Hay al menos un puñado de teorías en relación a cómo curar una herida. Pasando por alto los apuntes minuciosos de la ciencia, habrá quienes recomienden distintos tipos de sanación: la revancha, dejar pasar el tiempo o hasta el olvido. De todas las posibles alternativas a ennumerar, Juan Reynoso apeló al silencio. Y no lo tiene que decir él, lo hemos visto todos.
Anoche, a 26 años exactos de la dolorosa derrota sufrida por la selección peruana en Santiago (4-0), y a la que le prosiguió el no clasificar a Francia 98, no se le encontró un remedio al mal recuerdo. Reynoso, capitán del equipo apabullado ese 12 de octubre de 1997, se reconvirtió en un exitoso director técnico, y si alguna gran expectativa aguardaba su nombramiento era el duelo que protagonizaría en su visita a Chile por la tercera jornada de las presentes Eliminatorias.
Por todo lo dicho, llama poderosamente la atención lo que Perú ofreció en el Estadio Monumental David Arellano de Colo Colo. A diferencia de lo vivido hace casi una treintena de años, esta vez no hubo hostilidades sistemáticas en el aeropuerto o en la concentración, tampoco agresiones plausibles por parte de hinchas y carabineros ni mucho menos se pifió nuestro himno nacional.
El silencio provino de las pocas explicaciones posibles para el ensayo de Andy Polo como volante por izquierda, cuando habitualmente funge como lateral derecho; el haber alineado a Aldo Corzo y Luis Advíncula juntos, tal vez por la presencia de Oliver Sonne como recambio en la banca; la incapacidad de ganar el primer o segundo balón tras los saques de meta o a las escasas oportunidades que genera Perú desde lo táctico, que abusa de las innegables aptitudes que el DT tiene para cohesionar un esquema defensivo.
Defender, se sabe, no es una mala palabra. Por el contrario, hacerlo oportunamente tiene el potencial de ofrecer grandes satisfacciones si se conjuga el oficio y el talento. Nada de ello es cercano a no intentar incursiones en el área rival ni mucho menos renunciar a los cincuenta o sesenta primeros minutos de un partido para luego ver qué sale de los pies y del ingenio de los seleccionados. No fue hasta el gol del chileno Diego Valdés (71′) que Perú salió a buscar el encuentro, lo cual propició, finalmente, el desorden que sobrevino en el autogol de Marcos López (91′) producto de una jugada rápida. Dos a cero y a Lima sin nada.
Sin embargo, lo más preocupante es que, aunque los integrantes de la Bicolor tienen un respeto evidente sobre lo planificado, se ha perdido el sentido de urgencia en torno a qué hacer en cada momento y cuando es requerido. Muchos pasajes de los partidos ante Paraguay y Chile son una muestra latente de que la priorización del esquema defensivo ha hecho mella en la sorpresa de un eventual contragolpe o en la premisa de buscar el arco rival a través de un pase largo porque, si no es con goles, ¿cómo se gana?
La quietud a modo de respuesta al careo que había respecto al pasado fue proporcionalmente contraria a la animosidad que la hinchada peruana derrochó desde días antes del encuentro. Peruanos provenientes del norte de Chile, de sus regiones y del mismo Santiago vivieron un duelo particular al que se le añadieron los connacionales que arribaron a la capital sureña en vuelos desde Lima.
La hinchada peruana, ubicada en el sector Magallanes del estadio de Colo Colo, agotó las localidades puestas a su disposición. Esa misma expectativa fue la que ocasionó que sus entradas que inicialmente costaban un promedio de S/78 terminaran en reventa a más de S/500, con el riesgo que conlleva adquirir un ticket de manera no oficial. Este también era un encuentro especial para los compatriotas que viven en Chile desde hace una vida entera por razones que van mucho más allá del fútbol, pero que hallan un consuelo en él.
Por lo demás, en contraste al sombrío capítulo futbolístico y social de hace 26 años, sí hubo momentos rescatables en este Clásico del Pacífico, como el respeto irrestricto a la entonación de los himnos, la convocatoria de los altavoces del Estadio Monumental de Colo Colo a que la hinchada peruana participe de las dinámicas preparadas para antes del partido y que no se reportaran incidentes a considerar luego de la realización del encuentro.
Así, siguiendo el mencionado sentido de urgencia al que hacíamos alusión, parece ya no haber tiempo que perder. El único punto obtenido a lo largo de estas tres fechas de Eliminatorias llevan a la escuadra nacional a recuperar la memoria sobre cómo jugar en conjunto y hacer daño en cancha contraria con miras al duelo contra Argentina del próximo martes en el Estadio Nacional. Mientras tanto, en Chile se queda una comunidad peruana con la herida de esperar cuatro años más para romper el maleficio de no ganar en Santiago. Para Juan Reynoso quién sabe cómo transcurra el tiempo. Ojalá algún día todo esto se nos haga cicatriz.