(Foto: El Comercio)
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Inés Temple

A veces, cuando me preguntan por qué amo tanto mi o cómo así lo sigo haciendo con pasión después de tantos años, respondo contándoles la historia del lanzador de estrellas de mar, historia que usamos mucho en LHH DBM para explicar lo que nos inspira.

Escrita por el célebre científico y poeta norteamericano Loren Eisele en 1969, cuenta la historia de un hombre que una mañana muy temprano paseando por la playa ve de lejos la figura de un joven que parece bailar a la orilla del mar. Con curiosidad se acerca a mirarlo y descubre que no baila, sino que con suavidad se agacha a recoger algo para lanzarlo al mar.

Y le pregunta: “Hola, ¿qué estás haciendo?”. El joven le responde: “Estoy lanzado estrellas de mar de regreso al océano. La marea las varó y si no lo hago antes que salga el sol, ellas morirán aquí en la playa”. “¿Te das cuenta? –le dice el hombre–. Tu esfuerzo no tiene sentido, hay miles varadas, nunca podrás regresarlas todas al mar, no puedes hacer una diferencia para ellas”. El joven lo escucha con amabilidad, levanta una estrella de mar, la lanza de regreso al océano y le responde muy educadamente: “Para esta sí hay una diferencia, ella vivirá”.

Eso es lo que valoro tanto de mi trabajo: el poder impactar en la vida de personas, poder hacer una diferencia para ellos. Hacerlo me inspira, me motiva, me mueve. Le da sentido a mi esfuerzo, enmarca mi vida profesional y la define.

Ciertamente no todos pueden tener la vocación de servicio o el privilegio de poder trabajar ayudando a personas como ancla o eje conductor de su carrera, pero todos queremos idealmente trabajar con un propósito que nos haga sentido, que justifique nuestro esfuerzo. Y es que trabajar con sentido de propósito nos llena el alma. Como la historia del marmolero en una cantera de Italia, quien, al preguntarle alguien a qué se dedica, responde que está colaborando con la construcción de catedrales. Para muchos, esas catedrales que los inspiran y movilizan son cosas muy reales también, como la educación de sus hijos o hermanos, la compra de su casa propia o el soporte a sus padres mayores.

El punto central es encontrar aquello que nos movilice e inspire. O también tratar de encontrar el sentido a lo que ya estamos haciendo, ese algo que logre inspirarnos, movilizarnos, ojalá despertar nuestra adrenalina y nuestra sana ambición, nuestro espíritu de competitividad y nuestra capacidad para soñar más grande y más lejos.

Esa narrativa personal será distinta, muy propia y muy personal para cada quien –y todas son válidas–. La clave es no detener nunca la búsqueda de ese sentido que le dé una razón de ser a lo que hacemos. Esto definirá finalmente el nivel de éxito y satisfacción –definidos ambos en términos muy personales– que logramos en nuestras vidas personales y profesionales, en beneficio propio y ojalá de muchos más.

Por mi parte, si Dios quiere, seguiré lanzando estrellas al mar otros 25 años más.

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