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Minería e infraestructura tendrá impulso durante el 2017
Augusto Townsend Klinge

El 2 de enero del 2011, El Comercio publicó esta entrevista a Alberto Benavides de la Quintana, titulándola "El legado de don Alberto". Entonces se mencionó que el otrora presidente de Buenaventura, "seguía siendo, a sus más de 90 años, la voz más lúcida y respetada entre los empresarios mineros del Perú", una descripción que sigue vigente a pesar de su fallecimiento acaecido en 2014. Esta entrevista es una muestra de ello.

"Si hubiera que elegir al empresario más exitoso del país,les presentamos aquí al principal candidato. Aunque su modestia le impida aceptar una nominación de ese tipo, Alberto Benavides de la Quintana bien podría serlo. A diferencia de Dionisio Romero Seminario o de los hermanos Mario y Pedro Brescia, a don Alberto no le tocó expandir una fortuna que heredó de sus padres, sino crearla desde cero. Compañía de Minas Buenaventura, la firma que preside y que lleva su impronta desde hace 57 años, no es solo la principal empresa de la peruana, sino una de las responsables de que el Perú haya llegado a ser el mayor productor mundial de plata y el quinto mayor de oro. Don Alberto tiene ya más de 90 años y sigue tan lúcido como siempre, yendo a trabajar todos los días".

Ha pasado ya más de medio siglo desde que inició esta aventura en la minería, en Huancavelica...

Es curioso. En 1952 llegué a la mina de Julcani como arrendatario por un año pero, al año siguiente, la dueña, que era la Sociedad Minera Suizo-Peruana Julcani, me puso contra la pared: o compras o te vas. Así que hubo que comprar.

¿Fue una decisión difícil?

Bueno, ciertamente no tenía el dinero y no había suficientes reservas en la mina, pero yo tenía 32 años, más o menos, y a esa edad uno es más corajudo, más avezado. Así que nos lanzamos a formar Buenaventura y, a Dios gracias, nos ha ido bien. Me dieron un préstamo contra entrega de minerales, y con ese dinero y un poco de ahorros que yo tenía por ahí, sacamos adelante la mina de Julcani.

¿Cómo le fue con el pago?

La compra se hizo a mediados de 1953. Para diciembre del siguiente año ya habíamos pagado todo, en 18 meses. Y el préstamo me lo habían dado por 3 años.

¿Quién le prestó en esa época?

La Cerro de Pasco Corporation,de donde yo venía de trabajar. Lo que ellos querían era comprar los minerales para procesarlos en La Oroya. Fíjese usted qué interesante, pues esta historia muestra cómo funcionan los mercados. La Cerro de Pasco tenía especial interés en los productos de Julcani porque tenían bismuto, 1% o 2%, ya ni me acuerdo. ¡En esa época me pagaban el bismuto y ahora lo castigan cuando viene en el contenido del mineral! Eso porque ya no tiene mercado, ha perdido utilidad. Como anécdota, dicen que fue esta artista de cinema que representó a Cleopatra la que puso de moda el bismuto...

Elizabeth Taylor.

Exacto, Liz Taylor. Ella se pintaba las uñas con un esmalte que brillaba, y el bismuto era lo que lo hacía... iridiscente es la palabra. Entonces el consumo de bismuto voló por la demanda del esmalte, pero ya eso pasó y el uso que tiene ahora es para metales antifricción. Pero parece que han encontrado otros sustitutos y ya han dejado de lado el bismuto.

Esa parece ser la historia del negocio minero: lo que puedes vender hoy quizá ya no tenga compradores mañana...

Así es. Vea usted el caso del plomo, que tuvo su auge hará pues 50 años, cuando se usaba en pinturas, en cañerías, en los baños y lavatorios, porque es muy flexible. Se usaba plomo tetraetílico y, de repente, dejó de tener todos esos usos, pero lo que perduró fue su utilidad para la fabricación de baterías. El plomo siempre fue más barato que el zinc, pero hoy no sé exactamente qué ha pasado, quizá la gente dejó de buscarlo porque no era atractivo, y ahora vale más que el zinc, está por encima del dólar por libra. Yo lo trabajaba en la Cerro de Pasco cuando estaba a solo 20 centavos.

Es que ha crecido el interés de las compañías automotrices, que están pensando en él y en el litio para las baterías de sus autos eléctricos...

Imagino que sí.

Minería peruana.  (Foto: Archivo El Comercio)

Desde esa perspectiva, lo que uno deduce es que la riqueza minera verdaderamente no es tal si el mercado no le da un uso y, sobre todo, si se mantiene en el subsuelo...

