Dos cracks sumados no hacen un mega ataque. No siempre, en todo caso. El éxito de un equipo pasa por alinear valores complementarios en las funciones, no por agregar elementos que se superpongan. Decía el histórico entrenador Julio Velasco: “No ganas con once Maradonas ni con once Cuciuffos. Maradona necesita a Cuciuffo, y viceversa”. Los cracks dan una lógica sensación de “jerarquía”, pero el error está en forzar la presencia de todos a la vez en la alineación, creyendo que a más figuritas, más nivel. En las últimas décadas la idea de “no podemos prescindir de la jerarquía” (sic) hizo que muchos de los seleccionadores peruanos buscasen enrevesadas propuestas para sumar en un mismo once a todos los talentosos posibles, como si el final feliz siempre pudiera ser Brasil del 70. Y no.
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Hay demasiadas historias en las que, por querer agregar a un peso pesado a la fuerza en el equipo, se pierde armonía, método y hasta estilo. Vayamos al caso de Cubillas. La crítica a su inserción en el equipo mundialista del 82 no iba contra sus condiciones deportivas -intachables incluso a sus 33 años-, sino a que introducirlo de titular tras su ausencia en parte de las eliminatorias obligó a la suplencia de un 9 natural -La Rosa- y a la pérdida de un centrodelantero táctico como este. Tim razonó que ni Cubillas ni Uribe podían faltar, entonces mandó a Julio César a jugar de ‘9′, como punta-punta, posición en la que fracasó con no poco ruido. Aquel Perú, si uno se fija, se llenó de volantes, casi no tuvo delanteros y jugadores que se crecían descargando pases -Cueto, por ejemplo- no tenían a quién habilitar. La frase aquella de Tim sobre César –”moriré sin saber por qué Cueto no hizo un pase bueno en España 82″- podría explicarse con una pregunta: ¿A qué delantero querías que se la pase, Tim?.
Vayamos al caso de Pizarro. Se trata de otro “infaltable” que no podía ser sentado en selección, por sus grandes antecedentes en Europa. No obstante, tener de contemporáneo a Paolo -otro que no podía salir, por su currículo internacional- hizo que los seleccionadores, desde Autuori hasta Markarián, apostaran por el famoso doble 9, en el que Paolo y Claudio alternaban la posición de killer. La verdad, más que sumarse, se superponían. Pero había que ponerlos, si no “perdemos jerarquía” (sic). Recién cuando Pizarro dejó de ser imprescindible en la selección por un tema de edad -esa “suerte” la tuvo Gareca, que lo cogió con 35 años-, el ‘Bombardero’ fue desconvocado y Paolo pudo reposicionarse como único 9. Amo y dueño del área, Guerrero nunca jugó mejor con Perú. El técnico además movió las fichas con un cambio clave: no reemplazó a Claudio por otro delantero sino por un llegador como Cueva, jugador que abría flancos y recuperaba de algún modo la vieja idea del volante asistidor. El agregado giró a Perú hacia un esquema de 4-2-3-1, en el que crecía la posibilidad creativa de los medios ´sacrificando’ a uno de los puntas.
Este repaso tiene sentido a propósito de la dupla Guerrero-Lapadula, reciente apuesta del seleccionador Reynoso ante Japón. Como opción puntual en un partido, vaya y pase. Pero como alineación fija o permanente de Perú, la idea es mala porque sacrifica el gran momento de un futbolista como el del Cagliari que está en su “prime” jugando como referencia final, sin retroceder obligado ni tener a alguien delante suyo. Si bien son dos futbolistas de características diferentes -más variadas que las de Paolo con Claudio, por ejemplo-, ambos son goleadores y necesitan estar “adentro”. No perdamos elaboración en el medio por tentarnos con la idea de que la suma Paolo + Lapadula se traduce en más goles. No pensemos que agregarlos a la mala siempre nos dará “jerarquía”. No caigamos en la trampa.