“Y si en Roger la belleza estriba en su genio y en Rafa en su espíritu indomable, en Djokovic se centra en su capacidad de adaptación”. (Foto: AFP)
“Y si en Roger la belleza estriba en su genio y en Rafa en su espíritu indomable, en Djokovic se centra en su capacidad de adaptación”. (Foto: AFP)
Ricardo Montoya

La belleza en el deporte blanco tiene espíritu tripartito. Puede provocar placeres sensoriales en aquellos que traten de encontrarle lógica a la devolución extraterrestre de Federer ante la sutil dejada de Kyrgios en los octavos de final del US Open. La mueca incrédula del australiano frente al insólito acto de magia del que fue testigo es una postal de admiración para la posteridad.


Hay que ser dueño de un talento insuperable para hacer que las conexiones sinápticas analicen la situación que se les presenta, para de inmediato resolver ese ‘drop shot’ endemoniado con un tiro todavía mejor, en milésimas de segundos. Ese tipo de pensamiento divergente o creativo, que el psicólogo británico Raymond Cattel denominó factor G, es el que describe con mayor precisión el tenis de ‘su majestad’. Hay dentro de Roger fuegos artificiales capaces de maravillar por su repentización, por su impronta y por su grado de dificultad. Federer, aún en esta etapa de presumible declive, es en el court lo que ‘Sugar’ Ray Robinson era en el ring o Nadia Comaneci en las barras asimétricas. Fueron auténticos coreógrafos del deporte, artistas en locomoción.


La belleza también tiene otros rostros que eluden los registros técnicos. Mientras el suizo baila en puntas de pies y ofrece arrebatos líricos permanentes, Nadal emociona desde el coraje y la fuerza mental. Es que, mientras Roger obsequia partituras maravillosas con base en un don que ha sido optimizado con el correr del tiempo, Rafa potenció su heterodoxia acompañándola de un carácter competitivo descomunal. Jugar cada punto como si le valiera la vida en ello es su dogma de fe. El martes derrotó a un Thiem en estado de gracia que hizo más puntos que él y que además le endilgó un 6-0 en el primer set.


La fórmula para torcer la paliza inicial también tuvo su sello de tres partes: no darse por vencido, continuar en la lucha y jugar mejor en los momentos claves. Hoy, ya instalado en semifinales, tratará de domar a un Del Potro que avanza cabalgando. ¿Le quedará resto tras el esfuerzo de la otra noche?


La estética del tenis de Nadal radica, justamente, en la valoración de su entrega. En esa obsesión pasional con que acomete su trabajo. “Es un hombre, pero podría ser otra cosa: una catástrofe, un rugido, el viento”, escribió Leila Guerriero para retratar a Nicanor Parra, pero aplica perfectamente al manacorí.


Y si en Roger la belleza estriba en su genio y en Rafa en su espíritu indomable, en Djokovic se centra en su capacidad de adaptación. No tiene el serbio en sus manos ni el joystick de Federer ni el martillo de Nadal, pero igual se las ingenia para leer mejor que nadie el juego de sus oponentes y vulnerarlos. Es un estratega eximio, un competidor con el peculiar talento de elegir, casi siempre, el plan correcto para debilitar las huestes enemigas. Además de su inteligencia, este ‘Nole’ que hoy enfrenta a Nishikori ya no es el que solía caminar por cornisas físicas como hace algunos años. Ahora está fuerte y elástico, tanto en el cuerpo como en la ambición. Su tenis, libre y sin estridencias, es sensible y sólido, lo que produce un juego armonioso a la vista. Su sueño es asaltar la bastilla en la historia del tenis, la que, de momento, le pertenece a otros dos monarcas.
Tres tipos de tenis sapiens. Tres.

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