Foto: Difusión.
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/ ALESSANDRO CURRARINO
Cristiano Sampaio

En el escenario complejo de la lucha contra la desnutrición y la anemia, los alimentos industrializados se erigen como una solución que ofrece la industria alimentaria y una importante herramienta. En naciones como el Perú, donde esta problemática afecta significativamente a la población joven, el rol de estos productos es esencial para abordar los desafíos nutricionales.

Según un estudio realizado en 2019 por el Banco Mundial y el Ministerio de Salud del Perú, la desnutrición crónica infantil y la anemia le cuestan al país la cuantiosa suma de US$10,5 mil millones anuales, equivalente al 4,6% del Producto Interno Bruto (PIB). La pérdida de productividad, estimada en US$6,4 mil millones de dólares, resulta de la afectación del desarrollo cognitivo y físico de los niños, lo que reduce su capacidad para aprender y trabajar en el futuro.

Las soluciones ofrecidas por la industria brindan una serie de beneficios que no pueden pasarse por alto. Su larga vida útil y facilidad de transporte los convierten en una solución práctica para áreas rurales y de difícil acceso, donde la disponibilidad de alimentos frescos es limitada. Además, los procesos de industrialización ayudan a reducir las pérdidas postcosecha, contribuyendo a aumentar la disponibilidad de alimentos nutritivos. La FAO estima que hasta un tercio de los alimentos producidos a nivel mundial se pierden o desperdician cada año, y los métodos industriales pueden mitigar este problema significativamente.

La fortificación es otro aspecto clave. Estos productos pueden enriquecerse con vitaminas y minerales esenciales, abordando las deficiencias comunes en la dieta de ciertas poblaciones. Por ejemplo, la leche proporciona proteínas, grasas, calcio y vitamina D, cruciales para la salud; además a través de la fortificación puede ser un vehículo importante de hierro, ácido fólico y otras vitaminas del complejo B, vitales para el desarrollo infantil y la prevención de la anemia.

Los beneficios se extienden más allá de las fronteras nacionales. La OMS ha reconocido su papel en la reducción de enfermedades transmitidas por alimentos en un 30% en las últimas dos décadas. Ejemplos concretos, como el programa de fortificación de harina de trigo en Chile, que logró una reducción del 50% en la prevalencia de bocio por deficiencia de yodo, y los estudios en Colombia y Brasil que demostraron una disminución del 27% en la prevalencia de anemia en niños menores de 5 años mediante la suplementación con alimentos fortificados, respaldan la eficacia de estas estrategias.

Es importante reconocer que abordar la problemática de la desnutrición plantea desafíos no solo para la industria, sino también para los gobiernos que deben impulsar el acceso a alimentos de alta calidad nutricional, sin caer en populismo o corrientes tendenciosas que buscan intereses particulares y dejan de lado el problema central que es la nutrición del presente y el futuro de nuestro país. Se requieren soluciones integrales que aborden estos aspectos y promuevan un sistema alimentario más sostenible y equitativo.

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