Conversamos con el escritor Moisés Naím, quien analiza el impacto global del coronavirus y hace una revisión sobre la manera en cómo los peruanos estamos afrontado la crisis.
-Esta pandemia del COVID-19, ¿cómo agarra al mundo, cómo se está desarrollando y cómo se está enfrentando?
La pandemia toma al mundo con condiciones preexistentes, débiles. Las economías avanzadas estaban yendo relativamente bien, particularmente los Estados Unidos. Sin embargo, las economías de los países menos desarrollados estaban muy debilitadas y fueron tomadas por esta crisis en un momento crítico: con sus exportaciones cayendo, con déficits fiscales gigantescos, devaluaciones, inflación, un endeudamiento masivo y fuga de capitales.
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Entonces, ahí les llega el virus. Además, con sistemas de salud muy precarios, muy débiles. Y [con una] parada de la economía mundial, donde los que exportan ven que caen los precios [de los commodities]. [También] ha caído la demanda. Estamos hablando de condiciones preexistentes que cuando llega la pandemia se agravan.
En los países más desarrollados se produce un fenómeno: enfrentar esto de una manera altamente politizada. Esto ha sido un gran enfrentamiento entre la ciencia y la política, donde los políticos, en muchos países, especialmente los que están fracasando en enfrentar la pandemia, son los que más han politizado el tema.
O sea, estamos llegando a la ridiculez de que el mundo político ahora se divide entre los “con mascarilla” y los “sin mascarilla”. Estamos llegando a la ridiculez donde ponérsela o no hacerlo es un signo político, un grito de batalla. Qué ridículo, por supuesto. Por otro lado, esta crisis global, grave, sin precedentes, toma al mundo cuando es gobernado (sus principales países e instituciones), por líderes populistas, autocráticos. Esa es otra dimensión.
Entonces, por un lado, están los países menos desarrollados y su enorme impacto, que no tiene precedentes. América Latina es de las regiones de ingresos medios y bajos más afectadas. Por otro, en los países avanzados vemos este torneo de enfrentamientos, donde los políticos se enfrentan a los científicos. Vemos países gobernados por líderes relativamente débiles, y no hay manera de pronosticar qué régimen funcionó mejor. No hay correlación entre el tipo de régimen político y la eficacia frente a la crisis. De ahí que el mundo se esté dividiendo entre regímenes competentes e ineptos. Varias mujeres, la primer ministra de Nueva Zelanda Jacinda Ardern, la canciller alemana Angela Merkel, etcétera, son quienes mejor han manejado la crisis en estos momentos como porcentaje del total. Los países que tenían mujeres gobernantes tenían más probabilidades de manejar bien la pandemia.
-Esta pandemia ha incrementado una fricción que ya existía entre las dos grandes economías del mundo, Estados Unidos y China. Trump ahora utiliza la crisis políticamente, mientras China se debilita internacionalmente. ¿En qué puede derivar esta crisis bilateral?
Por supuesto, la primera [pregunta] es quién sale más perjudicado en términos de la óptica mundial. Estados Unidos era un país siempre caracterizado por ser competente, pragmático, eficaz, solucionador de problemas. Ahora ha demostrado una ineptitud e incompetencia enormes. No hay palabras para describir lo pobre que ha sido su respuesta. Este es el país que más gasta en el mundo en su sistema de salud y no tiene la capacidad de hacer pruebas en los volúmenes y a la velocidad necesaria. Entonces, esa imagen de competencia, de eficacia, que tenía Estados Unidos, independientemente de quién estuviese al frente, se ha perdido. Hemos visto un país donde las cosas se improvisan, son torpes, mienten, etcétera.
Y China, que era siempre visto como un país que estaba tratando de integrarse al orden mundial y establecerse como una referencia, formar buenos ciudadanos globales (y como tal, tiene sus responsabilidades y obligaciones, y ejerce sus capacidades de expandir su influencia), etcétera, ha puesto esa imagen en juego.
