Creo firmemente que para avanzar, aprender, innovar y cambiar no podemos sino equivocarnos una y mil veces. Es más, equivocarnos o fracasar en un intento o varios nos hace aprender más rápido, reevaluar dónde estamos, repensar, recapacitar, crecer y, muchas veces, madurar. Yo me equivoco y fallo tanto en lo personal y profesional que me parece muy normal y natural errar y fallar, aunque comprendo y respeto que a no todos les cuesta aceptar sus errores, faltas o fracasos con la misma naturalidad.
Sin embargo, para que los errores, faltas o fracasos nos dejen avanzar, el primer paso es reconocerlos y aceptarlos en su real dimensión, afrontando sus consecuencias y asumiendo responsabilidad por ellos, antes incluso de tratar de enmendarlos o de empezar a esbozar una disculpa.
Pero no es fácil y a muchos a veces la aceptación del error o el pedir disculpas se nos atracan en la garganta. Otros quizás prefieren no aceptar su responsabilidad y optan por ocultar el error, negarlo, no aceptar su autoría e incluso hasta culpar a otros por ellos.
Este tema es delicado cuando se trata de líderes tratando de ocultar sus faltas por el impacto que esto tiene en la vida, el trabajo e incluso la vida de muchos. Y eso lo vemos a diario en muchos ámbitos y en distintos tipos de líderes, autoridades y funcionarios. Creo que de allí surge la pregunta: ¿los líderes deben ser perfectos?
La respuesta parece obvia, pero no lo es para todos. Claramente, los líderes no son ni pueden ser perfectos. Esperar su perfección es ilusorio y hasta infantil. Los líderes son –somos– personas normales y corrientes que asumimos o aceptamos hacernos cargo de tareas, misiones, propósitos comunes o, especialmente, de otras personas. Creo que por esa falsa expectativa de perfección muchos se inhiben de reconocerse como líderes o de asumir roles o experiencias de liderazgo: quizá por no sentirse a la altura de las expectativas de los demás o especialmente de las suyas propias.
Pero lo que sí es fundamental en los líderes es nuestra capacidad e inteligencia emocional para reconocer nuestros errores, faltas o fracasos y aceptarlos con hidalguía. Y especialmente para enmendarlos con rapidez y madurez. Los líderes tomamos muchas decisiones a diario y recibimos presiones por doquier y por eso erramos mucho, como cualquiera o más. Lo que se espera es no dejar que el ego nos nuble impidiéndonos aceptar con realismo y humildad las consecuencias de nuestros actos y decisiones y asumirlas con responsabilidad. Además, solo así se alcanzan los beneficios de crecimiento personal que los errores o fracasos traen. Equivocarse no “daña” la imagen o la reputación de una persona, la obstinación en no reconocerlo o culpar a otros por ellos sí lo hace.
¿Los líderes debemos ser perfectos? No, pero sí debemos saber comprender y perdonar de igual modo los errores de los demás sin descalificarlos ante las diferencias o dificultades. Eso muestra verdadera madurez, humanidad y generosidad. Y eso define también a un buen líder y a una buena persona y para eso, nadie tiene que ser perfecto.