Tiene 20 años y se ha codeado con las más altas esferas del poder político y empresarial de España. Se presentaba como dirigente del Partido Popular y asesor de la vicepresidenta del Gobierno, Soraya Sáenz de Santamaría. Aunque parece que ahora nadie sabía bien de dónde había salido Francisco Nicolás Gómez-Iglesias o de quién era amigo, pero era mejor seguirle la corriente por si las dudas. Fue invitado a la coronación del Rey Felipe VI, a ceremonias oficiales y al palco VIP del estadio del Real Madrid. Aparece en imágenes con José María Aznar, Mario Vargas Llosa y futbolistas como Radamel Falcao García. Imágenes que como propaganda personal iban directo a su cuenta de Facebook. Siempre estaba bien sentado al lado de autoridades y empresarios con los que se fotografiaba para que más adelante la cercanía con ellos acreditara su influencia y cualquier puerta se le abriera.
Desde los quince años comenzó a colarse en actividades políticas y solía alardear de sus buenos contactos. Pero la historia del poder y excesos del “Pequeño Nicolás”, como ahora lo llama la prensa española, se derrumbó la semana pasada cuando la unidad de asuntos internos de la policía luego de hacerle un seguimiento por varios meses lo detuvo y lo acusó de estafa. Gómez-Iglesias se había hecho pasar por agente del Centro Nacional de Inteligencia (CNI) para cobrar 25.000 euros a cambio de interceder en la venta de una propiedad.
A cambio de favores y de dinero, este estudiante de un instituto de finanzas, se hacía pasar también por un asesor que tenía fuertes lazos en la Casa Real y en el Palacio de La Moncloa, la sede del gobierno. La juez que sigue el caso del “Pequeño Nicolás” no se explica cómo fue tan fácil que un joven pueda iniciar una serie de corruptelas y todos se dejaran engatusar. Lo extraño es que algunas personas que tuvieron contacto con él dicen que Gómez-Iglesias tenía siempre datos oficiales a la mano.
Ahora está en libertad pero es investigado por delitos de falsedad documental, estafa y usurpación de funciones públicas. Gómez-Iglesias además usurpaba un lujoso chalet, porque ni el propietario ni la constructora sabían lo que pasaba en el lugar. Quienes asistieron a sus fiestas dicen que nunca faltaba comida ni licores. Tampoco cocineros de sushi o personal de seguridad con pistola en la puerta.