Agarró la papa caliente que en 1992 Bielsa había rechazado con su ya famosa pregunta a Pancho Lombardi, dirigente de la FPF de entonces: “¿hay en el Perú, fuera de Del Solar, 10 jugadores competitivos?”. Claramente no había, pero a Vladimir Popovic no le importó e igual asumió la selección peruana camino a EEUU 94. Serbio de nacimiento, pero hablador de castellano mascado por su paso exitoso (y setentero) por Colombia y Venezuela, Vladica era más un planificador que un táctico y era más un técnico de vigencia pasada que un entrenador activo capaz de hacer de aquel Perú una selección mundialista.
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Lo conocí en esos años y siempre me dio la impresión de ser más un dirigente preocupado, algo jaqueado, medio nervioso, que un entrenador listo para ponerse el jogging, las zapatillas y tomar el silbato. Un diálogo con un periodista de su Serbia natal me lo confirmó: “Él estaba en labores de escritorio, pero el técnico del Estrella Roja renunció y Popovic, hombre de la casa, tomó el equipo ante Colo Colo de Chile y salió campeón Intercontinental en 1991”. ¿Desfasado? ¿Caduco? ¿Muy señorial ya para la tarea? No sé, pero quizá su mejor tiempo había pasado.
Con Popovic en Perú se inauguró la triste idea de traer a un supuesto gurú extranjero amarrado a un contrato demasiado corto. Lucho Puiggros, analista de Deporte Total de toda la vida, siempre criticó la incongruencia. “Un técnico de nivel no puedo quedar condicionado a clasificar o no, tiene que venir a ver las estructuras, tiene que estar ligado a cambios más profundos”. La comisión seleccionadora entendía el punto de Puiggrós, pero también estaba atada a la duración de su etapa. La dirigencia se llamaba Comisión USA 94 (no Comisión año 2000) y no podía contratar más allá de su tiempo, por lo que su salida fue colocar a su lado a un asistente peruano que, tras absorber las teóricas capacidades del maestro, heredería el reino (la selección). Y aunque no ocurrió exactamente así (Oblitas renunció en 93 a la FPF y solo volvería a fines del 95), es posible decir que el proceso de Popovic vio su continuidad en el camino a Francia 98 y que la presencia de cuatro titulares como Palacios, Maestri y los hermanos Soto se forjó en aquel 1993, donde todos ellos debutaron en Eliminatorias.
De su equipo, en la cancha, poco para decir. Era tan Chemodependiente, que un mediocentro defensivo era goleador del equipo y el único que se animó a patear el penal contra Chile en la Copa América 93, el solitario triunfo significativo del ciclo. En las Eliminatorias no pudimos cuajar un once base y carecíamos de gol casi tanto como de solidez atrás. Con Popovic perdíamos en las dos áreas y el resultado fue letal: 1 punto en 6 partidos y la bajeza de ver su apellido trasformado en “Popotito” por los pasquines. Su contrato caro, su plata mensual, la imprudencia congresal para investigarlo como si fuera un ladrón y los petardos gratuitos de una prensa que exigía como si no el 9 no era Balan sino Van Basten forman ya parte del triste decorado de esos años.
Popovic no fue un gran técnico, pero tampoco el diablo de cachos y colmillos que nos vendieron. Fue un profesional correcto que llegó a la selección peruana en la etapa post España 82 y post Fokker, los tristísimos años 90 donde no había democracia ni jugadores de fútbol.
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