Siempre nos dicen: "Ustedes solo exportan minerales", pero el 95% del oro se exporta en barras ya refinadas, para hacer joyería o para venderlo como activo de refugio. Sí agregamos valor y producimos lo que el mundo demanda.

¿Y en el caso del cobre?

Entre el 17% y el 18% sale en forma de cátodos.

En todo este tiempo de auge de la industria minera, ¿por qué no se ha ido un poco más allá?

Sí lo hemos hecho, en alguna medida. Ya fabricamos cables de cobre, Indeco y, si no me equivoco, una empresa del grupo Brescia lo hacen. ¿Por qué no hemos ido más allá? Por falta de mercado. Tenemos que ir a pelear el mercado de EE.UU., por ejemplo, donde las fábricas son mucho más grandes, tienen una serie de facilidades y están al lado de la demanda, mientras que nosotros tenemos que pagar el flete.

Siempre se dice que solo se ha explorado el 5% del territorio peruano, ¿cuán cierto es esto?

Creo que sigue siendo verdad, pero era más verdad hace 10 o 15 años. Yo estoy realmente... no voy a decir deprimido, pero sí fastidiado, con esto de que a esta compañía Centauro no la dejen explorar. ¡Explorar! ¿En qué puede contaminar la laguna de Conococha el que se explore? Me parece una barbaridad. El impacto ambiental de la exploración es mínimo. Aun cuando se hacen trabajos de perforación diamantinos, el material que se acumula es escasísimo, pues uno hace la perforación para llevarse la muestra y poderla ver en un microscopio. Qué cosa puede hacer, pues, un hueco de dos pulgadas en la tierra.

La preocupación de algunos es que eso lleve a algo más grande...

Sí, pues, pero para eso está la autoridad y la autoridad tiene que ver que en una exploración no se contamine. Después, cuando se pasa a la etapa ya de construcción de la mina, ahí es cuando la autoridad tiene que dar permiso o denegarlo. Y luego, una vez construido todo, todavía se puede denegar la autorización para explotar si se incumple alguna ley. Pero son, pues, etapas. Yo no veo cómo se puede quitar el derecho a explorar si explorar lo único que hace es aumentar las reservas de minerales conocidas en el país. Me ha parecido que esto de Centauro realmente es un mal signo...

A veces ocurre que ese primer encuentro entre la empresa minera y las comunidades no se da en los mejores términos. El Estado tampoco interviene mucho para facilitar las cosas...

Yo creo que los mineros tenemos la obligación de ir a hablar con las comunidades y convencerlas de que les vamos a traer eventualmente bienestar y no fastidio.

¿Cuánto ha cambiado este tema en las últimas décadas?

Habría que separar las cosas por zonas. De aquí hacia el norte, más allá de Huacho y Pativilca, empiezan las dificultades. En la sierra central, en la zona de Cerro de Pasco, por ejemplo, las comunidades ya están muy acostumbradas a la minería. Y luego pasando más al sur, en el famoso trapecio andino, desde Huancavelica, pasando por la parte altoandina de Arequipa y hasta Puno, ahí la gente está, pues, desesperada por vías de comunicación.

Entonces, cuando ven un minero venir, están encantados. Mi experiencia es que son muy bien recibidos. Ahora, habiendo dicho esto, sale este chupo de Tía María. Pero fíjese que esto no ha salido al comienzo, ha salido después. Es indudable que ahí la empresa ha fallado. Han pasado tres, cuatro, cinco años y no han estado llegando. Cuando arribaron seguramente los recibieron con los brazos abiertos, porque significaba canon y otros beneficios para ellos.

¿Qué puede estar pasando en esos casos? A veces parece que la comunidad sencillamente dice: "No queremos minería", y excluye la posibilidad de negociar...

Yo no he encontrado eso. Que me digan así: "No quiero negociar", nunca. Lo que uno escucha, más bien, es: "Qué me vas a dar a mí".

Las protestas contra los proyectos mineros han provocado que haya menos proyectos. (Foto: Archivo El Comercio)

¿Ha sido difícil ese trabajo de generar empatía, de trabajar con las comunidades?

No es fácil, pero hay que hacerlo. Yo creo que nuestro gran instrumento en la minería es el agua. Tenemos que dotar de recursos hídricos a las zonas donde trabajamos.

Esa es una inversión que la minería puede dejar para la posteridad.

Nosotros tenemos el ejemplo de Minera La Zanja, que acaba de arrancar. Y, bueno, no hemos tenido ninguna dificultad para empezar porque hicimos una represa. Y la hemos hecho porque nosotros necesitamos el agua, pero le vamos a dar una parte a ellos. Y están encantados.

