Frente al bravo mar de las playas San Pedro y Yaya –en el distrito de Chilca, Cañete, al sur de Lima– descansa, inmóvil, un espejo de agua de más de un kilómetro y medio de largo. Una nublada mañana de marzo, en el centro de este humedal se encuentra un grupo de aves de distintos tamaños y colores: garzas blancas, cushuríes y playeritos, entre otras. Las pisadas y voces de cuatro extraños quiebran el silencio y las ponen en alerta. Algunas alzan vuelo, otras buscan resguardo entre la vegetación.
Año a año, el humedal de Chilca ha ido expandiéndose. “Antes era un pedacito, un espejo chiquito. Pero poco a poco va aumentando [sus dimensiones]”, relata a El Comercio el director de Diversidad Biológica del Ministerio del Ambiente, Mirbel Epiquién.
Epiquién explica que un humedal es “todo aquel espacio que está permanentemente inundado”. Aunque son hábitats muy diversos, comparten una característica: el agua es primordial para su subsistencia y desarrollo.
Se trata de ecosistemas muy importantes, tanto para el hombre como para la naturaleza. “Ofrecen diferentes servicios ecosistémicos: ayudan a regular el clima, son una fuente de recursos como la pesca, pero también para el ecoturismo y otras actividades”, detalla el biólogo y veterinario David Montes Iturrizaga, docente e investigador de la Universidad Científica del Sur.
Para los animales, son una fuente de alimento y refugio, sitios de reproducción y en el caso de las aves migratorias, lugares de descanso.
Solo en la costa peruana se han identificado 92 humedales, 25 de los cuales se ubican en Lima. Algunos de ellos son los Pantanos de Villa, en Chorrillos; la Albufera de Medio Mundo, en Végueta; y la laguna El Paraíso, en Huacho.
Riqueza oculta
Según el Ministerio del Ambiente, el monitoreo del cuerpo de agua empezó hace casi dos décadas, en el 2005. No obstante, hasta hace poco pasó inadvertido para la comunidad científica y las autoridades, al punto que a la fecha no existe ninguna medida oficial para su protección y conservación.
El artículo científico “Un nuevo humedal artificial en la costa central del Perú” (2023), el cual escribió Montes junto a Héctor Aponte y Sonia Valle Rubio, menciona que hasta marzo del 2022 el humedal de Chilca tenía 1,5 km de longitud y 98 m en su punto más ancho. La profundidad en gran parte de sus aguas es menor que 20 cm, el tamaño de una regla escolar.
En un período de 16 meses, los autores registraron la presencia de 56 especies de aves: 32 residentes, aquellas que habitan el lugar durante todo el año; 23 migratorias, especies que llegan por temporadas desde otra parte del mundo para cubrir sus necesidades; y una divagante, la cual aparece raramente en un lugar, debido a que está fuera de su rango de distribución habitual.
En una visita al lugar en marzo, El Comercio reconoció nueve especies.
“Este humedal nace sin intención. Y a pesar de eso, sigue creciendo”, afirma Montes Iturrizaga.
Para perdurar, un humedal necesita una fuente de agua. Por eso –explica Mirbel Epiquién–, lo más común es encontrarlos cerca de algún río o del mar.
Pero el de Chilca es un caso poco frecuente: se alimenta de las aguas residuales del distrito que, después de ser purificadas en unas pozas de oxidación, desembocan en la playa a través de un canal.
“En muchos casos, un humedal se planifica, pero en este caso no fue así. Este es un caso atípico, pero esa es la forma en la que actúa la naturaleza: si tú le das las mínimas condiciones, se recupera. Nos toca ayudarle”, asevera Epiquién.
En su visita, este Diario observó que por el canal llegaba al espacio agua rojiza y fétida. No es la primera vez que sucede algo así. Ya en el 2015, el Organismo de Evaluación y Fiscalización Ambiental (OEFA) había alertado de un suceso similar, el cual –precisó en aquella ocasión– “se debe a la muerte de los microorganismos encargados del tratamiento de las aguas residuales […] e indica un inadecuado mantenimiento de la planta de tratamiento, de donde provienen las aguas rojas”.
Consultado al respecto, Bryan Cuba, jefe de la Oficina de Administración del Agua de Chilca, dijo que lo ocurrido “no es constante, es circunstancial” y que “puede pasar cada seis meses, dependiendo de los trabajos de mantenimiento”. Días después, en una segunda visita de El Comercio, el agua tenía un color normal.
Según Cuba, “se está proyectando una ampliación de las pozas de oxidación, para que aumente el sistema de tratamiento de agua”.
Tarea pendiente
El Comercio comprobó que en el lugar se arroja desmonte y encontró –incluso en el área central del cuerpo de agua– una gran cantidad de residuos: empaques de golosinas, platos, táperes y botellas, la mayoría de ellos de plástico.
“El período de descomposición de los plásticos se extiende más allá de nuestras propias vidas. Tanto es así que se han encontrado plásticos ingeridos por aves marinas que provenían de un avión derribado 60 años antes, a casi 10 mil km de distancia de donde se encontraba esa ave”, destaca el libro “La era del plástico” (2020), del investigador español Álvaro Luna, doctor en Biología.
La subgerenta de Gestión Ambiental y Sanidad de Chilca, Joselyn Cárdenas, dijo que desde el año pasado el municipio “viene realizando trabajos de limpieza y sensibilización” en la zona.
Según la funcionaria, la gestión del alcalde Félix Choquehuanca prepara una ordenanza, la cual sería el primer paso para la protección del humedal. “Ya estamos formulándola. Tenemos proyectado máximo tres meses para que pase a comisión y sea sustentada ante el concejo”, indicó.
Los especialistas y autoridades coinciden en que el humedal de Chilca tiene un enorme potencial, pero todavía hay mucho por avanzar.