Saki  Bigio

En la tierra de Mariátegui y Arguedas, las enormes disparidades históricas, tanto sociales como económicas, son innegables. Así cómo en el Perú, la ha sido una fuente recurrente de tensión en otros países. Entender la evolución de la desigualdad económica en nuestro país en relación con otros es indispensable para decidir hacia dónde queremos ir como nación.

Un primer reto es la medición de la desigualdad por su complejidad. Un ejemplo: hay tres hermanos. El mayor gana más que el segundo, quien gana más que el tercero. Al cabo de un año, el menor alcanza al segundo, pero los ingresos del mayor se disparan. ¿Subió la desigualdad? La respuesta: depende. El método de Gini –usado por el Banco Mundial– básicamente mide la diferencia entre los datos y los datos de un mundo ideal en donde los hermanos ganan igual. Otro método es el análogo al comparar al hermano más rico con los otros dos. En la práctica, los economistas comparamos al 1% más rico contra la media. En el ejemplo, la respuesta podría diferir según el método.

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Un segundo reto son los datos a medir. Por ejemplo, podemos usar datos de ingresos (salarios, alquileres, o dividendos) que pueden diferir de los datos sobre riqueza (ahorros, inmuebles, o empresas). En el ejemplo, el hermano menor podría no percibir un salario, pero aún así ser el más rico. Algunas mediciones pueden ser subjetivas: los salarios son datos objetivos, pero el valor de un negocio contiene factores subjetivos.

En cuanto al mundo, gracias al trabajo de Martin Ravallion o Branko Milanovic para el Banco Mundial, sabemos que la realidad se parece al ejemplo. Los ingresos de la población de los países más pobres se viene acercando a la media de los países ricos. Al mismo tiempo, los ingresos más altos se han disparado, principalmente en los países más ricos. Esta dicotomía se refleja en una brecha de ingresos que se viene abriendo dentro de la población de los países más ricos. Los profesores David Autor y Lawrence Katz atribuyen esta brecha a un diferencial importante entre personas con y sin grado universitario. Gracias al trabajo de los economistas Tony Atkinson y Thomas Picketty, también sabemos que la desigualdad medida en base a la riqueza, es decir, la del 1% más rico a escala global, también se ha incrementado en los países más ricos.

“En el Perú, la desigualdad medida por el índice Gini se redujo consistentemente desde los 55 puntos en 1998, hasta los 41 puntos antes de la pandemia”

Esta información es muy útil. En cuanto a ingresos, la información indica que la globalización o los avances tecnológicos han perjudicado a la fuerza laboral sin estudios superiores, pero solo en los países más desarrollados. Gracias al trabajo de Fatih Guvenen o Cristina Denardi de la Universidad de Minnesota, también sabemos que la desigualdad en salarios es insuficiente para explicar la desigualdad en riqueza. De esa información se desprende la conclusión de que el 1% tiene fuentes de ahorro extraordinarias a las del resto de la población no tiene acceso. Esta conclusión es clave para las decisiones de política. Una fuente de ahorro extraordinaria puede ser, por ejemplo, una patente, en cuyo caso podemos decidir que la inequidad es el precio a pagar para promover la innovación y el emprendimiento. Por otro lado, un ahorro extraordinario puede ser un contrato estatal o un monopolio. En este último caso, la inequidad es inaceptable.

En el Perú, la desigualdad medida por el índice Gini se redujo consistentemente desde los 55 puntos en 1998, hasta los 41 puntos antes de la pandemia. Esta evolución es muy diferente a la de los países desarrollados. Por ejemplo, en Estados Unidos la desigualdad del Gini era de los 35 puntos en el año 1980, pero se elevó al mismo nivel que la del Perú en el 2019. Las mejoras en el Perú son palpables, incluso si corregimos estadísticamente por la falta de información acerca de los ingresos del 1% más rico como lo muestra Diego Winkelried, investigador de la Universidad del Pacífico. Gracias a la Encuesta Nacional de Hogares, también sabemos que la mejora en el Gini se observa en todas las regiones y que en gran medida se debe al éxito de nuestros programas sociales. Sin embargo, como lo señala el economista Hugo Ñopo, nos preocupa que el reciente estancamiento de los avances en zonas urbanas y las mejoras no se hayan reflejado en el acceso a salud durante la pandemia.

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En cuanto a la riqueza, carecemos de datos. Las mediciones existentes extrapolan datos de la revista “Forbes”, que son sujetas a variaciones subjetivas en las valuaciones de pocas empresas. Lamentablemente, la informalidad y la falta de datos públicos de tributación limitan la medición de la desigualdad en el Perú.

A pesar de la carencia de datos, podemos llegar a algunas conclusiones de la comparación internacional. Primero, el avance histórico en la lucha contra la pobreza, que en el Perú cayó del 60% al 20% en las últimas décadas, difiere mucho de lo que sucedió en países desarrollados. Segundo, conforme nuestro país se desarrolle, la tecnología y la globalización podrían poner en riesgo las mejoras de salarios de los trabajadores sin educación superior. Por último, es fundamental entender si un incremento en la desigualdad responde al ingenio o al privilegio. De la respuesta depende cuánta desigualdad estamos dispuestos a aceptar y cómo corregirla.

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