Chile, el oasis latinoamericano, vive un capítulo en su historia con pocos precedentes. El aumento de 30 pesos chilenos (US$0,042 o S/0,14) al boleto del Metro de Santiago dio inicio a una serie de desmanes, protestas y sucesos lamentables que, hasta el momento, han dejado 18 muertos y cuantiosas pérdidas.
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En un primer momento, la reacción del Gobierno Chileno estuvo desconectada del descontento que provocó el mencionado aumento. Cuando ya se registraban algunas revueltas, el presidente Sebastián Piñera brilló por su ausencia en una conferencia de prensa posterior al comité de emergencia en el que sí estuvieron presentes otras autoridades, como el ministro del Interior, la ministra de Transportes y el presidente del Metro de Santiago. ¿Dónde estaba Piñera? Cenando en un restaurante del barrio de Vitacura, uno de los más exclusivos de Santiago.
“Reconozco y pido perdón por esta falta de visión”, dijo Piñera en un mensaje televisivo el martes pasado, quinto día de protestas. Acto seguido, anunció un conjunto de medidas en respuesta a las demandas sociales. Entre ellas, el aumento de la pensión básica solidaria en 20%, subir el sueldo mínimo a $350 mil pesos (alrededor de US$482), el freno al alza de las cuentas de luz, el alza de impuestos a las rentas por encima de los $8 millones de pesos (alrededor de US$11 mil), la creación de un seguro para el gasto en medicamentos y la reducción tanto del número de parlamentarios como sus dietas. El costo de este paquete de medidas es de US$1.200 millones.
No obstante el anuncio, y las sumas y las restas del Gobierno, las protestas continuaron. Y, con ellas, el mensaje de fondo de los manifestantes: el rechazo a la desigualdad y el ferviente reclamo por la mejora de la agenda social.
Las destacadas cifras macroeconómicas no coinciden con el malestar ciudadano. Y es que, si bien Chile ha sido el líder de América Latina en los ránkings de competitividad e institucionalidad en las últimas décadas -ocupó el puesto 33 de 141 países en el último ránking del Foro Económico Mundial-, su sostenido crecimiento económico no ha logrado ser trasladado a toda la población. Los beneficios sociales no han sido correctamente gestionados -ni identificados- por el Gobierno, y su preocupación por consolidar su libre mercado no estuvo acompañada del mejoramiento de la funcionalidad integral del Estado.
Los números hablan, sí, y han mostrado por un tiempo prolongado solo una cara de la moneda. Pero, en La Moneda se olvidaron de la ciudadanía y de su creciente y silencioso malestar, que nos muestra que Chile es más rico, pero no más feliz. No perdamos de vista esta lección. El Perú tiene espacio y capacidad para la bonanza y el bienestar, para que las inversiones y el crecimiento convivan con una articulada agenda social.