El presidente Trump necesita tener un contrincante para su campaña electoral, alguien a quien acusar, un chivo expiatorio. Hemos visto cómo el secretario de Estado Mike Pompeo, [el asesor de Trump Peter] Navarro y otros que trabajan en la Casa Blanca reiteradamente acusan, agreden verbalmente a China por razones políticas.
¿Cómo evoluciona la relación entre Estados Unidos y China? Ahí tenemos lo que se llama la trampa de Tucídides. Este es un general de las guerras griegas que hace varios siglos escribió un libro [en el que] explica cómo era la situación entre una potencia establecida y otra potencia emergente. Y decía que cuando hay una potencia establecida y aparece un nuevo país que lo confronta, que lo reta, que lo trata de desplazar, eso siempre termina en guerra. Entonces, estamos en esa situación. Tenemos una superpotencia establecida (que es Estados Unidos) y una superpotencia ascendente (que es China). La gran pregunta es si la humanidad va a lograr que estas dos grandes potencias eviten un choque armado frontal. Y yo creo que eso es muy importante.
Yo creo que ese es uno de los grandes retos de la humanidad en el futuro. China y Estados Unidos están condenados a estar en fricciones en este encuentro (enfrentamientos, dificultades, malentendidos, etcétera). Eso va a seguir pasando. El reto es cómo garantizar que esos enfrentamientos no escalen y terminen en una confrontación armada. Y entonces hay que hacer todo lo posible por no echarle leña al fuego, por no maximizar los conflictos, no enardecer las partes, etcétera. Y eso no es lo que está haciendo Trump, lamentablemente.
-¿Cómo crees que va a afectar esto, en el mediano plazo, a América Latina?
América Latina no está en la mente de quienes toman decisiones en Washington. América Latina no es una prioridad, ni es competencia, ni es amenaza. Otros países tienen terroristas, tienen bombas atómicas, tienen otro tipo de capacidades. [Hay] economías que pueden ser importantes, [pero] América Latina no tiene ninguna de las condiciones para ser parte de la lista de prioridades estratégicas de Estados Unidos.
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-Y el interés de Trump por la presidencia del BID, ¿a qué crees que apunta?
No, lo de la presidencia del BID es un acto burocrático del gobierno de Trump, quien nunca había oído hablar del BID hasta que llegó a la presidencia de Estados Unidos. Esto ocurre por uno de los funcionarios de la Casa Blanca, que tenía aspiraciones y había hecho el intento de ser el vicepresidente del BID y fue rechazado porque no calificaba. Entonces, ya que eso no pudo concretarse, le dieron la vuelta y lo nombraron candidato a ser presidente del BID.
Pero esto no tiene que ser interpretado como un movimiento estratégico que forma parte de una serie de eventos diseñados para moldear la estrategia de Estados Unidos en América Latina. Esto es una combinación de ambiciones personales y de la burocracia de Trump.
-Esta confrontación entre Estados Unidos y China, ¿cómo afectará a las economías de América Latina?
Las relaciones de América Latina con China son de tres tipos. China es el mejor cliente de América Latina. China también es el competidor más feroz de manufacturas de América Latina. Y China también es un financista de última instancia (muy importante, además). El sistema financiero de América Latina muchas veces depende de las decisiones que toman los chinos en cuanto a finanzas internacionales y también hay todo tipo de iniciativas que toma China, que tratan de aumentar su visibilidad en estos países. Cuando en Costa Rica van a juegos de fútbol, lo hacen en un estadio regalado por China y construido por chinos. Eso es una muestra del ánimo de extender lazos de buena voluntad e influencia en Costa Rica. Lo mismo se ha hecho en otros países. Entonces, es eso: China es para algunos países el principal cliente, para otros el principal competidor y para otros el principal financista.
Lo más obvio es que los precios de los commodities que compra China están abajo y no dependen de decisiones de ese país. Dependen del apetito que haya en la economía mundial para consumir el petróleo, el hierro y [otros] productos, tanto minerales como materias primas, agrícolas, etc. Eso no depende de China, depende de la actividad económica mundial. La actividad económica de China, que estaba calentando, se ha caído. Entonces, cuando cae el ritmo de expansión de la economía china, pues cae la demanda en estas materias primas y por lo tanto caen los precios.
