Machu Picchu vacío es difícil de imaginar, pero así es como luce actualmente. Esas son las cosas fatalmente extraordinarias que provoca una crisis como la del coronavirus. El principal destino turístico del Perú a nivel internacional reducido a las cero visitas. No había fotos que lo mostraran así desde que Hiram Bingham lo descubrió en 1911. Tuvo que pasar más de un siglo para que vuelva a ese estado de preocupante soledad.
Como es previsible, la situación no agrada a los residentes de Machu Picchu Pueblo, el distrito que ha crecido junto a la joya histórica / arquitectónica y que vive íntegramente de la industria de los viajes. Por eso los residentes del lugar realizaron una protesta el último lunes —ollas en mano— para reclamar que las autoridades del Gobierno Regional del Cusco los ayuden a finiquitar sus protocolos de salubridad antes de reactivar el turismo en la zona. Y es que, sin un solo contagiado por COVID-19 hasta la fecha, deben hilar muy fino para que la vuelta de los viajeros no les provoque un descalabro sanitario.
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De todas formas, la pandemia le va a costar caro a la ciudadela inca. El año pasado recibió a 1,5 millones de visitantes —según el Ministerio de Comercio Exterior y Turismo (Mincetur)— y a estas alturas del partido ya está claro que terminará el 2020 bastante lejos de ese número. Algo equivalente se puede extrapolar a toda la oferta del Ombligo del Mundo, cuyo aeropuerto internacional, el Alejandro Velasco Astete, operó con 3,9 millones de pasajeros en el 2019 (siempre de acuerdo al Mincetur). “Eso no volverá a ocurrir este 2020”, precisa a Día1 Edy Cuéllar, CEO de la agencia de viajes Machu Picchu Travel y vicepresidente de la Asociación de Agencias de Turismo del Cusco (AATC).
“Tenemos mucha incertidumbre. Todas nuestras reservas están canceladas. No tenemos una sola programada para las próximas semanas. La mayoría de nuestros artesanos y guías están viviendo de los bonos del Estado o de otros trabajos ‘del día’, como la venta de abarrotes o artículos para la salud. Lo mismo pasa con las agencias de viajes”, explica el ejecutivo. Añade que, en el caso de las empresas de transporte y los restaurantes, estos están operando al 15% de su capacidad, habiendo reenfocado su oferta al consumo local y al delivery. Así las cosas, toca proyectarse al mínimo para los siguientes meses, acota.
¿Qué significa eso? El ex ministro de Comercio Exterior y Turismo —y también ex ministro de Cultura— Rogers Valencia, refiere que el escenario más realista es pensar que la industria de los viajes en el Cusco operará entre el 10% y 20% de su capacidad hasta setiembre. Y que probablemente lo haga sin su principal atractivo, Machu Picchu. “Por lo menos al inicio de la reactivación no vamos a contar con este complejo”, prevé.
Un aspecto muy importante en este contexto será, por cierto, el cambio del perfil del visitante del Cusco por lo menos durante el tercer trimestre de este año. Valencia aclara que se tratará sobre todo de un turista nacional —más concretamente, limeño— y, además, joven.
NECESARIA DIVERSIFICACIÓN
Ello, por supuesto, también marca un cambio en los circuitos y destinos a vender durante la primera fase de la vuelta al ruedo. A tono no sólo con la edad de los visitantes sino con las restricciones que exige el combate a la pandemia, como evitar las aglomeraciones. En esa línea de acción, el ex titular del Mincetur señala que se preferirán las caminatas por la cordillera y los ‘productos de altura’ en lugar de los clásicos recorridos de arqueología. Por ello, atractivos como la Montaña de Siete Colores ganarán todavía más fuerza, indica.
El concepto clave ante ese nuevo panorama será la diversificación. Potenciar otras joyas del Cusco además de Machu Picchu. El andinismo, por ejemplo, como también una mirada más enfocada hacia la ceja de selva cusqueña, rumbo de Choquequirao, por citar un caso.
Si esa lógica se lleva a nivel nacional, uno debería pensar en una oferta más descentralizada del turismo peruano, que se soporte en anclas como Chiclayo e Iquitos, al norte, y el Ombligo del Mundo, al sur. “Nuestro país no puede seguir con una sola puerta de entrada —como Lima— para el mercado internacional. Tenemos que diversificar nuestros accesos y sobre la base de ello conectarnos a nuestros vecinos de Sudamérica”, refiere Valencia. Eso implica repotenciar al aeropuerto Velasco Astete —y, en su momento, a Chinchero— como el necesario ´hub´ de la zona sur del continente.
LA INTERNACIONALIZACIÓN
Tomando en cuenta lo dicho, a partir de octubre —que es cuando se deberían reiniciar los vuelos internacionales— el empresariado ligado al turismo debería impulsar la conexión de la Ciudad Imperial con Santiago de Chile, Buenos Aires, La Paz, Sao Paulo (en Brasil) y Bogotá, destaca Carlos Milla, presidente de la Cámara Regional de Turismo del Cusco (Cartuc).
Varios de estos vuelos ya son parte de la oferta actual del aeropuerto Velasco Astete, pero la gran cuenta pendiente sigue siendo Brasil, complementa Rogers Valencia. “En ese país existen por lo menos 50 ciudades con uno o más de un millón de habitantes, por lo que tenemos ahí una muy buena oportunidad para comercializar nuestros destinos a 1,5 horas de vuelo, si pensamos en Río Branco como una primera parada desde el Cusco”, detalla.
Es un horizonte alentador para el 2021. Por eso es tan importante el reciente anuncio del ministro de Transportes y Comunicaciones, Carlos Lozada, sobre comenzar con los vuelos internacionales desde y hacia el Perú en el Ombligo del Mundo, dado su bajo índice de mortalidad frente al coronavirus y su importancia para el turismo. Desde ese punto de partida el trabajo para cubrir la conectividad pendiente sería más factible. Tomando los cuidados necesarios, mientras más pronto se comience, mejor.
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