Pero también es verdad que la minería antigua, incluso la estatal, dejó muchos pasivos ambientales...

No solo la estatal. Nosotros mismos lo hicimos.

¿Qué se debe hacer para ir curando esas heridas?

Hay que ir arreglando las cosas. Yo no tengo una receta ni una varita mágica, pero lo que sí creo que hay que hacer con las comunidades afectadas es darles más agua, darles electricidad. En La Zanja hemos denunciado eso hace 16 años. Han llegado hasta a quemarnos el campamento, hace 4 o 5 años.

¿Cómo se revirtió la situación?

Empezamos a trabajar para ver cómo podíamos ir convenciendo a la gente. La habíamos cortejado, le habíamos dado un centro ganadero, un centro lechero, habíamos colaborado en una serie de cosas para ganarnos su buena voluntad. Todo esto funcionó, es positivo y hay que hacerlo. Pero la puntilla fue que decidimos llevar la línea de alta tensión antes de que tuviéramos lista la mina. Esto lo acordamos ahí y alguien nos dijo: "Pero ustedes todavía no tienen el permiso para la mina". Bueno, tuvimos que jugárnosla. Pusimos la línea y pudimos darle corriente a una serie de pequeños pueblos.

¿Nadie se quejó?

Oiga, hubo un pueblo, que se llama Gordillo, que nos dijo: "Por nuestro terreno no pasa la línea". Bueno, nos dimos la vuelta y a la semana estaban rogando que les pusiéramos la línea. Total, la gente ahora está encantada. No hay ningún problema, estamos produciendo, se ha volteado el pastel. La empresa tiene que tomar la iniciativa en este tipo de cosas.

Muchas veces se discute en el Perú si la minería es la industria que nos va a sacar de la pobreza o no...

Mi opinión puede estar parcializada, pero yo estoy convencido de que así es. Sobre todo, va a integrar la sierra con la costa. Los costeños siempre hemos tenido un gran desprecio por los serranos. Yo recuerdo que se decía por acá: "El serrano nunca es bueno, y cuando bueno nunca perfecto, y cuando perfecto siempre serrano". Era un dicho muy común. Bueno, yo me he pasado 50 años en la sierra, tengo muchísimos amigos en Huancavelica, Cerro de Pasco, Cajamarca, Arequipa. Siempre he encontrado un ambiente muy acogedor, a pesar de ser la topografía tan agreste, como es en Huancavelica, pero el carácter de la gente es muy bueno. Quizá yo llegué en momento en que no había ni carretera, en que se decía que la mina la iban a cerrar, que no había reservas. Quizá dijeron: "Pobre muchacho, está haciendo el esfuerzo". Total, yo recibí todo tipo de apoyo, así que sería sumamente injusto si me quejara de los huancavelicanos, que me acogieron con los brazos abiertos.

Usted empezó en Huancavelica, que después de medio siglo sigue siendo el departamento más pobre. ¿Qué ha pasado?

Una de las razones es la falta de vías de comunicación. Nosotros hemos hecho todo lo posible por desarrollar una mina grande en Huancavelica, y no hemos tenido suerte. Lo único que sabemos es que hay una mina un poco más al norte que podría tener algo de valor, pero esa la tuvo primero Rio Tinto, una compañía inglesa, después nosotros quisimos entrar ahí, pero Milpo ganó y la tiene ahora y no se está haciendo mayor cosa.

Desde los 90 ha habido una cantidad fortísima de inversiones mineras en el Perú. ¿En qué medida se ha producido un cambio en la mentalidad del empresario minero peruano?

Esa es una de mis quejas. No hay prácticamente mineros peruanos. Está Jesús Arias, estaba Bobby Letts, que ha muerto pero su familia sigue en Volcan, está Guido del Castillo, los Brescia con Minsur, pero allí paramos de contar, los demás son más chicos. Y el resto son todas compañías inmensas internacionales. Nosotros hemos tenido la suerte de participar en Minera Yanacocha, que la consideran extranjera pues la maneja Newmont, pero estamos siempre detrás de ellos empujándolos a que hagan más cosas en el Perú. Vamos a tratar de sacar adelante el proyecto Minas Conga, pues yo creo que ya llegó al punto de no retorno. Eso no lo para nadie, estamos embalados.

¿De todas las minas en las que ha participado, cuál tiene para usted mayor valor sentimental?

Julcani, que sigue trabajando y que todos los días nos da sorpresas. Cuando yo la tomé me dijeron que no había reservas sino para dos meses. Y han pasado cincuenta y tantos años.

Así de sorpresiva es la geología del Perú...