Sin embargo, hay una oportunidad muy interesante. Una de las cosas que ha ocurrido, es que las empresas están calibrando y repensando sus canales y cadenas de suministro. Muchas de esas grandes empresas, tienen cadenas de suministros que vienen desde China y ahora están pensando si van a pasar de lo que se llama ‘just in time’ (inventarios justo a tiempo) a ‘just in case’ (inventarios por si acaso). Antes no tenían necesidad de acumular muchos inventarios, porque estaban todos en China. Cuando necesitaban esos inventarios para su cadena de producción, simplemente los compraban de China. Ahora, en vista de las fricciones entre Estados Unidos y China, están repensando si en vez de tener inventarios justo a tiempo y solamente tener un poquito e irse abasteciendo a medida que van necesitando, ir acumulando inventarios en caso haya disrupciones en esas cadenas de producción. Allí se le abre un espacio a América Latina.
Muchas de estas empresas multinacionales, en lugar de tener sus cadenas de suministro comenzando en China, podrían tenerlas en América Latina. Esa es una esperanza. Eso requiere tener líderes en América Latina que tengan esa visión, que sepan cómo manejarla y que haya estabilidad legal. Tiene que haber más certidumbre política, jurídica y económica para que las inversiones y las empresas piensen en establecer su liderazgo [y] sus suministros en América Latina.
-En el Perú, estamos a un año de nuestro bicentenario, un buen momento para reflexionar sobre el pasado y qué debemos hacer en el futuro. ¿Cuáles son tus reflexiones?
El país de América Latina que más sufre de una propensión a meterse autogoles es Argentina. Cada vez que pueden tomar una decisión, escogen la decisión que más daño les hace y que más equivocada está, y eso tiene una larga historia. Un país que está allí también, en las ligas de los autogoles, es el Perú.
El Perú debería estar mejor de lo que está. Ha tenido un desempeño económico importante, impulsado por la minería y por todas las industrias que conocemos (la pesquería, etc.). El Perú debería ser un polo de atracción interesante para el mundo, para los inversionistas, para las empresas, etc. Sin embargo, es un país que tiene una polarización feroz.
La polarización política en general es buena, es necesaria, es deseable. Eso es democracia. Es el choque entre grupos y personas o grupos políticos que piensan diferente, que tienen diferentes ideologías o que provienen de diferentes regiones o tienen diferentes visiones del mundo. Entonces, es normal que haya choques y polarización en los países. Lo que pasa es que en el Perú se desbordaron. La polarización está desbordada. Eso que tenga todos estos presidentes expresidentes encarcelados, que haya alta precariedad en la gobernabilidad del país, en el cual hay elementos radicales, extremistas, ignorantes que producen en el Congreso leyes que claramente le van a hacer mucho daño a los más pobres y más necesitados, bajo la bandera del progresismo y de ser apoyos para representar los intereses de quienes menos tienen. En el Congreso del Perú hemos visto iniciativas que son realmente vergonzosas. La propensión a repetir errores es insólita, la presión a meterse autogoles y dañar a los peruanos que hoy estamos viendo en el Congreso es insólita.
El Perú tiene la tarea de adecentar la polarización, calmarla, retenerla y mantenerla, porque es parte de la democracia. No hay democracia sin enfrentamientos, ni choques de ideas, puntos de vista, intereses diferentes. Es normal, deseable, sano. El problema es que en el Perú se ha desbordado y entonces la gran tarea para los líderes peruanos es cómo apaciguar esta polarización desmedida y como contener a los que practican la necrofilia ideológica. El Congreso peruano está lleno de gente que practica la necrofilia económica y política. La necrofilia, como sabemos, es un amor apasionado por ideas muertas, ideas que han sido probadas una y otra vez y siempre terminan en corrupción, pobreza y desigualdad.
