Renato Cisneros

El hincha toma baños de sol en las gradas y escucha en los parlantes las canciones de William Luna, el Grupo Cinco, el Zambo Cavero, mientras espera que la selección salga a la cancha. El hincha está feliz solo por estar aquí, en el estadio del Deportivo Espanyol, decorado esta tarde de junio con más de treinta mil camisetas peruanas repartidas en las cuatro tribunas. La gente ha venido de distintas ciudades de España, Granada, Murcia, Madrid, incluso de distintos países de Europa, Italia, Portugal, Francia, para ver a la blanquirroja. Por eso cuando los jugadores salen a la cancha, el hincha se levanta como si estuviera en la misa y corea los nombres, uno por uno, con una mezcla de júbilo, fe, orgullo y superstición. Uno no se cansa de atestiguarlo ni de subrayarlo: este equipo ya no solo moviliza a los peruanos, sino que los hace identificarse, reconocerse, abrazarse y comportarse como si esa unión entre regiones de la que habla el himno “Contigo Perú” fuera cierta y cotidiana. Al día de hoy solo la selección de Gareca es capaz de obrar el milagro de hacer que el Perú parezca un país. Al menos durante un par de horas.

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