La última entrevista de Alberto Benavides para El Comercio
La última entrevista de Alberto Benavides para El Comercio
Redacción EC

En setiembre del año pasado, el diario El Comercio realizó la última entrevista al empresario minero peruano . Aquí la reproducimos: 

 "Mi papá decía: 'Alberto es gordito, ¡qué va a aguantar en una mina!'"

A sus 93 años, Alberto Benavides de la Quintana sigue activo. Trabajó largas décadas en Huancavelica, donde el 1 de enero de 1953 nació la . El Comercio conversó con este peruano extraordinario, que nos cuenta que, en sus comienzos, lampeó y empujó carretillas en una mina.

Don Alberto extiende el mapa de Huancavelica sobre la mesa y lo alisa. Señala las lagunas de Lachoj, Rumicocha, Uscumachay, Yanacocha, Huarmicocha, Cachimayo, Azulcocha y otras, que rodean la legendaria ciudad de Huancavelica. Estas se ubican en un amplio y accidentado circuito de varios kilómetros, a 4 mil y más metros sobre el nivel del mar.

¿Qué significan las lagunas para el futuro de Huancavelica?

Con esa agua debemos construir reservorios, represas, pensando en el gran proyecto. No hay que olvidar que lo primero es manejar las aguas del río Ichu que recorre, en gran parte, la ciudad de Huancavelica. Después de eso se pueden y deben construir hidroeléctricas, incluso en cascada, hasta La Mejorada. [Lo dice feliz y extiende los brazos como quien arrea ese caudal.]

¿Por qué son tan importantes esos reservorios y centrales? ¿Cuándo se iniciarán esas obras?

Hay una buena noticia. El alcalde provincial de Huancavelica, Leoncio Huayllani Taype, está por iniciar la recuperación del río Ichu, una obra importantísima, pues hay que regular esas aguas que en los inviernos arrasan con todo y en verano se secan totalmente, y se convierte el río en un gigantesco basurero.

Huancavelica parece ser para usted un tema recurrente. ¿Qué siente por ella?

Amor, agradecimiento. ¿Cómo no voy a estar agradecido con esa tierra si me ha dado todo? Allí empecé hace sesenta años mi actividad minera, como empresario privado. Todavía recuerdo mis inicios.

¿Cómo fueron sus inicios como minero?

Con las dudas de mi padre...

¿Cómo es eso? [Pregunta el colega Edwin Martínez Osores.]

Siempre quise estar ligado a la minería, pero cuando acabé el colegio mi padre tenía dudas de mi vocación. Él decía: "Este Alberto ha vivido toda su vida en Lima, además es gordito, ¡qué va a aguantar en una mina!". Pero como yo insistía en ser ingeniero de minas, prácticamente me retó y me envió a una mina en Carabaya, a 5 mil metros de altura. Allí aprendí mucho, a trazar carreteras, a manejar el teodolito. Terminadas las prácticas, me presenté donde mi papá y él, muy seguro de que ya me había desanimado, me preguntó qué quería estudiar. Yo le dije muy seguro: "Ingeniería de minas, papá".

¿Y su padre siguió dudando de su vocación?

Sí, y me dijo: "¡Ah! Eso dices porque has estado en una mina de tajo abierto, allí es fácil. Te quiero ver en un socavón". Y me mandó a la mina de otro de sus amigos, a Atacocha, en Cerro de Pasco, a cuatro mil metros de altura. Ese verano llegó Elías Fernandini, hijo del dueño, que era muy fiestero y organizaba fiestas. Yo no era bohemio, pero me encantaba bailar. Cuando terminó mi estancia en esa mina, me presenté ante mi padre. Él, todo serio, me preguntó: "¿Qué quiere estudiar, usted?". Y yo, terco y muy seguro, le volví a contestar: "Ingeniería de minas, papá".

¿Y su padre se convenció de su vocación?

Mi papá se quedó pensativo, se rascó la cabeza, miró al suelo, después al techo y finalmente me dijo: "Ya, hijo, si es lo que te gusta, estudia eso". Mi padre fue un gran hombre, muy honesto y justo.

