Establecer los argumentos de una victoria de la selección peruana tan esperada puede que resulte peligroso para un corazón que resume el éxtasis en un instante: cuando Piero Quispe despega la mirada del suelo y ejecuta un centro impecable para que Miguel Araujo se eleve con una técnica perfecta y defina de un cabezazo que bien pudo tener la fuerza de un tanque o la contundencia de un misil, pero sobre todo el deseo contenido de un país por ganar.
Podemos decir que el Uruguay del viernes padeció de todas las debilidades que convierten a una selección competitiva en un rival excesivamente accesible. Quizá, agregar que los charrúas se mostraron -o mejor dicho, deslucieron- gracias a una grieta abismal entre lo que imaginaba Marcelo Bielsa y lo que sucedía en la cancha. Podemos, pero la victoria obliga a endulzarnos responsablemente en el elogio a los nuestros. ¿Por qué no?
Un Perú abaratado por el último lugar en la tabla y más de un año si acertar en ocho partidos, necesitaba de argumentos sólidos para resolver con eficacia frente a un Uruguay que, aunque indispuesto por las declaraciones de Luis Suárez hacia Bielsa, en la previa podía presumir de saberse un equipo bastante superior que los dirigidos por Fossati.
El entrenador uruguayo ayudó en algo. Primero con la peligrosa apuesta de darle la posición de carrilero a Alexander Callens, decisión que hizo padecer a Perú en la primera media hora. Luego estuvo el riesgo de colocar a Oliver Sonne de interior por derecha. Sin embargo, y contrario a lo que mostraba el partido, la Bicolor supo adaptarse y sobrellevar las improvisaciones que finalmente, a lo largo, dieron resultados. En parte gracias al sacrificio total del equipo y en parte a la sorpresiva insolvencia uruguaya para gestar peligro.
Conforme Uruguay se iba disolviendo en sus limitaciones para encontrar buenos argumentos de ataque, la última media hora fue un protagonismo creciente para Perú. Primero porque terminó de consolidar una muy buena actuación de la línea defensiva, donde Carlos Zambrano sobresalió por su jerarquía: carnicero para el corte, pero a la vez cirujano en la poda milimétrica de los esfuerzos rivales.
En el mediocampo, al sobresaliente rendimiento de Jesús Castillo se impuso el asombro por un Sergio Peña que tradujo el liderazgo y la lucidez de Christian Cueva en un juego más práctico y útil para encontrar espacios, temporizar la pelota y guiar a Perú hacia el arco de Rochet. Acusado muchas veces de jugar con frío en el pecho, ante Uruguay hizo gala de la mejor versión en el puesto.
La cereza del pastel la puso Miguel Araujo, quien apareció en el lugar y momento exactos para elevarse y meter un cabezazo perfecta tras un centro para el elogio de Piero Quispe.
El Uno x Uno
- Los titulares
Pedro Gallese (6): Sin sobresaltos y con pocas intervenciones, no lució pero tampoco desentonó. Hizo lo esperado cada vez que intervino. Fue quizá el partido que menos demandó el buen nivel de Gallese.
Miguel Araujo (8): Efectivo para anticipar y salir jugando, reventó cuando era necesario, pero también fue útil para salir con la pelota al piso, con pase y pared. Se elevó salvajemente para meter el cabezazo y darnos el triunfo gracias a su buen juego aéreo y su buena disposición para el ataque.
Carlos Zambrano (8): Bien ubicado y presto para el anticipo o el golpe, se volvió un dolor de cabeza para Núñez y cía. Un elogio al orden, la voluntad y el sacrificio. Vive intensamente sus 35 años como un veterano de guerra, un comandante que dirige y da seguridad, siempre.
Luis Abram (7): Creció hasta convertirse en el complemento idóneo para aplacar los intentos charrúas, aunque con algunos errores no forzados. Fue clave en los cruces y para los despejes que daban oxígeno y tranquilidad. El tercer hombre clave para una defensa que rindió al más alto nivel.
Alexander Callens (6): Improvisado de carrilero, padeció de impreciso. Su potencia, que imaginó Fossati podía ser útil, se anuló por la poca pericia para el puesto. Sin embargo nunca bajó la guarda y siguió intentando, propuso y luchó todas. Le costó pero se las arregló hasta que fue cambiado.
Sergio Peña (8): Rápido y preciso, le dio los mejores argumentos a Perú en ataque. El que más se atrevió: remató, corrió, metió y lució para el elogio. Su mejor partido con la selección peruana en un partido de alta competencia. Es, por fin, el conductor que tanto necesitábamos.
Jesús Castillo (7): Inteligente para comerse el mediocampo, concentrado para cortar y recuperar, se hizo cargo de que Uruguay padezca más de la cuenta. Tres pulmones y una capacidad de ubicación rigurosa lo convirtieron en uno de los mejores en la Bicolor.
Oliver Sonne (6): Falto de malicia, le costó acomodarse como interior, poco a poco fue agarrando confianza, cambió de posición para ser sobresaliente. Aunque tuvo un primer tiempo de muchas dudas y corto para atreverse, fue asumiendo su rol de actor de reparto hasta, incluso, lucirse.
Andy Polo (5): Insuficiente para la tarea de buscar la banda y generar peligro, apareció poco. No termina de ser su mejor versión conocida, pero insiste. De los más bajos en el cuadro patrio.
Edison Flores (5): Tuvo la más clara en ataque producto de una mala salida rival, pero no supo decidir. Sin explosión, sin cambio de ritmo, hizo lo que pudo. Ha perdido recorrido, potencia y velocidad. Optó siempre por el toque corto, tampoco remató de larga distancia, característica que lo hacía importante.
Alex Valera (6): La falta de oficio la compensó con su entusiasmo. Está lejos de ser el hombre gol que exige el puesto, pero su esfuerzo es para el aplauso.
- Los cambios:
Bryan Reyna (6): Encarador y habilidoso, puso en aprietos a los charrúas.
Piero Quispe (6): Intentó ser el conductor, sacó el centro perfecto para el gol de Araujo.
Jean Pierre Archimbaud (5): En pulmón para correr detrás de todos los uruguayos. Hizo la tarea.
Luis Ramos (5): Los nervios del debut lo opacaron, pero no desentonó para el sacrificio.
Renzo Garcés (-): Ingresó a poco del final para despejar toda pelota que traiga peligro.