El trabajo que realiza José del Solar al mando de las selecciones juveniles se parece al de un plomero en un cuarto con tuberías agrietadas y el agua hasta las narices. Llevado por un exceso de voluntarismo, el exvolante del Tenerife anda buscando chiquillos talentosos por todo el país para traerlos a Lima y trabajar directamente su formación en la Videna. Pero esa labor de hormiga, necesitada de un depurado olfato y altas dosis de paciencia, se asemeja a querer resanar la fisura de una represa con tres curitas waterproof y un pedazo de masking tape.
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Uno de los principales errores de Chemo en su carrera fue aceptar la selección nacional de mayores. Tenía 39 años, había sido campeón con Cristal y venía de hacer un campañón con la Católica de Chile. Pero tuvo varias equivocaciones. Encima estalló el Caso El Golf-Los Inkas y el envión inicial se apagó luego del primer ventarrón. Él mismo reconoció, tiempo después, que no debió aceptar el encargo tan joven.
Su vuelta a San Luis lo toma más maduro y dueño, además, de una coraza a prueba de haters. Al explicar las enormes diferencias físicas entre nuestros jóvenes y sus pares del resto del continente ha sido muy explícito como para que nadie dude que conoce la responsabilidad que tiene delante. El problema se encuentra en la manera cómo ha decidido afrontar el encarguito. Está haciendo una chamba que no le corresponde.
Al seleccionador se le llama así porque su función es seleccionar. Para ello necesita de un universo de jugadores ¿Quiénes se lo proveen? Los clubes. Ellos son los encargados de su formación. Es en ese ambiente donde deben aprender los principios básicos del juego, no en la selección. Sin embargo, todos sabemos que apenas un puñado de instituciones trabaja de una manera más o menos profesional y el resto vive en la impunidad absoluta. Por eso es que, salvo unos fogonazos felices -los ‘jotitas’, algún bolivariano o el recordado equipo de Ahmed-, nuestras selecciones de menores suelen dar vergüenza cuando compiten internacionalmente.
El Perú no fabrica jugadores o, mejor dicho, los fabrica mal, no les da las herramientas adecuadas para que limen sus asperezas y potencien sus aptitudes dentro de sus procesos naturales. ¿Por qué hemos leído mil veces ‘los jugadores peruanos maduran tarde’? Porque recién empiezan a jugar a los 20, 21 años, mientras sus contemporáneos ya cargan con varios torneos en el hombro.
El propio Chemo ha reconocido que su decisión de trabajar de esta manera se debe a la inacción de los clubes. ¿Pero por qué cubrir a estos irresponsables? ¿Por qué utilizar recursos, que no son abundantes, en funciones que no son suyas? El presente -y el futuro- sería otro si la federación se pusiera los pantalones y fiscalizara la labor de cada club con sus categorías básicas, velando porque realicen las inversiones programadas y un adecuado seguimiento.
¿Pero alguien cree que va a ser capaz de imponerles obligaciones de esta dimensión? Eso sería romper con el statu quo, es decir, poner en peligro su sobrevivencia. Y con eso no se juega.
Te están utilizando, Chemo. Y cuando ya no te dé el alma para tapar tantas grietas, cubrir a tanto irresponsable, y el agua te llegue a los ojos, te van a sacar. Y, créeme, ni te van a agradecer.
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