(Marian Buraschi es directora de Nexos+1)
Mientras el coronavirus avanza en nuestro país, y el Gobierno enfoca todos sus esfuerzos para controlarlo, la pandemia ha tenido un efecto colateral positivo e inesperado para el medioambiente: una reducción del 97% de las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) y de contaminantes del aire asociados al parque automotor en Lima –de acuerdo a Oscar Aguinaga, docente de Ingeniería Ambiental de la Universidad Cayetano Heredia–. Esto debido a la paralización de 1’667,919 vehículos durante el aislamiento social obligatorio y la prohibición de circulación de autos particulares. La situación se replica en diversas partes del mundo, a diferentes escalas.
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A raíz de esta crisis de salud mundial, en China cientos de fábricas han pausado sus operaciones y se han cancelado el 70% de los vuelos domésticos para evitar la propagación del COVID-19. Estas medidas, indirectamente, han logrado reducir las emisiones de GEI del país asiático, actualmente el principal emisor del mundo. De acuerdo a la Administración Nacional de la Aeronáutica y del Espacio (NASA por sus siglas en inglés), durante febrero China emitió 150 millones de toneladas métricas de CO2 menos, en comparación al mismo mes del año anterior. Estos datos son particularmente significativos si recordamos que China es responsable del 30% de las emisiones totales mundiales, de acuerdo al Banco Mundial.
Por su parte, la Agencia Internacional de la Energía (IEA, por sus siglas en inglés) informó la semana pasada que sus previsiones de demanda mundial de petróleo eran 365.000 barriles menos por día que sus estimados previos –su nivel más bajo desde el 2011–, por las medidas tomadas ante el virus. Esto nos lleva a pensar que una mayor adopción del trabajo remoto y una reducción de los viajes aéreos por negocios podrían impactar de manera significativa en la demanda de petróleo, y por ende en las emisiones de GEI a largo plazo.
TRABAJO (Y AHORRO) REMOTO
Específicamente sobre el trabajo remoto, de acuerdo a un estudio de Harvard del 2019, esta modalidad laboral significa un incremento en productividad del 4,4%, US$38,2 millones en reducción de costos en infraestructura, y 4,4% en reducción de costos de contratación. Además, desde lo ambiental, 1 día de trabajo remoto a la semana en una organización con 100 colaboradores representa una reducción de casi 20 toneladas de CO2 en un año.
Si bien el estado de emergencia nos plantea retos personales, sociales y económicos sin precedentes, en nuestro país también se puede ver este periodo de aislamiento social decretado por el gobierno como una oportunidad de reflexionar sobre algunas cosas: ¿por qué el trabajo remoto no puede convertirse en un modelo de trabajo en las empresas?, ¿son necesarios todos nuestros consumos y viajes en avión o en carro, o podemos implementar prácticas laborales y familiares que ayuden a combatir el cambio climático?
Definitivamente, el mundo no será el mismo después del coronavirus. De hoy en adelante, la responsabilidad social y ambiental de nuestras empresas van a ser esenciales para continuar operando ante una sociedad vigilante y conectada. La primera, para reponernos del impacto social y económico de esta crisis; y la segunda, para asegurar que nuestros aprendizajes sobre cómo reducir impactos ambientales sean aplicados a escala y de forma permanente.