Sí, pero también es el resultado de una política de seguir con las exploraciones, de no bajar los brazos, de no darse por vencido.

¿Cuánto del éxito de una empresa minera es suerte y cuánto el resultado de una buena gestión?

Yo diría que 50% de cada lado. Creo que la base es mantener el ritmo de las exploraciones. La perseverancia es el sustrato del negocio minero. Esa ha sido siempre la política de Buenaventura. Una vez que encontramos Julcani, empezamos a explotarla y a pagar la deuda, pero no nos quedamos tranquilos y fuimos a buscar algo más en la zona de Huachocolpa, en Huancavelica. Esta todavía está funcionando, pero no resultó ser la mina que queríamos, así que nos fuimos a Arequipa, a Orcopampa, y de ahí a Huacho, a la zona que se llama Ucchuchaqua. Nosotros no hemos parado de explorar minas. Ahora, habiendo dicho eso, sin duda creo que la suerte nos ha acompañado. Una anécdota, o un caso quizá extremo de buena suerte, fue que, estando en Orcopampa, la comunidad vecina nos pidió un tractor para limpiar un derrumbe que habían tenido en uno de sus canales. Nosotros mandamos el bulldozer, pero junto con este fue un geólogo. Al ver este lo ocurrido, empezó a muestrear las fracturas que había por allí, y cuando hicieron los ensayos, se encontró una veta que, para sorpresa de todos, dio una onza de oro por tonelada. Fue un golpe de suerte. Todavía seguimos extrayendo mineral en la zona de Chipmo.

¿Cuántas veces usted ha sentido que ha fracasado?

Varias. Traté, por ejemplo, de desarrollar las minas Colquipucro, a unos 60 km al norte de Cerro de Pasco, y no funcionó. Mis hijos se reían de mí porque yo les decía: "Ahí tiene que haber mineral, los quechuas eran muy hábiles y 'colqui' significa plata y 'pucro' colina, así que eso debe ser una colina de plata". "No lo dudamos -me decían-, pero lo que vas a encontrar allí no son minerales de plata, sino la misma plata que le has metido al proyecto, que ya has enterrado". Bueno, pues, no salió. Después estuve metido también en este tema de los fosfatos en Bayóvar. Una larga historia allí, pero finalmente me retiré porque no la vi clara [la mina ahora es de propiedad de la brasileña Vale].

A veces uno tiende a hacer el paralelo entre ustedes y el negocio minero de la familia Hochschild, cuya estrategia se ha enfocado, más bien, en expandirse fuera del Perú...

Nosotros también hemos buscado cosas en otros lados, pero, como siempre digo, cada vez que encontrábamos algo interesante fuera del Perú, encontrábamos algo mejor dentro del Perú. Así que mejor me quedo aquí tranquilo.

¿Cuál quisiera usted que fuese su legado en el sector empresarial?

Mire, yo nunca he buscado notoriedad. Pero sí mantengo con gran entusiasmo que la minería es el elemento integrador del Perú. Nosotros no podemos vivir separados de la sierra, tenemos que vincularnos con ella, y la minería es lo que nos permitirá hacerlo. Y si queremos algún día llegar a nuestra selva, integrémonos primero con nuestra cordillera. Si bien es agreste, su gente es muy buena. Yo quisiera que el Perú entero reconozca eso.

Campamento de Buenaventura.

"NOS HEMOS MANEJADO CON LA MAYOR TRANSPARENCIA"

Buenaventura tiene 57 años. ¿Cuánto ha cambiado la empresa en todo este tiempo?

Imagínese. Cuando yo la tomé éramos 4 o 5. No teníamos oficina en Lima, sino una allá en Julcani, donde contábamos con 30 o 40 obreros. Hoy empleamos directamente en nuestras operaciones a más de 3.000 personas, y si contamos nuestra participación en Yanacocha y en Cerro Verde, son como 9.000.

¿Cuándo se decidió abrir el capital de la empresa a inversionistas que no fuesen de la familia Benavides?

Fue así desde el principio. Yo no tenía el dinero para comprar toda Buenaventura, así que invité al doctor Fernando Schwalb, a Manuel Ulloa, a Mario Samamé Boggio, al doctor Gonzalo Otero Lora, al doctor Daniel Olaechea y, por supuesto, a mis hermanos y a mis suegros. Todos suscribieron, así que desde el principio no fuimos una empresa familiar.

Y el número de accionistas fue ampliándose...