Los políticos sueltan unas afirmaciones realmente primitivas, de ideas realmente probadas en el Perú [y] en toda América Latina, que siempre terminan en corrupción, miseria y desigualdad. Y ahí están. Entonces, hay que hacer una campaña para disminuir la influencia que tienen estos, quienes practican la necrofilia política desde lugares de poder.
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-¿Cuál es la manera democrática de cambiar esto? ¿La sociedad civil, la academia, organismos internacionales? ¿Por dónde empezar una ola de cambio?
Yo creo que es necesario modernizar y fortalecer a los partidos. Yo no creo que haya democracia sin partidos. Los partidos políticos son indispensables, juegan una función indispensable, son necesarios. El problema está en que los partidos políticos han dejado de ser el lugar natural para los idealistas, para los que tienen ganas de mejorar el mundo, su país, su Estado, su ciudad.
A un joven de hoy le preguntas (a un joven idealista) qué quiere realmente, y tiene sueños de cambiar y combatir las injusticias, la pobreza, los abusos de los poderosos y le propones que [vaya a] un partido político… la verdad es que muchos van a preferir ir a movimientos, ONG y otras formas de participación.
Los partidos están en muchos casos (muy justificadamente) desprestigiados. Son mal vistos, son el hogar de los oportunistas, los que entran a los partidos simplemente para enriquecerse, no para cambiar el mundo, para mejorar el país. Cambiar eso va a ser difícil y va a tardar un tiempo, pero ahí hay una campaña que hay que hacer para que los peruanos sean menos habitantes y más ciudadanos. No es lo mismo vivir en un país y simplemente vivir y ser habitante que ser ciudadano. Eso implica tener derechos y ejercerlos, pero también tener obligaciones que van más allá de uno mismo o de su círculo.
Esta es una idea de Latín América, la idea de que hay más habitantes que ciudadanos. Creo que es muy importante que haya cada vez más peruanos comprometidos con dar la lucha en contra de los abusos de poder, de la desigualdad, de la pobreza y corrupción.
-¿Es básicamente la ciudadanía la que tiene que ponerse un poco a la tarea de buscar ese cambio?
Las marchas en las calles que tumban presidentes tienen su función y su rol, pero no son tan eficaces para gobernar. Gobernar es mucho menos glamoroso que marchar por las calles pidiendo cambio social. Gobernar requiere tomar decisiones difíciles, donde no hay que escoger entre lo bueno y lo malo, sino entre lo malo y lo peor. Son muchas veces cosas muy técnicas, cosas que hay que hacer a largo plazo y pensar a largo plazo. Gobernar con honestidad, con decencia y con visión de futuro es algo que no ocurre en las marchas, en las calles. Entonces, las marchas en las calles sirven para cambiar gobiernos, no para gobernar.
-Otro problema que tiene el Perú es su alto nivel de informalidad. ¿Cómo pedirle a las personas informales que están usufructuando el sistema y no están ejerciendo sus deberes y responsabilidades plenas como ciudadanos?
No se le puede exigir a alguien que sale en la mañana a tratar de ganarse un poco dinero para poder llevarle comida a sus hijos. No se le puede pedir que además de hacer eso en condiciones muy adversas, también sea un líder político, un líder social o un ciudadano activista.
El Perú es muy latinoamericano en el sentido de tener al empleo informal como el empleo dominante. La idea de que el 15 o el último día de cada mes uno reciba un cheque o un pago o un salario [aplica a] un porcentaje ínfimo de la [población]. Lo normal es redondearse aquí y allá, lograr una transacción. Aquí hay [una], otra mañana. Vender, revender, rebuscarse. Hay que entender eso.
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También hay que entender que la informalidad en el Perú, al igual que en América Latina, es simplemente la respuesta a políticas públicas equivocadas. Las políticas públicas para manejar empresas, para regularlas, para los impuestos, todo eso genera incentivos para que no haya empresas, o para que haya empresas bonsái, empresas que son como esos árboles japoneses que tienen mucho tiempo y que se parecen a un árbol, pero son enanos.
