JOHN PAUL RATHBONE
Editor para Latinomérica de Financial Times
Cuando Xi Jinping viajó a América Latina el año pasado visitó a algunos aliados de EE.UU. tales como México y Costa Rica. Preocupó a algunos en Washington que Beijing quiera tomar ventaja sobre EE.UU. en su propio patio trasero.
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Este año es al revés. El presidente chino hace una gira de una semana a países considerados antagónicos a EE.UU., como Venezuela y Cuba, o con quienes sostiene lazos tibios, tales como Argentina y Brasil. Aun así, en Washington algunos temen que Beijing quiera recuperar a sus enemigos ideológicos en la región.
Ambas preocupaciones son exageradas. En China, las visitas de Xi a América Latina se ven como ejemplos reconfortantes de repúblicas lejanas y ligeramente bárbaras haciendo cola para rendir homenaje al glorioso Dragón Rojo. De hecho, la atención de China sobre los países ricos de América Latina refleja en parte el impresionante aumento en el flujo de comercio bilateral que se incrementó hasta llegar a US$200 mil millones en el 2010 desde casi nada en la década anterior. Venezuela ahora representa el 6% de las importaciones de petróleo chinas.
El continuo cortejo de Beijing hacia algunos países de América Latina muchas veces dice menos acerca de sus preferencias ideológicas que de su habilidad para realizar tratos entre estados –se han realizado US$100 mil millones de compromisos de préstamo desde el 2005– y los problemas que estos conllevan. “Con la excepción de Cuba, no veo los nexos de Beijing con América Latina basados primariamente en ideología, más bien han sido sobre negociaciones”, dice Margaret Myers, directora del programa China y América Latina de Inter-America Dialogue, basada en Washington DC. “Pero ahora, la manera de pensar de Beijing [sobre negocios] podría estar cambiando”.
La clave de cualquier reconsideración yace en los posiblemente malgastados préstamos a Venezuela, las reformas económicas rezagadas en Cuba y los proyectos que alguna vez parecieron prometedores en Argentina, los mismos que han sido tan difíciles de desarrollar tanto para las compañías chinas como para otras compañías.
Así que mientras Xi, quien tuvo como últimos puntos de su visita a Argentina y Brasil, anuncie nuevas iniciativas comerciales (después de su travesía) y presuma de las virtudes de la profundización de los lazos de unión Sur-Sur (especialmente después de la creación esta semana de un banco de desarrollo BRICS basado en Shanghái), también podrían haber formado parte de su visita otro tipo de conversaciones de fondo.
Eso es algo que posiblemente haya sucedido en Brasilia, que se ha quejado desde hace tiempo de que la manufactura barata china desplaza a la manufactura local, aun cuando compañías brasileñas, como Embraer, el fabricante de aviones, intentan incursionar en China.
También es probable en Argentina, donde el gobierno canceló una concesión ferroviaria en el 2012 en la que una compañía china tenía acciones, después de que Wen Jiabao, el ex presidente chino, anunciara un préstamo de US$10 mil millones del Banco de Desarrollo Chino.
También es casi seguro que en La Habana China se haya mostrado impaciente con las lentas reformas económicas de Raúl Castro, las cuales Beijing supuso que imitarían su propio y rápido desarrollo económico.
De otro lado, es especialmente cierto que Caracas ha tomado cerca de US$50 mil millones de préstamos garantizados por petróleo desde el 2007. En el 2011, Beijing supuestamente envió inspectores a las secretarías de Venezuela para estudiar cómo se habían empleado sus préstamos.
“El viaje del presidente Xi [se trata] menos de solidificar sus vínculos con aliados regionales fuertes que de intentar mitigar las ansiedades que tiene acerca de sus relaciones diplomáticas y comerciales con sus amigos disfuncionales”, sugiere Matt Ferchen, analista en el Carnegie-Tsinghua Centre for Global Policy. Para la región entera, China se ha convertido en una fuente alterna importante de financiamiento y comercio. Así es como lo ven básicamente las oficinas de comercio multilateral basadas en Washington, como el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial.
Así también lo interpreta el Departamento de Estado de EE.UU., que ve la presencia de China en la región como parte de un proceso benigno de diversificación económica que es bueno para América Latina y por tanto para EE.UU.
Ciertamente, más competencia solamente puede ayudar a las economías de la región. Aun más, conforme China se encuentre con los mismos problemas con los que se toparon los que la han precedido, esto iluminará con una nueva perspectiva los diferentes méritos y defectos de estos países.
Lo mejor de todo, cualquier crítica subsiguiente de China llevará un valor añadido al venir sin el tradicional bagaje del Occidente neoliberal. La globalización será revelada en términos iguales, ya sea Norte-Sur o Sur-Sur. En los países más ideológicamente cargados como Venezuela o Cuba, esto solo puede ser positivo.