Usted ingresó a estudiar a la Escuela de Ingenieros, que ahora es la Universidad Nacional de Ingeniería (UNI). ¿Cómo terminó en Harvard?

Justamente en la universidad me enteré de que había dos becas. Postulé y obtuve una para estudiar geología en Boston...

¿Es cierto que cuando estudiaba en Boston las circunstancias lo llevaron a incumplir una promesa hecha a su novia y que ella dejó de escribirle?

Ja, ja, ja, ja. Sí, es cierto. Cuando me fui en 1942 a Estados Unidos le dije a quien ahora es mi esposa, y que entonces era mi novia, que tenía esta beca de solo un año, que yo quería aprender bien el inglés, conocer más esa realidad y después casarnos. Pero al finalizar dos ciclos en Harvard, el profesor me dijo que tenía las mejores notas y que notaba mi vocación para la minería. "Oiga usted -me dijo-, le hemos conseguido trabajo en la mina Franklin de Nueva Jersey, no muy lejos de Nueva York". Yo sentía que había sido un buen estudiante en Harvard y pensé que no podía dejar pasar este trabajo.

Le escribí a mi novia contándole: "Fíjate, me han ofrecido un trabajo por cuatro meses más, ya después regresaré a Lima". Ella me respondió que yo estaba rompiendo mi promesa. Nunca más volvió a escribirme. Yo lo hacía todas las semanas, pero ella nunca respondió.

Y usted empezó a trabajar como geólogo en una mina de Estados Unidos...

Qué geólogo, ni nada! ¡Me metieron de lampero!

¿Lampero?

Lampero, lampero, pues! Me metieron a tirar lampa, a hacer huecos...

¿Y sus estudios en Harvard?

Nada de estudios! ¡A tirar lampa, señor! Después fui carretillero y después perforador. Tenía 22 años. Después sí entré a ver temas de geología y aprendí bastante. Nuevamente apareció el gringo de la universidad y me dijo: "Quisiéramos que regrese a Harvard por dos ciclos más y con eso ya saca su máster". Yo acepté porque era una oportunidad magnífica. De otro modo no hubiera podido estudiar allá, pues no tenía medios. Mi padre era un abogado, vocal de la corte y vivía de su sueldo, y al viejo Quintana, mi abuelo materno, que había tenido algo de dinero, no le había ido bien en su negocio.

¿Pero, y su novia? ¿Qué ocurrió cuando le contó que posponía nuevamente su regreso a Lima?

Yo estaba muy enamorado de ella, hasta ahora lo estoy. Imagínese, es mi esposa, llevamos 67 años casados. No sé qué pensaría cuando se lo conté por carta, porque ella no respondía. Sí, estaba molesta. Yo le había prometido que volvía en ocho meses y al final fueron dos años. Hasta ahora no se olvida y me dice: "Eres un desconsiderado, te mandaste mudar dos años" [ríe al recordarlo].

¿Qué hizo cuando su novia dejó de escribirle?

Le escribí a mi padre y le pedí que hablara con ella. Mi papá me contestó: "Está molesta". Sin embargo, cuando regresé a Lima y bajé del avión, mi padre y ella estaban allí, esperándome. ¡Gran mujer! Ya casados, me acompañó cinco años en mi trabajo en las alturas de Cerro de Pasco.

"La minería informal es un problema social que compromete a la sociedad y al Estado. Son más de 400 mil personas que trabajan en ella. El problema es complejo".

"El Perú puede ser un país desarrollado, la naturaleza nos lo ha dado todo"

¿Cuál es su opinión sobre la minería informal?

Es un problema social que compromete a la sociedad y al Estado. Son más de 400 mil personas que trabajan en ella. ¿Cuántas personas dependen de la minería informal? ¿Un millón, dos millones? Solo en oro y cobre, mueven dos mil millones de dólares. El problema es complejo.

¿Pero cuál es la alternativa?

No puede dejarse sin sustento a millones de peruanos, pero tampoco pueden permitirse la contaminación, el deterioro de la naturaleza, de las tierras de las comunidades, la explotación de menores de edad, el desorden, la violación de las leyes. Los informales tienen que trabajar dentro de la ley, respetar las normas. No es fácil, pero tienen que hacerlo. El Estado tiene una tarea pendiente.

