó una cirugía de rostro. Una resolución de 5184 x 3320 pixeles, un peso promedio de 2.03MB, a las 10:07:37seg del inolvidable 10 de octubre del 2017. Yo estuve ese día en el estadio y recuerdo decenas de cámaras apuntando a Paolo Guerrero, o a su pie, buscándolo en los card de sus máquinas, algunos acongojados y otros perdidos, como si este gol esperado desde las Eliminatorias 1982 fuera, apenas, una patadita.
El Nacional estaba poseído. Dios se había acordado de nosotros.
A lo lejos, desde occidente, Rolly Reyna siguió flasheando luego del 1-1, porque el partido no acababa.
—“Yo no vi la cámara hasta que volví al estadio. Pero sabes, comprobé eso que que decían mis maestros: en el fútbol, acá abajo, no miras el partido. Lo inmortalizas. Lo que hubiera sido no estar atento”, dice hoy.
Esa noche del 2017, él también clasificó al Mundial. Y hasta allá pensó llevar su silla.
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