Cuentan que cuando el gran pope lo eligió, acompañó su “sí”, con una frase que repetía cada vez que le decían que aquel nuevo nombrado era terco e intransigente. “Ha madurado”, decía. Lo había tenido desde niño en selecciones y lo conocía como a un hijo. Crack de la cueva como defensa, líder desde la parquedad para sus compañeros, Juan Reynoso era como técnico un caso sui generis de no correspondencia con sus estilos de jugador: si de back era arriesgado y temerario, de entrenador era calculador y prevenido.
Como sea, el nuevo nombrado tenía un palmarés envidiable como estratega, una línea de carrera ideal, que inició dirigiendo en provincias en Bolo, triunfando en la capital con la U e internacionalizándose exitosamente en México. De hecho, la explicación de su giro estilístico de jugador a técnico estaba en esos años aztecas donde formó sus maneras de entrenador, más dadas al cálculo que al libre albedrio. En ese sentido, era más resultado del Ojitos Meza y Raúl Arias que de los esquemas de Oblitas. Eso sí, su personalidad desconfiada era toda originada de sus tiempos peruanos, donde en los años 90 comió críticas de una prensa a la que no le daba entidad para corregirle nada y miraba a los dirigentes tipo Lander Alemán como rivales que nunca entenderían los reales esfuerzos del jugador de fútbol.
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Sin embargo, ahí estaba Reynoso, elegido y nombrado, después de Gareca. “Ha madurado”, decían. Y él ensayaba esas sonrisas de ocasión para parecer otro tipo. Claro, sabía que venir después de Gareca es como ser el primer novio posterior a un duro rompimiento con la pareja ideal. Si Chemo fue el esquema casi amateur y Markarián un estratega muy otoñal para sus “fantásticos”, Gareca fue la simpleza de un entrenador que quizá no era el mejor pero sí el más indicado para empatizar con el gusto nacional de progresar pisando pelota. Su confíanza en el jugador peruano se tradujo en la recuperación del 10 como seña identitaria y la fe de que los Cuevas y los Flores eran sus titulares, así jueguen mal uno, dos o tres partidos. Reynoso era, sin embargo, otra cosa. Como advirtió una nota de El Comercio del 2 de octubre, Reynoso es un tacticista que prepara cada equipo para cada partido, moviendo jugadores como si fuesen piezas de un ajedrez personal que él controla a su antojo. Un obseso que no quiere jugadores a menos del 100% de lo que dice su medidor y que hubiera sido capaz de sentar al Reynoso-jugador de haberse dirigido a sí mismo. “Quiero un equipo camaleónico, que sepa usar un plan A, B, C y D " , afirmó en Videna ante un grupo de futbolistas que hasta ese momento habían “triunfado” con su sencilla defensa zonal y su columna vertebral de 4 o 5 jugadores que nos los sacaba ni Dios.
✍🏻 𝗡𝘂𝗲𝘃𝗼𝘀 𝗱𝗲𝘀𝗮𝗳𝗶́𝗼𝘀
— La Bicolor (@SeleccionPeru) October 30, 2023
Anunciamos la lista de futbolistas del medio local convocados a #LaBicolor 🇵🇪 para disputar las fechas 5 y 6 de las Clasificatorias Sudamericanas. #UnSentimientoQueNosUne pic.twitter.com/nE6BSWIPFq
Es muy probable que bajo otros plazos y otras prisas lo suyo pueda suponer una evolución (o paso 2) a los métodos de Gareca, pero las eliminatorias no esperan a nadie y, a juzgar por lo visto en 4 fechas, Reynoso no solo no halla grandes certezas en su once sino que ha desbaratado las estructuras básicas de su antecesor. ¿Por qué para reemplazar a un entrenador clásico contratamos a uno diametralmente opuesto?¿Por qué pasamos de uno que no confrontaba a nadie a otro que imagina fantasmas hasta en los edificios vecinos del barrio de San Luis? ¿Por qué podía resultar una continuidad un entrenador como Reynoso de uno como Gareca? Preguntemosle al presidente de la FPF y al director general, autores intelectuales de este jale, por qué contrataron a un técnico tan diferente si con Gareca, desde el 2015 hasta la fecha no habíamos bajado del top 5 ni en Eliminatorias ni en Copa América.
No digo que Oblitas sea afin a las ideas de Lozano en general, pero sí que la elección de Reynoso como relevo de Gareca fue algo en lo que estuvieron muy de acuerdo. Los dos tuvieron sus “razones” para elegirlo. Lozano buscaba a un exitoso que no le cobrara lo que Gareca y que fuese útil a su política interna de movimientos. Y Oblitas, jefe/amigo de Reynoso desde los años 80, veía a su pollo ya crecido como para asumir las grandes lides. Por lo visto, el análisis no contempló la diferente metodología ante una eliminatoria ni la extrema distancia de perfiles públicos entre un Gareca estratégicamente sabio en las declaraciones y un Reynoso que, en su idea de ganarle a los periodistas, puede desde echar jugadores hasta meterse en trampas lingüísticas que lo rebajan.
Tentado uno está de decir: la culpa es de Reynoso. Y si, pero también, y sobre todo, de quienes lo eligieron. El Reynoso-entrenador, responsable de un montón de cosas que pasan, solo está siendo el Juan que todos conocemos. Allá, pues, los ilusos que creían que sería otro, o que de golpe se reconvertiría en el rubio heavy, que abraza a Cuevita y dice “pensá”.