¿Qué falta para que el Perú sea un país desarrollado?

El Perú tiene las condiciones para ser un país desarrollado. Lo que falta depende de nosotros, porque la naturaleza nos lo ha dado todo. Necesitamos más y mejor educación, más minería y más institucionalidad. Más inversión, especialmente en educación; las instituciones deben ser más eficientes y el Estado, ágil y moderno. Debe mejorarse mucho la infraestructura.

¿Qué les diría a los jóvenes?

Que estudien lo que les gusta, a conciencia; que se esfuercen por ser buenos en sus estudios y después ser mejores profesionales para aportar a nuestro país. Y lo principal, que se esfuercen por ser buenos ciudadanos, personas ejemplares.

"La minería es suerte e incertidumbre"

¿Cuándo compró su primera mina?

A finales de 1951 me enteré de que querían arrendar la mina Julcani, en Huancavelica.

¿Tenía dinero para invertir?

No, no tenía plata. Decían que en la mina no había mineral, pero a pesar de esos temores decidí arrendar Julcani. Y apareció el problema. ¿Con qué plata? No tenía ni un centavo más que lo de mi tiempo de servicio en Cerro de Pasco y algo ahorrado.

Y su padre no podía ayudar...

Mi padre era un hombre muy simpático y muy decente que murió pobre. Fue vocal de la corte y yo me siento muy orgulloso de él. No había dinero. Fui donde mi hermano Ismael, que trabajaba en la hacienda Huamaní, de nuestra familia. En un tiempo había sido la mejor de Ica, pero no daba utilidades porque se quedó sin agua cuando empezaron a hacer pozos en la parte baja del río Ica y drenaron la napa freática.

¿Y cómo podía ayudarlo su hermano Ismael, si la hacienda no generaba dinero?

No teníamos dividendos, pero sí el patrimonio. Le pedí a Ismael que me garantizara ante el Banco de Crédito para sacar un pequeño préstamo. Le dije que yo estaba poniendo todo el dinero que me dieron por mi trabajo en Cerro de Pasco y mis ahorros. A regañadientes, Ismael me apoyó. Pero faltaba más dinero.

¿Qué hizo entonces para reunir el dinero que le faltaba para el proyecto de Julcani?

Elaboré un plan muy conservador, de pagos escalonados por las regalías. Los dueños de Julcani eran los señores Oeschle, y me dijeron: "¿Pagos a diez años? ¡No! El arriendo es solo por uno!".

Sentí que el mundo se me venía abajo. ¿Cómo en un año iba a recuperar lo invertido, pagarles regalías y ganar algo? Volví a mi casa desmoralizado. Había perdido dos meses negociando para que los dueños de la mina me salieran con ese disparate.

Al día siguiente me buscó Bruno Tschudi, quien me había presentado a los Oeschle, suizos como él. Bruno salió con una locura mayor.

¿Qué fue lo que le propuso el señor Tschudi?

Bruno me dijo: "Te he conseguido una opción de compra para cuando acabe el arriendo de un año". ¡Peor!, le dije. ¿Cómo voy a sacar dinero en un año para pagar por la mina? Me dijo que la opción era barata. Barata o no, yo no tenía plata. Estaba triste y esa noche ni dormí, pero pensé que en un año los Oeschle iban a estar locos por vender y que tenía que ser la primera persona a quien buscaran.

Pese al riesgo, lo empezó a pensar...

Sí, pues, uno consulta con la almohada. Pensé, quieren vender y si tengo el arrendamiento estaré en mejores condiciones que cualquiera. Así que le dije a Tschudi: "Me parece una locura, tengo 31 años, nunca he sido minero ni hombre de negocios, solo un geólogo metido en Cerro de Pasco. No tienes por qué confiar en mí, pero estoy dispuesto a intentarlo y si pago las regalías puntualmente y saco la cosa adelante, tienes que darme más tiempo para pagar la mina". Tschudi se ofreció a hablarlo pero no a ponerlo en papel porque los accionistas habían dicho lo mismo: "Benavides es un párvulo que se está metiendo en este negocio. Nosotros somos gente mayor. Si él puede sacar esto adelante también podríamos hacerlo nosotros".

