Miguel Villegas

. Treinta años. Su biografía podría ser película, su liderazgo ya no se discute y su peruanidad nos alcanza a todos, sobre todo a los que hacemos lo que nos da la gana en vacaciones. Ya no es influyente solo cuando juega, o se vuelve goleador del ciclo Qatar 2022 (5), cuando se asocia o gambetea; también en el playlist: hoy los partidos de la selección se abren con el Contigo Perú y se cierran con El Cervecero. El tramo final de Eliminatoria lo devolvió en estado de gracia y en sus pies hay paz porque en su cabeza hay paz. Debe ser por eso que en el repechaje, mientras pasaban los minutos, los almuerzos se enfriaban y el gol no caía, la pregunta era: ¿Dónde está Cuevita? ¿Por qué no está jugando?

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Bueno, no estuvo. Jugó un partido muy discreto, contagiado por una selección agobiada y lenta, sin sorpresa y sin patada al arco. Y aunque se notaba que lo quería pelear, que intentaba, que buscaba al fantasma de Yotún para asociarse, un calambre doble acabó con el drama. Fue la presión, el país encima o sencillamente un calambre. Y sin Cueva, Perú es apenas un equipo, no una selección.

Básicamente, porque ese Cueva, mejorado desde el físico y más robusta la cabeza, es el líder del vestuario peruano. Para hoy y para mañana, cuando haya que cargar con el equipo -ahora sí- sin Paolo ni Jefferson. Y empujar a los que vienen, Peña, Concha o Iberico. Dueño ya del número 10 de Perú, 91 partidos, 15 goles en la tabla histórica y un apellido multiplicado por miles en las espaldas de los niños que se ponen una camiseta peruana, el Cholo tiene la enorme misión ahora de extender su vigencia hacia el siguiente proceso eliminatorio. Con Gareca y, sobre todo, sin él. Menos fiesta y más gym. Menos apanado y más memoria.

En esta hora de derrota, cuando hay que recoger el corazón de nuestros niños y tratar de pegarlo, que lo ocurrido con él sirva para el futuro: a los líderes hay que tenerles paciencia, se construyen. En el Perú, además, tardan. Y como no nos sobran, antes de solo juzgarlos, hay que entenderlos.

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