El Perú tiene muchísimas empresas bonsái, empresas que están estancadas y no crecen. Si tú piensas cuáles son las grandes empresas del Perú, son las que están asociadas a recursos naturales, son las grandes mineras. Son las grandes empresas de la piratería. Entonces, lo que hay que hacer es quitarle a las empresas pequeñas y medianas y a las empresas en general los incentivos que hacen que sea más fácil ser informal que formalizarse.
-La India, que tiene 1.300 millones de habitantes, está formalizando a través de la digitalización de sus ciudadanos. ¿No sería esta una forma más rápida y fácil de hacerlo (para un país como el Perú)?
Absolutamente. La digitalización es a la vez una de las grandes amenazas contra América Latina y una de las grandes oportunidades. La revolución digital, la inteligencia artificial, todo lo que hemos oído puede ser una máquina destructora de empleos, pero también puede ser una máquina creadora de oportunidades, tanto para manejar el sector privado como para manejar el gobierno, manejar la política, etc.
Lo que comentas de la India ha sido extraordinario. Recordemos [que] la India es la democracia más poblada del mundo y ha hecho este trabajo que describes que sirve para muchas cosas: para ayudar a la gente más necesitada en momentos de emergencia, para comunicar, para vincular al Estado con las personas. Específicamente el teléfono sirve para registrar cosas de uno y, por supuesto, también sirve como control político. Eso es peligrosísimo. Todas las cosas tienen su lado bueno y su lado [malo], de acuerdo. Pero ciertamente, las dos grandes amenazas para América Latina en los años que vienen son el cambio climático y la digitalización. A cambio, ambos van a transformar de manera muy profunda nuestras sociedades y nuestras economías.
-¿Cuál sería la mejor forma de abordar estas reformas y estos cambios que tenemos que hacer?
Lo más importante es reclutar a lo mejor de la ciudadanía peruana para la construcción de un país mejor. Esa es una frase grandilocuente que es más fácil de decir que de hacer. Pero nada va a pasar si la gran mayoría, o una activa mayoría de ciudadanos peruanos que se consideran ciudadanos y no meramente habitantes de este territorio, sino ciudadanos de una nación que tiene cosas en común para compartir un destino parecido compartido, se activen. Algunos se activarán a nivel de su comunidad más cercana, otros en términos geográficos, otros ideológicos. Pero lo importante es que entiendan que no pueden tercerizar el manejo del país a unos líderes irresponsables y corruptos.
-¿Cuáles serían las tres o cuatro cosas que tiene que hacer el Perú para mejorar la calidad de vida de sus ciudadanos en el futuro?
Creo que lo más importante es crear coaliciones que puedan gobernar conjuntamente de manera estable.
Es muy difícil para los ciudadanos, para los inversionistas, para la sociedad, vivir en un ambiente tan convulsionado, tan incierto, donde tú te levantas todos los días y no sabes qué sorpresa te va a dar el mundo político. Esa es la primera.
La segunda es el tema de la polarización. Hay que tener enfrentamientos de ideas y diferentes puntos de vista, pero no pueden llegar al punto en que crispó en tanto, que paralicen tanto, que sean tan feroces que impidan que el país [sea] gobernado.
La tercera es tener cuidado con los charlatanes. Estamos viviendo una época de oro de charlatanes. Siempre han existido los que proponen mentiras, estafas, hacen promesas que saben que no se pueden cumplir o que si cumplen este tendrá malas consecuencias. O sea, los charlatanes en la política siempre han existido. El problema ahora es que están digitalizados y tienen la capacidad de actuar a través de las redes sociales y otros instrumentos, y tienen una población hambrienta de soluciones, una población desesperada de tanto tiempo y ahora con el coronavirus y las consecuencias que eso tiene. La mala economía del Perú es muy vulnerable a caer en manos de charlatanes, porque la población va a creer que está buscando desesperadamente a alguien que sea el mesías salvador. Y eso es peligrosísimo, porque sabemos que todo eso termina en sangre, injusticia, represión y corrupción.
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