En tiempos de Las Bambas y Tía María, ¿qué tan cerca está el Perú de sufrir un conflicto social tan complejo y extenso como el que está soportando Chile actualmente? Nadie tiene la certeza sobre lo que puede acontecer en el futuro pero, para Rolando Arellano, aunque la amenaza de un ‘estallido’ está siempre latente, hay algunas diferencias entre las sociedades peruana y chilena que permiten inferir que, aquí, la situación evoluciona de otra manera. Esto sin perder de vista, por supuesto, que este año –en abril, concretamente– hemos alcanzado los 183 casos de ‘conflictividad social’, según el reporte de la Defensoría del Pueblo.
¿Estamos libres de una revuelta como la que ocurre en el vecino del sur?
Mira, un país nunca está libre de este tipo de situaciones, pero es importante aclarar que la economía peruana es muy diferente a la chilena, y distinta también de la argentina. Aquí, obviamente, hay muchas necesidades, pero las movilizaciones sociales en el Perú se dan por otras razones.
Con un paro indefinido en el Valle del Tambo (Arequipa), contra el proyecto Tía María, ¿no deberíamos preocuparnos?
Conflictos pueden haber, pero percibo que son localizados. Es decir, el problema en Tía María moviliza a mucha gente de la zona, sí, pero ya hemos visto que no escaló hacia Moquegua, por ejemplo, cuando se dieron las protestas contra Quellaveco. De hecho, los mismos arequipeños han dicho que les parece importante la protesta, pero que no quieren que afecte a su región.
Lo que dejan ver estos conflictos minero-ecológicos, sin embargo, es que tenemos serios problemas de desigualdad; con todo y canon minero, como en Chile.
Sí, pero es importante analizar esta desigualdad porque, cuando tú la mides en términos económicos (a través del coeficiente GINI, por ejemplo), esta desigualdad en el Perú es menor que en Chile; y si haces la evaluación en términos sociales, también encuentras notables diferencias.
¿Qué diferencias?
La economía chilena creció gracias a las grandes empresas. Chile avanzó a partir de la gran industria –por citar un caso emblemático, la gran industria del cobre– y entonces sus clases medias han sido conformadas por empleados formales, con un salario fijo, con seguridad social, gente que tiene a quien reclamar, qué reclamar: una mejora del sueldo, un ascenso. Eso aquí no sucede.
¿A quién le reclama nuestra clase media?
En el Perú, el poblador promedio no tiene un jefe a quien reclamar, él es su propio jefe. Dos tercios de nuestra población es independiente, por lo que el cielo es su límite.
Pero esa población independiente es, en su mayoría, informal, lo cual también es una bomba de tiempo.
Eso tiene una explicación que viene desde las migraciones a Lima, producto de las crisis agrarias. El crecimiento de las periferias fue autosostenible, porque no encontró oportunidades de empleo al llegar. ¿Entonces, qué hicieron estos nuevos limeños? Comenzaron a producir ropa, crearon su restaurante, su panadería. Crecieron económicamente –y la mayoría de manera informal– sin ser empleados de nadie. La informalidad, en el fondo, significa mucho nivel de independencia. Pero es un círculo vicioso que hay que arreglar, porque así no se le puede reclamar nada al Estado.
En este contexto surgen propuestas como la del economista Hugo Ñopo, que ha sugerido en El Comercio políticas económicas más ‘intervencionistas’, que acerquen el Estado a la gente, de manera efectiva.
Sería ideal que el Estado intervenga, en el sentido de que debería poner orden, pero tenemos un Estado ineficiente, y lo que aquí la población dice es que más bien que prefiere estar sola que mal acompañada.
Ad portas del CADE 2019, ¿qué papel le corresponde a los privados ante este panorama? ¿Son útiles esfuerzos como el del sector financiero para bancarizar a los independientes e informales?
El sector privado está haciendo mucho más por la gobernabilidad y por la formalización que lo que se ve. Estas iniciativas que mencionas integran a miles de personas a la economía formal. Lo vemos también a través de las bodeguitas, que avanzan en alianza con los grandes proveedores, como Alicorp, Gloria, Nestlé. En este último caso vemos redes sociales y económicas que justamente están provocando que las bodeguitas, las pequeñas empresas, crezcan. Este tipo de integración es lo que deberíamos buscar.
El proceso de reconstrucción en el norte puede ser una oportunidad, ya que permitirá un trabajo conjunto entre grandes constructoras y sus proveedores.
Es una gran oportunidad. Nuevamente, mira lo que ha ocurrido con la banca. Pasaron de las 200 a las 3.000 agencias, porque vieron a los pequeños empresarios, a las bodeguitas, como socios, a través de la banca corresponsal. Las capacitó y ahí están. No hay que ver a la informalidad como un enemigo, sino hay que verla por su potencial.
Hay que nivelar la cancha.
El Perú podría tener un camino muchísimo más estable, sin las explosiones sociales que hemos visto en Chile, si se diera una mayor colaboración entre las empresas grandes y chicas, pero no una colaboración a modo de asistencia, sino como socios.