John Gapper
Columnista de Negocios de Financial Times
Cuando los líderes comunistas de China bajo Deng Xiaoping lanzaron su asalto contra los manifestantes en la Plaza de Tiananmen hace 25 años, se suponía que estaban siguiendo el camino socialista y los principios marxistas del gobierno proletario. “¡Proletarios de todos los países, uníos!”, declararon Karl Marx y Friedrich Engels en el Manifiesto Comunista de 1848.
Pero la gran expansión de la fuerza laboral mundial iniciada por Deng después de la represión de los manifestantes en pro de la democracia llevó al camino opuesto. La apertura de China por medio de la reforma económica y de la inversión extranjera directa ha dividido, en lugar de unir, al proletariado.
Esta no era la revolución que Marx tenía en mente, pero fue fruto de la gira por el sur de China que Deng realizara en 1992, en la que su líder apoyó la reforma en ciudades como Shenzhen, en un intento por fortalecer el mandato del partido al ofrecer oportunidades de trabajo. El hecho de que pocos chinos conmemoran el 4 de junio de 1989 se debe tanto a la censura del partido como a la táctica de Deng.
Esa movida estimuló, como el economista Branko Milanovic ha escrito, “la más profunda reorganización global de la situación económica de la gente desde la revolución industrial”. El uno por ciento de quienes más ganan en el planeta (especialmente el 0,1 por ciento más rico) y millones de nuevos participantes en su fuerza laboral industrial se han beneficiado en distintas maneras de la liberalización de Deng.
Mientras tanto, los no-burgueses en las economías avanzadas –los trabajadores de manufactura y servicios con bajos niveles de educación y destrezas limitadas– han sufrido un estancamiento de sus salarios. La capacidad para negociar salarios más altos se ha visto socavada por un enorme crecimiento en la oferta mundial de mano de obra –por 1,2 mil millones de personas entre 1980 y 2010.
Los cambios políticos y económicos coincidieron con el avance del Internet y el rápido desarrollo de la tecnología de la información a mediados de la década de 1990. Eso llevó a la automatización de los empleos y a más comercio transfronterizo –se hizo más fácil extender las cadenas de suministro a través del mundo.
Pero el ascenso de China derrumbó las viejas barreras al comercio y el empleo, forjando un mercado laboral global y la rápida industrialización. Cerca de 620 millones de personas en el mundo salieron de la pobreza al pasar de la granja a la fábrica, y el producto interno bruto per cápita de China aumentó de un 3 por ciento del nivel de las economías avanzadas en 1980 a 20 por ciento en 2010, según el McKinsey Global Institute (MGI).
En términos económicos, fue positivo para el pueblo chino, a pesar de que aumentó la desigualdad, las ganancias se distribuyeron ampliamente. Para muchos trabajadores en las economías avanzadas, sin embargo, fue como si hubiera surgido una fuerza de trabajo completamente nueva, dispuesta a trabajar horas más largas por un salario más bajo. Su poder de negociación aún no se ha recuperado de la conmoción.
“Para el consumidor, ha sido maravilloso. Hay muchos más productos y servicios, muchas más opciones, y todo es más barato”, dice James Manyika, un director del MGI. “Para los trabajadores con habilidades limitadas, la situación no pinta bien. Otrora contaban con protección, pero ahora compiten con otros que son más baratos y posiblemente más calificados”.
El efecto más fuerte se ha hecho sentir en Europa y EE.UU., donde la proporción de los ingresos que perciben los trabajadores ha disminuido de 64% en las décadas de la posguerra hasta la década de 1980 a 58% hoy en día. Un estudio de la Reserva Federal de San Francisco encontró que la mayor caída se produjo en industrias como la textil, que estuvieron más expuestas a la competencia de las importaciones.
Al transferir los procesos de manufactura con mayor necesidad de mano de obra a países como China y mantener los aspectos de mayor valor en el país mismo, las empresas redujeron sus costos y elevaron sus rendimientos del capital. Para los trabajadores del mundo en general, eso representa un recorte salarial.
Después de un cuarto de siglo, este arbitraje se está moderando. Los salarios en las ciudades costeras de China han aumentado, por lo que es más rentable mantener la producción en EE.UU. Pero eso no garantiza un retorno al empleo masivo en la industria manufacturera y en las industrias primarias – los avances en la tecnología significan que ahora las fábricas emplean menos trabajadores.
Según un estudio realizado por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico, el 80 por ciento de la caída de la participación del trabajo en la renta global se debe a la transformación tecnológica y el cambio hacia la producción con requerimientos intensivos de capital. El software y la tecnología de la información han permitido “avances sin precedentes en la innovación”.
Las personas en puestos de dirección y empleos de grandes destrezas han resultado ganadoras y seguirán teniendo mejores oportunidades de empleo. McKinsey estima que 95 millones de personas podrían quedarse sin trabajo en las economías en desarrollo para el año 2020 debido a sus pocas habilidades.
A través del lente de la historia, el mejor momento para ser miembro del proletariado en una economía avanzada fue probablemente el periodo de la posguerra hasta la crisis del petróleo de mediados de la década de 1970 –cuando la mayoría de la población de China e India era pobre y agraria y había poca competencia. La era ya estaba llegando a su fin cuando China implementó el plan de Deng.
“Hoy en día, cientos de millones de chinos viven vidas mucho más cómodas de las que tenían en el año 1989”, escribe Ezra Vogel en su biografía de Deng. Mientras tanto, millones de empleados en las economías avanzadas cuentan con menos seguridad. Es una revolución obrera, mas no una unificación.