Sin importar qué tan descabelladas hayan sido las condiciones de Renato Tapia y cuánto de culpa tenga el futbolista en el fracaso de las negociaciones con los entendidos legales de la Federación Peruana de Fútbol, resulta entendible que sobre quien caigan absolutamente todas las responsabilidades mediáticas del caso de la selección peruana sea Agustín Lozano. No tanto por una cuestión de liderazgo, sino más bien de credibilidad.
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Al presidente de la FPF sus cuestionamientos lo traicionan. Pero lo que es peor, anteriores diligencias con tintes heroicos lo ponen en jaque. Ahí está la velocísima gestión para apresurar el debut de Gianluca Lapadula o el tiempo récord con el que se le resolvía los dilemas a Ricardo Gareca. Es cierto, era otra directiva con sus propios pecados. Pero más allá de quién esté en el cargo, los anteriores milagros administrativos dan fe de que, cuando hay ganas, todo es posible.
Incluso llegar a una Copa del Mundo.
Renato Tapia es uno de los pilares del universo competitivo del entrenador Jorge Fossati. Indispensable, no creo, pero sí uno de los pocos elementos capaces de sacar adelante una situación deportiva complicada. El volante central es útil por su juego, pero sobre todo por ser el emblema de eso a lo que apelamos cuando hay escases de rendimiento, el perfil aguerrido.
El éxito de una gestión no se mide por el intento, sino por los resultados.
La crisis deportiva en la que llega sumida esta selección peruana agrava toda carencia. Por otra parte, romantizar el amateurismo es uno de los vicios más comunes en el fútbol peruano. Y la excusa predilecta de los jugadores cuando ven que con rendimiento no alcanza. Como cuando perdemos, pero encontramos consuelo inmediato en el pundonor de quienes, más allá de lo que expresen emocionalmente en el campo, al final del día cumplen con un oficio: ser mejor o peor pagados de acuerdo a qué tan bien le pegan a una pelota.
En ese rubro se encuentra Renato Tapia, Lionel Messi o cualquier otro futbolista profesional. Por eso, vaya coincidencia, son profesionales. Lo demás es un buen discurso elaborado en base a creencias posiblemente sinceras y solventes, pero con límite monetario. Aunque nos cueste entenderlo, es un profesional y está en su derecho. El ruido viene, como en cualquier otro incidente sorpresivo, cuando la sucesión de los hechos da pistas de que algo no cuadra. ¿Por qué esperar al día del viaje para bajarse del avión? ¿Por qué tras el comunicado de la FPF el jugador emite uno propio en el que deja mal parada a la Federación?
Con Paolo Guerrero en sus 40, Christian Cueva de refuerzo invisible y Carlos Zambrano a un codo de ser héroe o villano; esta selección urgía de todos sus elementos posibles. Esto, sin tener en mente el anhelo de clasificar a una segunda o tercera fase, sino bajo la premisa de que Fossati pueda por fin convivir varios días con su grupo y, de alguna manera, encuentre que funcione ese ecosistema de juego que alguna vez nos hizo competitivos. Lo que se pierde pasará factura en Eliminatorias.
El Capitán del Futuro, sin embargo, fue desafectado.
En la otra acera está el entrenador Jorge Fossati, reponedor de los mimos y apapachos a los que estuvo acostumbrado Cueva hace algunos años, pero práctico y resuelto para intentar convencer a un jugador que sí tiene rodaje y era uno de los dos únicos convocados jugando en una liga top del mundo junto a Lapadula. ¿De qué golpe de autoridad puede hablarse si finalmente, como es lógico, las convocatorias se hacen a gusto y placer de quien dirige? ¿O alguien cree que en esta delegación están solamente los que -puesto por puesto- pasan por su mejor momento?
Peor aún. Las declaraciones de Fossati sobre Cueva animan al sobresalto. “Sería muy bueno que tuviera minutos (ante El Salvador), pero si no tiene minutos no quiere decir que eso sea determinante para que quede afuera”, sostiene el entrenador uruguayo. Y sí, es El Salvador, una selección cuyo entrenador apenas es dos años mayor que Guerrero y que en sus últimos 24 encuentros apenas ha ganado una vez. Un combinado al que recientemente Argentina goleó 3-0 caminando, aunque bien pudo hacerlo jugando de rodillas.
Ahora, la escena deja dos lecturas. Por una parte pone en evidencia el grado de compromiso del jugador que, quizá en otras circunstancias más prolíficas habría optado por ser menos drástico o, tal vez negociar hasta antes del debut y acompañar a la delegación de manera ornamental como lo hace Cueva. Por otro lado, el incidente expone ciertos liderazgos que se han ido disolviendo como es el caso de Juan Carlos Oblitas. Capaz hace no mucho de resolverlo todo conversando.
Seamos bien pensados, que el Presidente esté inmerso en una disputa judicial a la que recientemente se ha sumado un embargo preventivo de bienes, no implica que por una distracción de gestiones legales haya buscado, en una suerte de paridad de acciones, embargarle la ilusión al hincha.
Es cierto, el fútbol -a fin de cuentas- es el arte del engaño.
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