(Por Carlos Milla, ex presidente de la Cámara Regional de Turismo del Cusco)
El camino hacia la prosperidad que hemos recorrido los peruanos es algo que no podemos ocultar, son innegables los logros que vamos obteniendo en los últimos años.
Las muestras de prosperidad se ven en cada hogar peruano, urbano o rural. A continuación, citaremos solo algunos ejemplos.
Para comenzar, nuevas viviendas. La construcción (formal o informal) es explosiva en todas las ciudades del país. Las familias migrantes del campo, a la vuelta de pocos años construyen, no casas, sino edificios de departamentos para todos los miembros de la familia. No importa que estos no estén terminados, ahí está su ahorro y su visión de futuro.
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Luego, el acceso a la educación. Conversando con jóvenes estudiantes de algunas universidades particulares (Vallejo, Alas Peruanas u otras), pregunté: ¿En sus familias ustedes serán los primeros profesionales? La respuesta casi unánime es “sí”. La gran masa estudiantil peruana está formada por hijos de obreros, campesinos o trabajadores no profesionales. Y ellos pagan por la educación privada. La oferta de instituciones educativas se ha multiplicado.
Además, hoy ocurre que los miembros de una familia rural, en una comunidad cualquiera de los Andes Peruanos, construyen ‘en faenas’ un ambiente al costado de la casa: Lo que hace unos años sería un corral para animales menores es ahora un ‘garaje’ para el auto de la familia.
Por otro lado, el consumo de bienes ha crecido sustantivamente, los centros comerciales modernos de ciudades intermedias están abarrotados. Recordemos que la dinámica económica se dio en ciudades como Juliaca, antes que en el Cusco (cuyos habitantes manejaban 300 kilómetros para ir al cine). El consumo es también próspero y activo en las versiones locales de mercadillos.
En cuanto al campo altoandino, es cada vez más próspero. Proyectos productivos han creado mercados espectaculares. Por ejemplo, en el Cusco se consume un millón de cuyes al mes, y eso estimula no solo a los productores, sino que añade un promedio de un cuarto de kilo de proteína al poblador del campo, que antes luchaba contra la desnutrición.
Paralelamente, si miramos nuestras actividades económicas, podemos ver más oportunidades en cada uno de los sectores. El agro ha crecido al infinito; y puede seguir creciendo, incluso en la sierra. El turismo se ha multiplicado y hemos alcanzado una masa crítica. Tenemos nuevas maravillas –como Choquequirao– listas para entrar en operación. Tenemos el nuevo protocolo de manejo territorial de Machu Picchu validado por la Unesco. Y no estamos hablando de minería, o el potencial del nuevo ‘oro blanco’, el litio, sino de los proyectos que ya estaban en el partidor.
Ni qué decir de la posibilidad de usar el agua producida en las cuencas para la hidroenergía, o de la irrigación de extensas áreas para la producción, o de las oportunidades de la piscicultura.
Como los economistas prefieren medir la prosperidad, para ellos tenemos cifras irrefutables: reducción de la pobreza en más de 30 puntos en poco más de una década y media, aumento del PBI al doble en la misma etapa. Reducción de la deuda externa e incremento de las reservas internacionales. Es decir, el Perú es un país camino a la prosperidad.
No desmontemos nuestra prosperidad. Pese a los ejemplos citados previamente, también son varias las señales de haberse ralentizado nuestro crecimiento y prosperidad. Habrá quienes culpan a la inútil lucha de poderes entre Ejecutivo y Legislativo, que solo ha destruido nuestra clase política. Y tienen razón.
Habrá quienes culpen a una acción concertada por fuerzas ‘antisistema’. Alentada quizá desde el foro de Sao Paulo, y también están en lo cierto.
Habrá quienes nunca vieron la prosperidad y prefirieron seguir con el discurso del ‘castigo al éxito’. Y a la victimización de los pobres.
Y otros dirán que el culpable de todo es la ‘desigualdad’, como se ha hecho evidente en Chile.
El problema tiene tantas facetas que será muy difícil hacer un análisis completo. Sin embargo, quisiera hacer un llamado de atención sobre algunas cosas que dejan ver que los peruanos de hoy, por cualquiera que sea el motivo, estamos desmontando nuestra prosperidad.
Por ejemplo, Machu Picchu debe ser el distrito más rico del Perú (de repente su PBI es comparable al de San Isidro). A pesar de ese contexto, el alcalde, el frente de defensa y algunos pobladores vinculados a los monopolios de transporte quieren bloquear el único proyecto que llevaría a nuestro ícono a otra escala, mejorando su operación, mejorando la calidad de visita e incrementando las cifras de posibles arribos. Esto será posible con la construcción del centro de visitantes. Inexplicablemente, y en actitud suicida, todos se oponen, ante la pasividad del Ministerio de Cultura y la inoperancia de sus instancias administrativas.
¿Otra perla? El teleférico de Huchuy Qosqo, una inversión privada, con un extraordinario potencial de beneficio para miles de pobladores del Valle Sagrado, ha sido bloqueado, primero por la extorsión de un grupo de asesores y luego por el mismísimo Poder Judicial.
Además, el aeropuerto de Chinchero, cuya importancia para todo el país está fuera de dudas, tiene una larga cantidad de enemigos: desde los ‘románticos del paisaje’ (que no tienen ni idea de que se puede gestionar un paisaje manteniendo la ruralidad), hasta pilotos retirados que nunca conocieron un avión de nueva tecnología.
Hay que decir, además, que la infiltración de todas las entidades públicas por una burocracia ineficaz y frecuentemente corrupta hace que las cosas no sucedan. Y peor que eso es que los propios proyectos del Gobierno se queden dormidos en las instancias intermedias.
Es momento de que los peruanos reaccionemos, que no permitamos que la polarización ideológica nos alcance, que veamos las oportunidades de prosperidad y seamos capaces de apostar por esto.
Dicen que los humanos actuamos más por emociones que por pensamiento. Y esta verdad está a punto de destruirnos. El enojo, la ira, la frustración y el odio han sido cuidadosamente sembrados en nuestros corazones por quienes quieren el fin de la prosperidad.
Veamos que en Latinoamérica hay ejemplos que causan la crisis humanitaria más importante del continente. Y ellos están claramente aliados con el narcotráfico y disfrazados de socialismo con una influencia en toda la región. No dejemos que la ‘brisita bolivariana’ nos alcance.