¿Arrendó la mina y...?

Cumplimos con los pagos y con todos los compromisos, y encontramos la veta de Sacramento, desconocida hasta entonces. Eso generó ingresos. Cuando la cosa empezó a ir bien, los peruanos que trabajaban para los Oeschle, les dijeron: "A Benavides le está yendo bien, hasta tiene mineral. Tomemos la mina nosotros". Entonces opté por comprar la mina. No tenía plata, así que ofrecí los concentrados de Julcani a la Cerro de Pasco, que estaba muy interesada en los productos, pues tenían bismuto, que tenía gran demanda.

¿Es cierto que la demanda del bismuto era por Elizabeth Taylor?

Ja, ja, ja, sí, algo así. Ella era muy famosa y actuaba de Cleopatra, y el esmalte de uñas que usaba en esa película contenía bismuto. En la publicidad de la película ella, justamente, aparecía pintándose las uñas.

Llegué a un acuerdo con la Cerro de Pasco y, como me conocían, me dijeron: "Nosotros apoyamos si nos da la producción durante dos años, a precio del mercado y nos asegura que vamos a ser los únicos compradores. Queremos suscribir un veinte por ciento de las acciones de la nueva compañía que se forme y le prestamos dinero a cuenta de entregas futuras de los concentrados".

¿Nace entonces Buenaventura?

Sí, así se formó la Sociedad Minera Buenaventura. Con doscientos mil dólares de capital y doscientos mil dólares de préstamo de la Cerro de Pasco. Los suizos, al ver que la Cerro de Pasco compraba, entraron con 20%. Igual me faltaba dinero y recurrí a mi suegro, a mis hermanos, al doctor Otero Lora, a Mario Samamé Boggio, a Manuel Ulloa Elías y al doctor Fernando Schwalb López-Aldana.

Los socios peruanos hicimos un chanchita [sonríe]. Los peruanos teníamos el 60%.

¿En qué año fue todo esto?

En 1953. Por tanto, estamos celebrando los 60 años de Buenaventura. A Bruno Tschudi siempre lo recuerdo, se portó muy bien, un gran señor. Me protegió cuando los gerentes peruanos que trabajaban para los suizos querían rescindirme el contrato de arrendamiento.

Y las cosas salieron bien...

Sí, recuperamos el capital en dos o tres años. Yo decía que todo estaba yendo muy bien, pero me di cuenta de que nuestra gente vivía mal. Los campamentos fueron hechos cuando los suizos estaban en dificultades, y después estuvo la Cerro de Pasco, pero como ave de paso, y no se preocupó por las viviendas. Cuando llegué quise mejorar eso, pero no tenía plata porque recién empezaba.

¿Logró mejorar las viviendas de los trabajadores?

Le pedí a mi primo Ricardo Malachowski Benavides, que era arquitecto, hijo de la hermana de mi padre, que viajara conmigo a la mina. Hizo un plano de lo más bonito, con un cinema, una iglesita y una escuela. Llamé al personal y le dije: "Este es un proyecto que va a costar mucho dinero. Vamos a tratar de hacerlo todo y quisiera comenzar por la vivienda porque no tienen ni piso". Y la respuesta unánime fue: "¡No!".

¿Los trabajadores no querían mejores viviendas?

"¡No, no queremos vivienda! ¡Queremos una escuela!", me dijeron. A mí me pareció muy bonito, primero la escuela que la vivienda. Y así se hizo, allí está todavía la escuela, muy bonita, diseñada por Malachowski, un hombre con mucho gusto, más del que puede tener un geólogo como yo.

Y así, de a pocos, Buenaventura llegó a los 60 años.

¡Ah, Buenaventura, sesenta años! Cuando quise un nombre se me vinieron muchos llenos de esperanza, valor, suerte, entusiasmo, trabajo. Me llamó una persona amiga y me dijo "Buenaventura". Cuando leen las manos, las gitanas dicen: "Le voy a leer su buenaventura, su suerte". La minería es eso, suerte y también incertidumbre.

