El Perú se ha quedado a medias. Hace más de 30 años el país dio un golpe de timón clave, al pasar de una economía entrampada por la ineficiencia de las empresas estatales, a una liderada por la libre iniciativa privada. Una migración que supuso que el Estado pasara de participar hasta en el mercado de apuestas deportivas (con la Empresa Pública de Administración de Pronósticos Deportivos creada en 1974) a cumplir un rol subsidiario.
Un cambio que en los años siguientes desembocó en el fortalecimiento de nuestra economía y en la reducción de la pobreza, pero que ha dejado muchas tareas pendientes que merecen nuestra atención. Lo logrado no ha sido poco. El crecimiento de nuestra economía, que pasó de ser nulo entre 1979 y 1992 a un promedio de 4,9% anual entre 1993 y el 2019, resultó en una reducción drástica de la pobreza (de 60% en el 2004 a 20% en el 2019).
El presupuesto público en los últimos 20 años aumentó en más de 400%, y el asignado a los gobiernos regionales y municipales se multiplicó por 9 entre el 2002 al 2022.
Esto solo es bueno si el gasto es eficiente, pero recursos no han faltado. Sin embargo, muchas carencias persisten. Por ejemplo, mientras 85% de hogares en regiones como Lima, Tacna y Moquegua cuentan con servicios básicos (como agua, electricidad y desagüe), en departamentos como Ucayali y Loreto la cifra es de 30%. Asimismo, al 2022 el 42% de menores de 3 años en el Perú padecía anemia, y la cifra en regiones como Puno incluso escala al 67%.
En fin, una serie de problemas que se explican por la mala (y, en algunos sectores, nula) implementación de políticas públicas y que tienen que ver con el divorcio entre nuestros buenos resultados económicos y nuestro aún pendiente desarrollo político e institucional, perjudicado gravemente por la corrupción e ineficiencia en la gestión pública.
Frente a estas circunstancias sería muy fácil caer en el error de pensar que las empresas hemos cumplido perfectamente nuestro rol y que corresponde solo al sector público hacer las correcciones. Pero ello sería pasar por alto que los privados no hemos participado todo lo que debimos en las reformas, no solo económicas, sino también políticas, del país.
Tal vez no hemos empleado, tanto como se podía, nuestro conocimiento excepcional del Perú y sus necesidades para la construcción de institucionalidad, de un Estado más eficiente o para fomentar liderazgos que logren cambios que sigan poniendo a los peruanos en el centro. Nos toca, en suma, participar más.
Ese, estoy seguro, sería el comienzo del camino para completar el círculo de nuestro desarrollo, con el impulso de nuestra fortaleza macroeconómica.