El inicio del año me encontró con una reflexión personal que hasta ahora no había tomado en serio. Sentimientos de fatiga, desánimo y poca concentración, sumados a algunas dolencias físicas como dolores de cuello y espalda, caída de pelo y hasta un párpado medio cerrado han sido parte de mi día a día y atribuidos constantemente al avance del calendario o malos hábitos alimenticios. Sin embargo, después de análisis médicos y diversas exploraciones, estas situaciones terminaron siendo avisos de lo que necesitaba decirme mi cuerpo: “Cuida tu salud mental”.
El síndrome de desgaste profesional (“burnout” en inglés) es el nombre que recibe esta dolencia y, a partir de evidencias, diversos especialistas se han ocupado de la materia para entender mejor qué aspectos pueden llevar a una persona a una situación así. La organización mundial de la salud lo define como un “síndrome resultante de estrés crónico generado por el trabajo que no ha sido tratado correctamente” y que entre sus síntomas menciona “cansancio o pérdida de energía, sentimientos negativos hacia la carrera profesional y reducción de productividad”.
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Esta condición tuvo diferentes impactos en la pandemia. Para algunos fue de ayuda estar en casa y aliviar así algunas tensiones y para muchos otros pudo agravar una situación ya existente, pero claramente el problema trasciende a lo vivido durante estos últimos dos años. Un estudio realizado previo al inicio de la pandemia por la consultora Deloitte, tomando opiniones de 1,000 profesionales en Estados Unidos, mostró que el 77% de los encuestados sintió en algún momento desgaste en su trabajo actual y señalaron como principales motivos: falta de soporte o reconocimiento de su líder, expectativas muy altas sobre resultados, fechas poco realistas para culminar tareas y consistentemente trabajar muchas horas al día, inclusive fines de semana.
Cuando leía estos resultados, mi primera reacción fue pensar en qué tipo de programas podrían realizar las empresas para contribuir a no llegar a estos extremos de cansancio y se me ocurrían iniciativas como: programas de bienestar, horarios flexibles, días libres, actividades deportivas, etc. Pero cada vez que volvía a los motivos declarados, más me convencía de que esas acciones atacan los síntomas, pero no la enfermedad y por eso pienso que la causa se acerca más a la ausencia de una buena gestión de resultados a través de una respetuosa gestión de personas. Hasta me animaría a bautizarlo como una necesidad de “gestión saludable”.
Si gestionar bien se trata de conseguir objetivos de la manera correcta (éticamente) y generando valor para la sociedad (bienestar a todos los impactados), entonces, ¿cómo podría asociar los problemas declarados con una buena o mala gestión? Es decir, ¿una buena gestión puede contribuir a combatir este problema tan profundamente instalado en nuestra sociedad? Yo creo firmemente que sí.
La gestión se basa en algunos pilares fundamentales, entre los que creo más relevantes:
1) Liderazgo dirigido hacia relaciones humanas constructivas.
Una definición simple de liderazgo es la planteada por el profesor de Harvard Jhon Kotter: “Actividad o proceso de influenciar a la gente para que se empeñe voluntariamente en el logro de los objetivos del grupo”. Que la gente se empeñe voluntariamente nos muestra lo increíble que puede ser un buen líder. Reconocer como el principal motivo de desgaste la “falta de soporte o reconocimiento de su líder” me recuerda lo simple de una expectativa y lo difícil que es conseguirlo. Definir alcance del rol de cada miembro del equipo, empoderar con parámetros bien definidos, construir sobre errores y reconocer éxitos, son situaciones que he vivido con líderes de quienes guardo muy buenos recuerdos, pero también he vivido los casos contrarios y son realmente frustrantes: Falta de claridad en prioridades, pedidos de última hora que sacrifican fines de semana, o falta de agradecimiento a la “extra milla”, por citar algunos.
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2) Definir objetivos que marquen la dirección, basado en un proceso de priorización y comunicación.
Si las personas sienten que las expectativas de resultados son muy altas, podría entender que los objetivos no han sido bien establecidos y que de un proceso que debería generar aprendizajes para alcanzar un resultado, terminamos en frustración por no tener idea de cómo llegar a ese objetivo. Tener claridad de objetivos, entender la contribución de cada uno en ese resultado, hacer un buen plan de acción que permita adquirir conocimiento y mantener un correcto acompañamiento del líder puede ayudar a que esa frustración disminuya.
3) Estructura, procesos y organización armónica.
Alguna vez escuché la frase que “el líder te lleva a conseguir un objetivo de forma organizada”… y esto es necesario para cualquier actividad empresarial. Si para culminar tareas las fechas definidas son poco realistas y consistentemente trabajan muchas horas al día, el sistema no está funcionando bien. Y aunque pueda ser percibido como temas “burocráticos”, la ejecución de planes se viabiliza con una estructura acorde al negocio, procesos que se integren entre sí y una organización que genere un ambiente que permita eliminar los obstáculos para cumplir objetivos.
El desgaste en el mundo profesional es una realidad que nos impacta cada día más. Las empresas vienen trabajando en diferentes programas que contribuyan a la salud mental de sus equipos, sin embargo me pregunto si el esfuerzo no debería estar en revisitar el verdadero rol de los líderes: construir confianza entre las personas, definir objetivos con claridad, organizar el trabajo para ser productivos y así celebrar el éxito de los logros alcanzados, y en ese camino reconocer que las personas son quienes permiten que una empresa genere valor para la sociedad y que quizás una “gestión saludable” puede ser un camino para atacar la enfermedad.
Y no lo digo solo porque lo he vivido en carne propia o he visto padecer del problema a personas cercanas. El tema es bastante serio: según un reporte del Instituto Integración del 2018, el 60% de trabajadores en el Perú sufre de estrés laboral y están propensos a padecer ‘burnout’. Y el porcentaje ha aumentado con la pandemia. Y aunque este artículo nace de una reflexión personal, merece ser un tema de interés general.
*Max Coloma es contador por la Universidad de Piura (UDEP) y MBA por la Universidad ESAN. Además, tiene estudios en UNC Kenan-Flagler, Sao Paulo Business School y el Senior Executive Program de London Business School. Se ha especializado en temas de modelos de gestión y management. Actualmente es CFO en Delosi.
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