La semana pasada pasé algún tiempo con un empresario que conozco. La última vez que lo vi estaba entrenando para una competencia “Ironman”, esa inexplicable carrera donde uno nada un par de millas, entonces anda en bicicleta ida y vuelta de Londres a Brighton, y termina con un maratón.
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Esta vez anunció que iría más lejos. Los maratones ya no le resultaban suficientemente exigentes. La semana anterior había corrido un maratón y medio, y su Fitbit había registrado su mejor número personal de pasos en un día: 50.000.
Mientras ha estado abusando su cuerpo de esta forma, también ha estado haciendo un esfuerzo sobrehumano para crear un negocio. Las dos actividades, insiste, se complementan. La fortaleza en una se traspasa a la otra.
La semana anterior yo había leído en una entrevista en el “London Times” que a Harriet Green, la directora ejecutiva de Thomas Cook, le gusta comenzar el día en el gimnasio a las 5:30 a.m. levantando pesas de 16 kilos y que tiene tanta energía que hasta su entrenador personal no la puede igualar.
Ella también cree que hay una conexión entre el castigo que le da a su cuerpo y la rentabilidad de su negocio. Ella aumenta su fortaleza en el gimnasio, que es precisamente lo que se necesita para rescatar una compañía de viajes metida en serios problemas y convertirla en algo que es hoy el tema de un estudio en la Escuela de Comercio de Harvard.
Los ejecutivos se han jactado por mucho tiempo del rigor de sus rutinas en el gimnasio, pero el ejercicio extremo se está sobrepasando. Al volverse más competitivo el mundo de los negocios todos decimos que las empresas tienen que ser “magras”, “estar en forma”, “ágiles” y “flexibles” y “esforzarse” en los detalles. ¿Pero, en realidad creemos que los cuerpos de sus líderes deben ajustarse a la misma descripción?
De forma limitada, algún ejercicio nos ayuda a desempeñar nuestro trabajo. Cuando levanto el trasero y subo las escaleras, o voy a algún lugar en bicicleta, me siento menos perezosa. Pero para llegar a ese agradable estado de ánimo, no hay necesidad de pesas de 16 kilos, o correr 39 millas. Según la página web del Servicio Nacional de Salud, todo lo que hay que hacer es realizar una breve y enérgica caminata cinco veces por semana.
Y aun esta cantidad de actividad no es un prerrequisito para un deslumbrante éxito empresarial. Los dos líderes que más admiro tienen sobrepeso y no he sabido que ninguno de ellos haga el menor ejercicio.
Cada uno tiene un cuerpo grande que guarda un cerebro excepcionalmente grande. Ambos parecer tener suficiente fortaleza para dirigir una empresa grande y compleja, ambos toman buenas decisiones y son muy admirados por las miles de personas que trabajan para ellos.
Es verdad que hay excepciones; hay más fanáticos del gimnasio que gorditos en las juntas corporativas. Pero la razón no es porque el ejercicio extremo causa éxito extremo, tanto como que ambos son el resultado del mismo defecto en la personalidad.
El éxito corporativo requiere una patológica cantidad de motivación y disciplina, igual que para desarrollar músculos abdominales de un tamaño que a Dios nunca se le ocurrió cuando formó a Adán y Eva del barro.
La única lastima es que tal disciplina se desperdicie en algo tan personal e inútil. Casi cualquier cosa seria mejor – aprender a tocar el violín, leer un libro o aun ir de compras – por lo menos uno está dándole un empujón a la economía. El deporte no ensancha la perspectiva de un ejecutivo a diferencia de casi cualquier otra actividad.
No solo no es necesario para el éxito el ejercicio excesivo, es una mala idea debido a por lo menos cuatro razones. Primero, es terrible para las familias, ya que si uno trabaja largas horas y después se ejercita durante largas horas, en realidad uno nunca ve a su familia.
Segundo, es discriminatorio. Las personas que sudan juntos crean lazos que excluyen a otras personas. No es casualidad que la Sra. Green haya llenado su equipo principal en Thomas Cook con un maratonista, un triatleta y un ex gimnasta.
Tercero, hace que la gente se sienta no solo superior sino invencible, lo cual pudiera ser peligroso. En los negocios es bastante positivo sentirse vulnerable y estar consciente de sus propias debilidades. Solo los paranoicos sobreviven, etcétera.
Pero mi mayor queja es que las personas que hablan interminablemente de sus Fitbit son insoportablemente aburridas. En el “Financial Times” hace una semana David Hockney describió un paseo por el parque un día, durante el cual con el cigarrillo en la mano, fue a visitar a su gran amigo Lucian Freud, disfrutando el ver urracas y conejos mientras caminaba. Tres muchachas le pasaron corriendo, quienes, dijo él, no vieron las urracas ni los conejos ya que estaban pensando solamente en sus cuerpos.
Para el pintor, quien a los 77 años sabe algo sobre la fortaleza, una caminata suave es mucho mejor que correr no solo porque uno puede ver las cosas sino porque también uno es más cariñoso con sus huesos. Solo este último argumento – que el ejercicio excesivo hace daño a los huesos – es uno que no quiero rebajarme a tener que usar. Si los ejecutivos eligen fastidiarse sus propios esqueletos de esta manera, que lo hagan. A mí no me incumbe.