Cuando todo parece detenido en el país, cuando sentimos que todo va empeorando, de pronto suceden un conjunto de eventos inconexos que nos hacen ver que, pese a todo, hay cosas que avanzan. Algunas oportunidades crecen y ciertas brechas se cierran.
Tres eventos me permitieron escribir este texto con una nota optimista a pesar del contexto de múltiples crisis que enfrentamos. Primero, abrí un boletín del INEI, de esos que llegan al correo, que traía datos al primer trimestre de este año. Segundo, participé en un panel en la presentación del informe de desempeño social de Financiera Confianza. Tercero, Carmen, joven practicante con quien trabajo en identificar qué variables afectan el uso de servicios financieros, me envió unos prometedores e interesantes resultados. Los tres eventos me mostraron algo que va bien: la inclusión financiera avanza y que las brechas de género se van cerrando.
Cada vez más mujeres acceden y usan productos financieros que les sirven, que les permiten gestionar mejor sus –escasos– recursos, y lo hacen tomando ventaja de lo que el mercado financiero les ofrece. No estamos aún donde quisiéramos estar, pero podemos decir que ser mujer explica cada vez menos el menor acceso y uso de servicios financieros. Veamos la evidencia.
Primero, de acuerdo con el INEI para el primer trimestre de este año, el 56% de mujeres tiene al menos una cuenta en el sistema financiero, esto es 15 puntos porcentuales más que en el 2019. En la zona urbana esta cifra se eleva a 59%. Los hombres aún presentan mayores niveles de tenencia de cuentas, pero cada vez la diferencia es menor. Hoy el 59% tiene una cuenta, solo tres puntos porcentuales superior que las mujeres. Mejor aún, al mirar el desagregado por edades, se encuentra que entre las personas de 18 a 29 años no hay diferencia entre los hombres y las mujeres con cuenta (61% con cuenta en ambos casos), y que entre las personas de 30 a 59 años la brecha es pequeña (1,6 puntos porcentuales).
Segundo, el informe de desempeño social de Financiera Confianza, donde 60% de las clientas y 69% de sus cajeros corresponsales son mujeres, muestra cómo el acceso recurrente a créditos permite a las emprendedoras progresar. La evidencia de Financiera Confianza muestra que, tras dos ciclos de crédito, los emprendedores hombres y mujeres que parten de una situación de pobreza logran superar dicha condición (con base en su indicador de pobreza multidimensional). Mientras que los clientes en pobreza extrema requieren tres o cuatro créditos sucesivos para lograr superar su condición inicial de pobreza. No es solo el acceso al crédito, sino la continuidad en su uso, la educación financiera y el acompañamiento que reciben.
Tercero, al analizar qué variables explican quién usa servicios (hace transacciones financieras) y quién hace más transacciones, usando la base de datos recopilada por Credicorp para construir su Índice de Inclusión Financiera, encontramos sorpresas (muy bien y útil que un intermediario privado esté generando un índice de este tipo para el Perú y para varios otros países de la región). Los resultados muestran que el uso de los aplicativos digitales es la clave y, lo más sorprendente, que ser mujer no tiene significancia para explicar quién usa estos servicios, ni el número de veces que se usan. En general, las mujeres usamos menos los servicios financieros, como dice el propio índice de Credicorp, pero esto va cambiando: las mujeres hacen un poco menos transacciones al mes, pero no tienen menos créditos, por ejemplo. Quienes hacen más transacciones financieras son los más jóvenes, las personas que viven en lo urbano, quienes tienen más productos de ahorro, los que usan los canales digitales (aunque sea para consultar sus saldos) y, obvio, los que confían más en el sistema financiero.
En resumen, a pesar de todo, tenemos más inclusión financiera para todos y todas. Hoy tenemos tres veces más inclusión financiera que hace 15 años. Esta mayor inclusión en el sistema financiero formal está acompañada de cientos de iniciativas comunitarias de ahorro y crédito –panderos, bancos comunales, Única, etc.– que complementan la ruta hacia un creciente uso de servicios financieros. A pesar de ello, hay tarea por hacer: diversificar y adecuar productos a distintos perfiles de clientas, mejorar la cobertura de los canales de atención, mejorar la comunicación y atención de reclamos, etc. porque el bienestar financiero de los peruanos es aún bajo. De acuerdo con la encuesta de capacidades financieras de CAF y SBS de diciembre del 2022, solo el 38% de las mujeres y el 49% de los hombres tienen un bienestar financiero medio o alto.
Recordemos que la inclusión financiera no es un fin, es más bien un medio para ampliar oportunidades, incrementar resiliencia y potenciar rutas de inclusión, empoderamiento y ciudadanía. Queda mucho por hacer, pero vemos lo que viene con optimismo.