Óscar Sumar

Como alguien dedicado al estudio de la (des)regulación, me alegra mucho el lugar central que ha ocupado la desregulación en la reunión del Foro Económico Mundial, específicamente en el discurso de Milei, pero también en el de Julio Velarde.

Ambos señalaron a la excesiva regulación como un punto central que explica el estancamiento económico de los países. En palabras de Velarde, “Las reformas se hicieron en los noventa, pero luego no se ha avanzado con otras reformas necesarias y -más bien- nos hemos llenado de burocracia y regulación”. Velarde sostuvo que cada funcionario cree que su oficina es la más importante y que toda regulación se puede justificar (teóricamente), pero se corre el riesgo -no solo en Perú sino a nivel global- de llenarnos de regulación, lo cual deteriora el funcionamiento de los mercados.

Por su parte, Milei señaló que esto no solo detiene el crecimiento, sino que “Occidente está en riesgo”. La regulación es un sustituto del control centralizado de la economía. Para Milei no existe diferencia entre los tipos de control, planificador o regulatorio. Si bien teóricamente es discutible lo que dice; tiene un punto, en la medida en que la regulación tiende a crecer sin freno, controlando cada vez más aspectos de la vida. Además -de forma similar a Velarde-, Milei también desconfía en las justificaciones a la regulación y llega al punto de decir que “las fallas de mercado no existen”. Por supuesto, las fallas existen teóricamente, pero -como experto en regulación- puedo decir que es casi imposible encontrar una falla de mercado que justifique regular.

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Ambos, Milei y Velarde, -sabiéndolo o no- están haciendo referencia al “estado regulatorio”. Tal como he comentado en una reciente investigación titulada “Scaping the Regulatory State?” (revista Derecho y Justicia, Universidad Autónoma de Chile, 2023), el estado regulatorio es una respuesta a dos fenómenos radicalmente distintos: la desconfianza en el mercado vivido en Estados Unidos luego de la caída de la bolsa en 1929; por un lado; y, por otro, la desconfianza en el estado planificador y empresario que llevó al proceso de privatización -y posterior regulación- de la economía en los noventa en países europeos y latinoamericanos cercanos al socialismo o a los estados de bienestar.

Paradójicamente, la “liberalización” reemplazó la planificación por la regulación. En ambos casos, sea que el punto de partida haya sido el libre mercado o la planificación, el riesgo principal de los estados regulatorios es que son caldos de cultivo para la forma colectivista de entender la relación entre estado, mercado y sociedad. El estado regulatorio es por naturaleza expansivo, dado que la regulación llama a más regulación: las propias regulaciones introducen distorsiones en los mercados que luego es “necesario” corregir -regulando más-; y, son aplicadas por funcionarios que ganan más poder cada vez que la regulación aumenta. Además, el estado regulatorio propicia y se alimenta del mercantilismo (la extracción de rentas por parte de grupos de interés). Existen reformas que eliminan el 50% de la oferta privada de un bien o servicio, elevando su precio; sin embargo, son aplaudidas por igual por ciudadanos desinformados, “expertos” y empresarios.

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En Perú, el plan para frenar el estado regulatorio -si acaso- tiene que ver con los programas de “calidad regulatoria”. Esto es un error, los programas de calidad regulatoria mismos son un reflejo del estado regulatorio y son burocráticos en esencia. El camino seguido por Milei y Argentina es mucho más promisorio: un paquete extenso y agresivo de desregulación. Lamentablemente, muchos funcionarios y “expertos” -siendo Velarde una excepción notable- siguen pensando en términos estatistas, asumiendo que el sector público -la intervención estatal- es la solución a todos los problemas, reales o inventados. Ellos son campeones del mercado “salvo por… todos los casos”, porque finalmente ser pro-mercado es ser ingenuo y un fanático del liberalismo (¡!).

Intervenciones como las de Milei -pero incluso con mayor razón la de Velarde, por la coincidencia con un punto que habitualmente se percibe como “radical”- nos hace pensar en una posible vuelta de tuerca en la agenda mundial, que nos acerque más a la economía de mercado y la libertad, que -para bien- ha caracterizado el pensamiento y desarrollo de la sociedad occidental, de la cual buscamos formar parte.

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