Martin Wolf, principal comentarista económico del Financial Times
Rusia es a la vez una tragedia y una amenaza. En el Financial Times de esta semana Sergey Karaganov ofreció una impactante visión de la combinación de autocompasión y arrogancia que existe actualmente en Moscú. Es tan deprimente como inquietante.
Los responsables políticos occidentales parecen creer que el Estado Islámico de Iraq y el Levante (conocido como ISIS) es el mayor peligro. Pero Rusia es una mínima expresión –con armas nucleares– de una antigua superpotencia y, gobernada por un autócrata amoral, me asusta aun más. Para Europa y, en mi opinión, EE.UU., no hay mayor prioridad en la política exterior que cómo tratar con la Rusia de hoy.
Occidente “se proclamó el vencedor de la guerra fría”, según Karaganov. Tal vez el origen de la tragedia puede encontrarse en esta observación. Occidente no solo se proclamó vencedor … fue el vencedor. Una alianza defensiva derrotó a la Unión Soviética, porque ofrecía una mejor forma de vida. Es esa la razón por la que tantos querían escapar de la prisión soviética, incluyendo muchos rusos otrora optimistas.
Sin embargo, el presidente Vladimir Putin, el último en una larga línea de autócratas rusos, declaró que “el colapso de la Unión Soviética fue un desastre geopolítico del siglo 20”. Fue, de hecho, una oportunidad, una que muchos en Europa Central y Oriental aprovecharon plenamente. La transición a una nueva forma de vida resultó ser inevitablemente difícil. El mundo en el que ahora habitan es muy imperfecto. Pero ellos se han unido a la mayoría del mundo civilizado moderno. ¿Qué quiere decir esto? Significa libertad intelectual y económica. Significa el derecho a participar libremente en la vida pública. Significa gobiernos sujetos al estado de derecho y responsables ante sus pueblos.
EL FRACASO DE OCCIDENTE
Occidente ha fracasado con demasiada frecuencia en relación con estos ideales. Pero estos siguen siendo ideales de todas maneras. A principios de 1990 eran los objetivos de muchos rusos. Como gran admirador de la cultura rusa y la valentía de Rusia, esperaba, con cariño tal vez, que el país encontraría su rumbo a través de los escombros del colapso de su ideología, estado e imperio. Sabía que iba a ser difícil. Quería que Rusia eligiera los valores occidentales, no solo por nuestro bien sino también para el suyo propio. La alternativa de continuar el ciclo de despotismo era demasiado deprimente.
Al escoger a Putin, un ex coronel de la KGB, como su sucesor, Boris Yeltsin aseguró ese resultado. El presidente puede ser, por el momento, un déspota popular. Pero sigue siendo un déspota de todas formas. Él es también heredero del proyecto de Yuri Andropov, ex jefe de la KGB y líder soviético, de crear una autocracia modernizada. Como fiel servidor del Estado, Putin cree que los resultados son la única cosa que cuenta.
Las mentiras son solo una herramienta más del arte de gobernar. Solo el que no quiere ver puede hacer caso omiso a las pruebas al respecto de los últimos meses.
Occidente es en parte responsable de este trágico desenlace. No pudo ofrecer el apoyo que Rusia necesitaba con la suficiente rapidez a principios de 1990. En su lugar, se centró, absurdamente, en quién pagaría la deuda soviética. Aceptó el robo de la riqueza de Rusia para el beneficio de unos pocos.
Pero lo más importante fue la negativa de la élite rusa de abordar las razones del colapso para luego volver a empezar. Sólo confrontando la realidad de la monstruosa maquinaria de la opresión y de las mentiras de Stalin podrían construir algo nuevo.
La nación que emergió siempre fue el resultado probable. Se ve a sí misma rodeada de enemigos. Las relaciones exteriores son de suma cero; el éxito de los demás es un fracaso para Rusia. Desde ese punto de vista, una Ucrania próspera y democrática (una posibilidad remota), es una pesadilla. Impedir algo semejante es para las élites de Moscú, como Karaganov dice, “una lucha para prevenir que los demás expandan su esfera de control en territorios que consideran vitales para la supervivencia de Rusia”. Y ¿quién, supuestamente, amenaza la supervivencia de Rusia? Es un occidente que es “más débil de lo que muchos se imaginan”. Dicho occidente debilitado hace el papel del malo de la historia.
Vista desde Moscú, la política de occidente es la política de Versalles. De hecho, la posición occidental se basa en dos principios simples: en primer lugar, un país tiene derecho a tomar sus propias decisiones; segundo, las fronteras no se pueden cambiar por la fuerza. Rusia rechaza ambos puntos. Sus antiguos satélites y dependencias saben que Rusia no aceptaría estos principios y por eso han suplicado para incorporarse a la OTAN. La alianza militar no tuvo que obligarlos a unirse. Esos países rogaron que los aceptaran. Tal vez ellos entienden cuán amplia es la interpretación de Rusia con respecto a sus “intereses vitales” y lo despiadada que es en protegerlos.
A veces las perspectivas de las élites rusas parecen una parodia. Una razón por la que muchos en Moscú creen que una unión política con Europa es imposible, que Europa está abandonando el cristianismo y las normas “tradicionales”, o sea, que acepta la homosexualidad. Pero yo, por lo menos, recuerdo que la Unión Soviética cuya desaparición Putin lamenta, hostigaba al cristianismo sin piedad. Cabe también recordar que a las élites de Rusia les encanta esa guarida occidental de la iniquidad.
“Yo atormento, y por ende existo”. Eso parece ser el lema detrás de algunos de los arrebatos del presidente. Pero por ser absurdos no son menos graves. Occidente no es una amenaza para Rusia. Por el contrario, occidente sabe muy bien que tiene un interés vital en la buenas relaciones con ese país. Pero no es tan fácil hacer caso omiso de una invasión y, sí, eso es lo que es, por mucho que a uno no le guste esa palabra. Al mismo tiempo, una relación de confrontación con un poder tan importante y potencialmente útil como Rusia es una perspectiva sombría.
¿INJUSTICIA HISTÓRICA?
¿Hay una solución a este dilema? Todas las posibilidades – otras sanciones, la masiva asistencia económica y posiblemente militar a Ucrania, o no hacer nada en absoluto – conllevan riesgos. Pero occidente tiene que hacer un balance honesto de la Rusia con la que tiene que convivir. La Rusia de hoy siente que es víctima de una injusticia histórica y rechaza los valores occidentales fundamentales. También se siente lo suficientemente fuerte como para tomar sus propias medidas. Putin también se da cuenta que estas fuertes emociones son sus herramientas para asegurar su poder. No es el primer líder en hacerlo. Su Rusia es un vecino peligroso. Occidente debe abandonar sus últimas ilusiones de la posguerra fría.