Así es. Por ejemplo, en unos momentos difíciles que tuvimos, nos enteramos de que Southern Perú estaba obteniendo muy buenas utilidades, pero no podía sacar al extranjero sus dólares porque el gobierno de Juan Velasco Alvarado no lo permitía. Así que fui y los invité a que suscribieran una buena cantidad de acciones de Buenaventura, y lo hicieron. ¡Traían acá los dólares en maletas! Después de eso, un buen día, el gerente general de Southern en el Perú vino y me dijo: "Esta decisión la han tomado en Nueva York contra mi voluntad y contra mi buen juicio, pero tengo que acatarla". Decidieron vender para poner los fondos en otro lado.

¿Quién compró esas acciones?

Una serie de fondos mutuos de EE.UU. y Canadá se interesaron. Entonces, fui al Banco de Crédito y ellos me dijeron que sí me apoyarían con el tema, siempre y cuando Buenaventura se comprometiese a suscribir 10% o 15% del paquete que tenía Southern. Al poco tiempo les pregunté dónde quedó ese 10% o 15% que nos tocaba comprar a nosotros, y me dijeron que todo se había vendido entre fondos canadienses y americanos.

Las AFP también participan en su accionariado, lo cual convierte a los peruanos afiliados al sistema privado de pensiones en propietarios indirectos de Buenaventura...

En efecto, tenemos allí 3 millones de accionistas representados por los fondos de pensiones. Y la relación que tenemos con las AFP es muy positiva. Creo que hemos manejado la gerencia con la mayor transparencia. Ahora nos han invitado a tocar la campana de cierre en la Bolsa de Valores de Nueva York en febrero o marzo de este año, si mal no recuerdo.

"ME DECÍAN: 'VAS A PERDER LA CAMISA EN JULCANI'"

A lo largo de los años, la gestión de Buenaventura ha afrontado un cambio generacional. Sus hijos Roque y Raúl han asumido posiciones muy importantes dentro de la empresa. ¿Cómo ha visto usted este cambio?

Tuve la suerte de que Roque estudiara primero ingeniería civil, lo que me parecía muy bien porque la base de la ingeniería minera está en la ingeniería civil. Lo apoyé en todo. Pero lo mejor fue cuando me dijo que se iba a ir a estudiar administración de negocios a Inglaterra. No es que yo me quiera tirar al suelo para que me levanten, pero yo nunca he sido, pues, un administrador de negocios, he sido un profesional de geología. Así que la venida de Roque fue espléndida porque él se encargó de la administración, contabilidad y finanzas de la empresa...

¿Y en el caso de Raúl?

Fue quizá más fácil porque él me dijo desde el principio que quería ser ingeniero minero, y por supuesto se lo fomenté. Lo llevé mucho a las minas y disfrutaba mucho ver cuán encantado estaba él en ese ambiente.

¿Sus hijos nacen cuando usted ya había fundado Buenaventura?

Blanca y Alberto antes de la fundación. Mercedes, la tercera, nació justo cuando estaba por tomar Julcani. Siempre dicen que cada chico viene con un pan bajo el brazo. Pues yo le digo a Mercedes: "Tú viniste con un panetón". Y después nacieron Roque y Raúl en Lima, pero en mis viajes los llevaba mucho a la sierra.

Usted ya tenía una familia que alimentar cuando se le presentó la posibilidad de comprar Julcani. ¿Por qué se arriesgó en lugar de ir por lo seguro y quedarse en la Cerro de Pasco?

La gente me decía: "Vas a perder la camisa en Julcani, es una aventura, una locura, lo que estás haciendo. ¡Cómo te vas si tienes un porvenir en la empresa!". Quizá algunos piensen que yo quise salir de la compañía porque la disciplina era muy dura y vivir en Cerro de Pasco tampoco era fácil. Pero yo me aclimaté mucho y me acostumbré a todo esto. Trabajé en la Cerro de Pasco desde 1944 hasta 1950 como geólogo, y a finales de 1950 me trajeron a Lima como jefe de exploraciones. Entonces, yo ya estaba residiendo en Lima, y todo hacía pensar que tenía un futuro dentro de la Cerro de Pasco. Y ahí era cuando me decían: "Cómo te vas a ir a una mina en Huancavelica, quédate acá porque tienes un camino trazado". Ahí visité Antamina -que se la recomendé a la Cerro-, Tintaya, Las Bambas. Pero me arriesgué y afortunadamente me fue bien.

¿Cómo mantiene la humildad un empresario cuando empieza a crecer su fortuna?

Supongo que depende de los individuos. La gente puede creer que no soy sincero, pero la verdad es que esto nunca fue para mí una búsqueda de dinero. ¡Me entusiasmaba tanto esto de abrir las minas y ver qué pasaba! En esta actividad todos los días cuentan y yo los disfruté todos.

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