Hace algunas semanas estaba en clase y al tocar el tema del ‘naming’ en el taller de marca personal un alumno mencionó que en su empresa existía una política por la cual, al haber otra persona de mayor jerarquía con un nombre similar, nadie más podía llamarse así. Entonces, lo llamarían por su segundo nombre, un nombre que además él no utilizaba y con el cual tampoco se reconocía.
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No es la primera vez que escucho esta experiencia, por eso decidí escribir sobre las llamadas ‘políticas corporativas’ que hacen referencia a nuestra identidad y que, tal vez sin saberlo, desearlo y siquiera imaginarlo, nos despersonalizan. ¿A qué me refiero?
Me refiero a algo tan simple como restarle importancia a que nuestro nombre es nuestra identidad, y que no es necesariamente el nombre que aparece en mi documento oficial de identidad, sino aquél que es mi marca, con el cual me reconozco y por el que volteo cuando alguien me llama, porque es cuando me siento aludida.
El nombre debiera transmitir algo y es cada uno quien le da sentido y contenido para comentar sobre nuestra vida, experiencia, significado (encuéntrale uno al tuyo, si tienes uno poco común), y es como nos reconocemos. Entonces, no debemos aceptar ni permitir -así de imperativo- que, por un facilismo técnico, nos asignen el que alguna persona del área de Recursos Humanos o TI (para crearte la cuenta de correo) decida, so pretexto de que la política de la empresa es llamarte por tu primer nombre o alguna otra combinación que responda a uniformizarnos en algo tan importante y distintivo como tiene que ser nuestra identidad.
EL NOMBRE, NADA MÁS IMPORTANTE
He aquí mi discrepancia en el uso de la palabra ‘recursos’ para referirse a las personas que integramos una organización. Las personas tenemos identidad, nos reconocemos por algo, nos asociamos con alguien, y tenemos experiencias, deseos y emociones que nos marcan y definen, somos seres individuales no códigos. Nada es más importante para una persona que ser llamada por su nombre, recordada por el mismo y que, en el mejor de los casos, se nos asocie a ese mensaje positivo que dejamos al pasar por una empresa y el cual nos hemos preocupado en transmitir.
En estos tiempos, donde cada vez debemos ser más conscientes de la importancia de gestionar nuestra marca personal, porque es un antídoto contra la crisis, no debemos minimizar este tema. La marca personal se refiere a nosotros, a encontrar en qué radica nuestra autenticidad y propósito, lo que nos hace únicos. Entonces, no es posible que mi nombre no me represente y, menos, que yo no tenga decisión sobre el mismo en mi entorno profesional.
Conozco de muchas empresas que, por evitar –según dicen- confusiones, al incorporar dos personas con nombres parecidos, al que llega segundo le dicen cómo debe llamarse, para no confundir al resto de colaboradores, y en verdad tiene el resultado inverso. Porque al presentarme lo hago con el nombre que uso y cuando me quieran enviar un email, este no me llegará porque obvié decirles que me pusieron otro nombre. Esto genera adicionalmente problemas de comunicación. Hoy debemos ser conscientes que este tema puede tener un impacto de largo plazo en nuestra vida. ¿Qué pasa si en tu entorno te conocen con un nombre y al llegar a esta empresa te lo cambian? ¿Cómo podrás indexar información en redes sociales al compartir contenido, tener un perfil o interactuar con otros profesionales del sector? ¿Tendrás que explicarles que te llamas Javier pero en tu empresa no te llaman así por una política?
EMBAJADORES DE MARCA
Hoy, que somos tan sensibles y susceptibles con los cambios en las marcas para que ellas no signifiquen nada controversial, sería una buena ‘política corporativa’ aplicar este mismo principio a quienes son -finalmente- nuestros embajadores de marca. Probablemente implique más trabajo, pero sin duda será un mensaje coherente que cada persona es única, y así es reconocida y tratada por todos los miembros de la organización.
Que se respete y mantenga mi nombre, así como invertir tiempo en ser conocido en mi empresa es un compromiso personal y el activo más importante que tenemos. No permitamos que nos lo cambien, lo escriban incorrectamente o pasemos a ser una composición de códigos.
(*)Rocío Ames es jefa de ESAN Alumni Career Services).
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