¿Después de comprar Julcani se acabaron las preocupaciones?

Al contrario. En Julcani hallé nuevas vetas que los suizos no habían encontrado, pero parecía una mina pequeña y me preocupaba. Calculé que había mineral para un año, como máximo. Allí dije: "Habrá que ir abriendo otras minas". Entonces fui a Huachocolpa, Huancavelica, y se abrió la mina Recuperada. Me ayudó don Samuel Torres, quien era de Lircay, y era conocido con el apodo '¡Viva Huachocolpa!'. Él me enseñó toda la zona, pobrecito murió joven. La mina era de plomo y zinc y estaba casi olvidada. Todavía produce, con las justas.

Después fui a visitar las minas de Orcopampa, en Arequipa, que tenían toda una tradición. Primero produjo plata y después encontramos oro. Hoy, principalmente, es una mina de oro. Después de eso me vine a Lima.

¿Se cansó acaso de la altura y de la sierra?

No! Vine a Lima, a Oyón, casi a cinco mil metros de altura. Encontré reservas en lo que hoy es la mina Uchuchacua, que en quechua significa 'vieja chica' y al frente, en otro cerro, tenemos Hacquinchacua, o 'vieja grande', una mina de plata. Ambas muy buenas.

¿Y Julcani?

Sigue trabajando hasta ahora, porque se encontraron más reservas que las esperadas. Trabajamos, así, desde hace 60 años.

"Así se formó la Sociedad Minera Buenaventura. Con 200 mil dólares de capital y 200 mil dólares de préstamo de la Cerro de Pasco [...]. Los socios peruanos hicimos una chanchita".

"Le había prometido a mi novia [hoy su esposa] que me iba por ocho meses, que se convirtieron en dos años. Hasta hoy me lo recuerda: Eres un desconsiderado, te mandaste mudar tanto tiempo [ríe]".

"Donde más aprendí fue en Cerro de Pasco"

¿Cuánto lo ayudaron los dos años fuera del Perú?

Muchísimo. Ir a Estados Unidos o a cualquier otro país, estar lejos de Lima y de la familia es bueno para cualquier muchacho. Uno se encuentra solo y no tiene otra cosa más que estudiar. La enseñanza no era muy superior a la de Lima, aunque allá tenían más equipos y laboratorios. Lo más importante fue la dedicación al estudio que se tiene cuando uno está en el extranjero. En Lima hay muchas distracciones, está el compadrazgo, los amigos...

¿Y como padre procuró para sus hijos esas mismas experiencias?

Así es. Cuando me fui a Boston, ya sabía muchas cosas que había aprendido en lo que hoy es la Universidad Nacional de Ingeniería. Por eso consideré importante que mis hijos hicieran su carrera acá y sus maestrías en el extranjero. Roque se fue a Inglaterra, Raúl a Pensilvania, Alberto a New Hampshire y estuvo después en Escocia. Yo les fomenté mucho el estudio.

El estudio y alejarse por un tiempo del hogar familiar...

Creo que un par de años fuera de la casa paterna, lejos de la familia y de los amigos, ayuda mucho a encontrarse con uno mismo, con sus raíces y además se estudia alejado de las tentaciones de los amigos.

¿Donde considera que aprendió más?

Indudablemente fuera de las aulas, en Cerro de Pasco. Tuve mucha suerte, pues me tocó trabajar con un señor de apellido Kruger, quien después fue profesor en Stanford. Kruger no era un supergeólogo, era un académico y quería enseñar. Me obligaba a cumplir ciertas cosas, me decía cómo hacerlas. Trabajé con él unos tres años, luego lo promovieron a La Oroya y yo me quedé en Cerro de Pasco a cargo de la geología, gracias a la formación que me dio. Kruger fue realmente un gran maestro.

¿Qué peruano considera que es un gran maestro de la minería?

Pienso que Mario Samamé Boggio, quien no era un gran ingeniero de minas de producción, pero fue un académico de primerísimo nivel. Su libro "Perú minero" es una verdadera enciclopedia que no dejo de consultar. Y me pregunto cuánto habrá trabajado este hombre para tener toda esta información. Hay gente así, pues, gente notable.

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