En una entrevista al portal Ctxt, el periodista Seymour M. Hersh decía que el buen periodismo consiste en “leer antes de escribir y en quitarse de en medio para dejar paso a la puta historia”.
Luego añadía: “no existen historias sensacionales. La cosa es saber lo suficiente para que, al contarla, se vuelva sensacional”.
En 30 palabras, Hersh resumió la esencia del periodismo, esa que muchos reporteros -y editores- parecen haber olvidado porque su preocupación está centrada en que las historias sean sensacionales, antes de conocer más sobre ellas.
La superficialidad y, digámoslo con todas sus letras, la cobardía -léase como el temor a enfrentar las olas de opinión que se generan en las redes sociales- le han infligido una herida profunda al periodismo allí donde más le duele: su credibilidad.
Justamente la credibilidad es lo que más se valora en situaciones de crisis como la que vivimos, en la que las fake news crecen a la misma velocidad que los infectados por el COVID-19.
Hace unos días, el señor Trump apareció ante los medios hablando maravillas de la hidroxicloroquina, un fármaco que, en sus palabras, “podría cambiar el juego” en la lucha contra el nuevo coronavirus. Incluso dijo que ya había sido aprobada por la FDA, el organismo que vela por el uso de los medicamentos en Estados Unidos.
La noticia se propaló rápidamente. Un conocido periodista peruano publicó en su cuenta de Twitter que sabía que el medicamento se fabricaba en nuestro país y uno de sus seguidores hasta sugirió un tratamiento supuestamente exitoso para los contagiados: dos pastillas diarias durante 7 días.
La propia FDA desmintió a Trump y señaló que no había aprobado el uso de la hidroxicloroquina. Esto no quiere decir que en un futuro se confirmen sus bondades y pueda resultar un arma exitosa frente a la pandemia, pero afirmarlo en estos momentos es una temeridad.
Como Trump, hay cientos de personas e instituciones que le dan un valor real a aquello que resulta verosímil o cercano a su pensamiento. Acaba de ocurrir con la discusión generada alrededor de los test rápidos de detección del coronavirus, cuestionados por el doctor Ernesto Bustamante, quien hasta hace unos años era jefe del Instituto Nacional de Salud.
¿Qué hace el buen periodista? No desdeña las declaraciones del doctor Bustamante, las toma como una versión más que es necesario contrastar. Para ello recurre a otros especialistas, busca bibliografía, reúne la información que existe en el exterior y elabora una información. ¿El proceso es largo? Sí. ¡Pero los lectores de las redes sociales exigen una información rápida! No nos equivoquemos. Los lectores exigen que se les dé una buena información. El trabajo periodístico no es una carrera de 100 metros, sino una competencia de fondo en la que no gana el más rápido, sino el que informa mejor.
¿Cuál ha sido el consenso de los principales especialistas del país sobre los test rápidos? Que estos sirven para tener una idea del universo de infectados, que se usan en muchos países, así que no son una mala compra como señalaba el doctor Bustamante. ¿Pero acaso en España no han denunciado que no sirven? Desde el Gobierno han informado que la empresa china a la que han comprado el lote que vendrá al Perú, no es la misma que ha desatado el escándalo en el país europeo.
El periodismo es, antes que nada, un servicio y quienes lo ejercemos debemos tener muy claro esto. Un periodista sin credibilidad, es un automovilista sin timón, un futbolista sin pelota o un soldado sin su arma. Aquel que no tenga claro esto, mejor que se dedique a otra cosa.